Cuándo escucho la frase volver a lo de antes debo admitir que me produce cierta desesperanza” – proclama en este breve texto Sofía Guggiari. ¿Hay que pujar por volver a lo que era nuestra normalidad? ¿De qué manera? ¿Normalidad para quiénes? Con una mirada política y personal, la autora, nos convoca a plantear preguntas sobre nuestras posibles prácticas sociales y modos de existencia en un futuro cercano.
Cuando lo existencial se separa de lo político sólo hay debilidad:
lo político se convierte en partido, identidad e ideología;
lo existencial se lleva a terapia
Amador fernández-Sabater
“Estar raros contra la nueva y la vieja normalidad” Nota Lobo Suelto
¿Volver a lo de antes o hacer revuelta?
Tenemos ganas de pegar alaridos, de salir corriendo a cualquier dirección, llorar, sacudir a lxs muertxs, besarnos en la calle, abrazarnos de a muchxs y no despegarnos, hacer quema de barbijos, encontrarnos para amarnos o para odiarnos, sacarnos la piel del cuerpo y sacar el cuerpo al reposo del sol y de la lluvia también.
Lo inatrapable e inentendible se vuelve insoportable: lo traumático. ¡Alguien tiene que tener la culpa de todo esto! ¿Como puede ser que en el siglo XXI solo tengamos en el mundo entero un solo modo de controlar el virus, modo que es del siglo XIX? Buscamos o inventamos las explicaciones que mitiguen el miedo y lo imprevisto. Salir de la incomodidad, deshacerse del estado de rareza, huir de los pensamientos enloquecedores, huir de la angustia ¿Y si es para siempre? ¿Y si nunca más? ¿Tiene sentido todo esto? ¿Vamos a volver a lo de antes? Las ideas van de acá para allá, buscando una salida o un exorcismo.
Cuándo escucho la frase “volver a lo de antes” debo admitir que me produce cierta desesperanza. ¿A dónde volver? ¿A la vida de antes? ¿A esa vida donde pocos podíamos tener una vida vivible? -el pocos en masculino no es inocente- Y pienso ¡Ahí tampoco se puede volver! Y no como un anhelo íntimo, si no como un arriesgue, una declaración lanzada a quien pueda escuchar.
¡¿Como no detuvimos el mundo antes?! ¿Cómo persistíamos en seguir produciendo esa vida colectiva tan desigual? ¿Estamos inconmovibles? ¿Acostumbradxs al desasosiego? ¿Quedamos imposibilitadxs a esa sensibilidad más aberrante que produce ver lo horroroso? -que la pandemia ahora a modo de caída de velo justamente devela- ¿Perdimos la capacidad de fragilizarnos y de sorprendernos ante la precariedad y la crueldad? ¿Queremos volver al mundo de las prácticas individuales, elitistas y exitistas del arte y de la vida? ¿No estamos tratando de silenciar lo que molesta, sacar de en medio lo que perturba, normalizar lo que no cuaja, curar lo que sintomatiza? Sin saber-sabiendo que es por allí, por la molestia, por lo que no cuaja, por lo que angustia por donde se enuncia la vida no automatizada. Lo que nos permite inaugurar preguntas.
Y por supuesto, mientras tanto añoramos el encuentro de las pieles fundidas, las risas de amigxs, la música, lo maravilloso y lo repulsivo de la vida contagiosa y la vida esa que se propagaba sin permiso y fantaseamos locamente, ¿porque no? la escena con unx o varixs amantes, y desde ahí todo se vuelve lejano. Pero más cerca, más acá de lo que parece imposible, aflora una oportunidad.
Lo privado, el mercado y la vida
La construcción y defensa acérrima del mundo privado se volvió un estilo de vida.
Cuándo digo “lo privado” me refiero a esa modalidad propia de producir vínculos, pensamientos, afectos, afectaciones, maneras de intercambio; lo privado como modo de producir existencia, prácticas de vida, discursos de salúd, arte, modos de cuidados, formas de política, etc. Somos temerosxs frente a los procesos de crisis y repelemos la vida de lo marginal, sin poder apropiarnos de su potencia. Abrazamos desesperadamente la normalidad y lo modos de ser-y-estar privados como un espejo donde poder mirarnos, reconocernos y que el otro nos reconozca también; como una manera de resguardarnos y defendernos de la fragilidad de quedar expuestxs frente a lo abismal de la vida. Somos ante todo más que existencias, individuos. Y hacemos mercado (ley que ordena sin que podamos decidir) desde los mundos individuales, y así seguimos como podemos, con temor a quedar excluidxs, a no poder quedar reflejadxs en ese gran espejo del éxito propio, escondiendo nuestros dolores, disimulando nuestras vulnerabilidades, creyendo que si algo no funciona es un tema de cada quién.
Y el gran problema que se nos presenta -imposible de negar con la pandemia- : los flujos de circulación de la existencia son los flujos de circulación del mercado. Entonces el derecho a la vida es el derecho al mercado -diferenciarlo del derecho a una renta universal y básica para vivir- Y se presenta como imperativo de productividad. Y así la cartografía se muestra como un espacio confuso, en donde la fusión arrasa con lo singular y con la posibilidad de emancipación. Como dice el filósofo Diego Sztulwark, lo neoliberal ya no queda suscrito a un partido político, ni a un nombre -más nunca lo fué- si no que lo neoliberal es nuestro modo de vida, y aunque no nos guste admitirlo, somos todxs nosotrxs.
Ahora ¿como seguir?
“Filosofar es darle hospitalidad al pensamiento” dice Anne Dufourmantelle y se refiere al acto violento que implica reflexionar, dado que es encontrarnos con un otrx que no somos nosotrxs habitando en nosotrxs, abriéndole paso a lo múltiple. ¿Pero para qué filosofar si no es para transformar? ¿Somo capaces de tolerar y de habitar las pausas, los detenimientos los intersticios? ¿De darle lugar, tiempo y atención -hospitalidad- a aquello que intenta nacer como lo impensado? ¿Somos capaces de advertir en la inmensidad de la espera el germen de lo inédito? ¿Podemos y, principalmente, queremos sostener la incomodidad de la reflexión, la rareza de la caída de la certeza como territorio para la revuelta? ¿O queremos volver a lo de antes pretendiendo salir ilesos y sin marcas? ¿Podremos hacer de esta interrupción un acto violento de reflexión sobre aquel modo de vida de la cual venimos y a la cual es necesario no volver? ¿ Podremos expropiar nuestros propios afectos del mundo de lo privado para percibirnos y producir desde lo colectivo?
Mantengámonos en la pregunta
” Seguir con el problema requiere aprender a estar verdaderamente presentes, no como un eje que se esfuma entre pasados horribles o edénicos y futuros apocalípticos o de salvación”
Donna Haraway. Seguir con el problema
Sigamos pensando el problema. Sigamos manteniendo las preguntas.
Por un lado la pandemia encrudece las demandas económicas históricas e inauguran nuevas. Pone en relieve lo injusto y lo precario del sistema en el cual producíamos y producimos vida y bienes de intercambio. Por otro lado, la cuarentena obliga a repensar una y otra vez lo doméstico como territorio de disputa de género y de violencia. También deja al descubierto un tema histórico, la feminización de las tareas de cuidado y crianza. Reordenamiento de ciertas actividades en esenciales y no esenciales, un repliegue conservador de la vida por la pandemia, podría pensarse, pero también dejando entre ver los modos de organización social en las que ciertas industrias se sostienen de otras (interesante para seguir pensando).
En simultáneo nacimientos de redes de cuidados transversales y colectivos, de cuidados a quienes cuidan, de actos solidarios inéditos, movimientos emergentes y de emergencia como acoplamientos amorosos frente a lo traumático del virus y del desamparo.
Frente al “que mueran los débiles” de los militantes del tecno-neoliberalismo, se contesta con ollas populares para los que lejos de hacer la cuarentena les está faltando para comer.
Y entonces desde mi humilde opinión, tan solo por un tiempo, eso que hacíamos, de la manera que lo hacíamos y como lo hacíamos entre en detenimiento, pero quizás podamos así darle hospitalidad a lo insurgente; reflexionar sobre la vida como jamás reflexionamos, atrevernos a interpelar nuestras prácticas privadas de existencia, a sensibilizarnos escuchando los sonidos del mundo que nunca escuchamos y así percibirnos críticamente en la interrupción. ¿Será eso con-movernos de nuestro lugar de privilegio? Práctica feminista por excelencia.
Solo puedo pensar en formas de preguntas, divagar por el desierto de afectaciones frente a lo que acontece. Desconocer allí donde todo lo sabía. Dejarme atravesar por lo impredecible. No contestar. Huir a la certeza, huir de las futurología.
Sigamos produciendo pensamiento desde la frustración, desde la imposibilidad, pero no desde la muerte, si no desde la vida, para justamente apostar por la ética de la fragilidad como lo más tormentoso para el capitalismo y el patriarcado. ¿No es acaso aquello lo más esencial?