A veces, algunas figuras nacen en los sueños y una claridad dolorosa se apodera de ellas. Está en ellas su veneno, su necesidad de brillar y desplegarse porque sólo ellas saben de la precisión de lo no dicho. Las formas guardan para sí un secreto que el artista Diego Perrotta nos revela sin tapujos en una entrevista exclusiva para Revista Llegás.
-A lo largo de tu carrera creaste diferentes personajes y, de alguna manera, construís un relato, por momentos épico, donde lo onírico y lo místico proponen una mirada ácida sobre nuestra sociedad. ¿Nos podrías contar cuál es el punto de partida a la hora de pensar un personaje? ¿Qué te moviliza?
-Claramente, mi personaje emblemático es el Matasiete, un justiciero y defensor del pueblo. También están El Guardián, El Diablo, La serpiente, La Muerte entre otros. Utilizo estas figuras para dialogar con la simbología popular que, también, es parte de mi propia vida. Me crié y viví 19 años en el barrio de Liniers, donde hay mucha mezcla de culturas, caos metropolitano y mística, por supuesto. Recuerdo que mi familia me mandó a catequesis en la iglesia de San Cayetano. No soy religioso pero me interesan las religiones y me acuerdo de cómo estaba puesta esa cruz, con ese Cristo. Faltaba que me chorree la sangre encima, me paraba abajo y lo primero que veía era el escorzo del pie. Imaginate, a los 6 años, ver a un hombre en esas alturas, colgado con una iluminación casi teatral y la cruz encadenada al techo, las columnas, las formas de la iglesia, los murmullos de los fieles. Algo imborrable, espectacular. Después salís al barrio y recorres las santerías. De un lado, los santos cristianos y del otro, los diablos umbanda. Los binarismos con los que crecimos: el bien, el mal .,imágenes de diablos desnudos .,velas rituales de formas de penes rojos y negros… el olor a choripán y la cumbia caminando por la Av. Rivadavia, la autopista, el tren Sarmiento, gente que se tira debajo de las vías. Todo un clima dantesco que vive en mí hasta el día de hoy. Tengo horror al vacío, soy barroco por donde se me mire. Lejos de ser algo autorreferencial, en mi caso, lo simbólico es un recurso para hablar de ciertos estados de conciencia colectiva, de cierta crudeza que nos atraviesa a nosotros como sociedad y como parte de Latinoamérica.
-¿Cuál es la propuesta de la próxima muestra?
-Mi próxima muestra se llama Devorador de sueños, es un proyecto que reúne una selección de mi trabajo de estos últimos tres años. En ella se expondrán una serie de pinturas y acuarelas.
Los personajes aparecen como híbridos que condensan las contradicciones de nuestra condición humana. Se presenta, así, El Matasiete, justiciero, defensor del pueblo, que desencadena las luchas de la imaginería popular, entre el bien y el mal. “El Devorador”, “La Serpiente” y “El Dragón” encarnan los miedos y temores que nos paralizan. Estos personajes estaban ocultos desde hace tiempo, esperando desde las oscuridades, el momento justo para atacar. De alguna manera, es la forma que encuentro para hablar del cruce espejado de lo humano con sus reflejos monstruosos.
-Me quedo pensando en el fuerte carácter narrativo de tu obra ¿cuáles son tus tópicos recurrentes para hilvanar ese relato?
-La presencia de la muerte, los estados alquímicos, la religiosidad, las pasiones sexuales, los juegos de azar, las creencias ligadas a la tierra arman esa mística del universo fantástico que trato de construir con mi obra. Obviamente, las influencias marcadas de un imaginario latinoamericano tienden a conversar con todo este entramado de temas.
-Cambio rotundamente de tema. Pensando en tu labor como formador, pienso que tu taller es un espacio que da cuenta de una entrega mutua, de un proceso de reciprocidad constante. En este sentido, me gustaría saber sobre tu experiencia al respecto.
-La docencia aplicada a artes visuales es de los trabajos que más me gusta hacer, me genera un entusiasmo especial. Cuando regresé de mi beca en México en el año 1997 la gente me preguntaba si daba talleres y, si bien era algo que venía pensando, no había tomado la decisión de empezar. A finales de ese año, empecé a trabajar con un grupo pequeño de alumnos, me sentí muy cómodo de entrada, como si dar clases lo hubiera hecho desde siempre. En lo personal, tomar la decisión de dar clases es un compromiso que me da mucha alegría. Durante un año, suceden cosas. Es enriquecedor ver los descubrimientos que los alumnos tienen, cómo festejan sus conquistas, ver sus emociones al encontrar un mundo propio, una manera de decir, de expresarse. El taller se convierte, así, en un espacio donde reflexionamos, creamos vínculos, compartimos avances, dudas y procesos de producción. De alguna manera, nuestros encuentros son el punto de partida de un debate sobre el arte contemporáneo y su efecto multiplicador en las distintas esferas de la sociedad de la cual formamos parte. El taller es una forma de entender el mundo desde el arte. En lo particular, siempre me interesó generar un clima donde cada uno construya sus propios motores de energía; crea profundamente en sus imágenes y reconozca el poder creativo que tiene el trabajo. Porque el camino del arte no ene que ver con un camino de velocidad, sino con un viaje de resistencia.
- Sos un artista que trabaja de manera independiente ¿Cómo es la vida de un artista-gestor?
-Desde muy joven trabajé de forma independiente, que no significa que trabajes solo, pero en esos primeros años de los 90 había que moverse de esa manera para empezar a dar a conocer tu trabajo. Para mí fue algo que se dio de forma natural.
Primero, fueron mis proyectos de artistas, las exposiciones individuales, los murales, los trabajos junto a escritores y poetas y también ilustrando discos de bandas del rock nacional como “Los Piojos”. También el trabajo de curador siempre me interesó, la parte de gestión y organización de las exposiciones es algo que disfruté mucho. Visitar los talleres, conversar profundamente sobres los procesos de las obras de los artistas, para mí siempre fue algo fascinante. El proyecto curatorial más importante que realicé fue el CICLO ENFOQUE, Ciclo de exposiciones en FM La Tribu, Espacio La Tribu, Buenos Aires.
Hoy en día, con un recorrido hecho, me sigue gustando la idea de ser mi propio productor. A veces es agotador pero, al final del día, sé que es el camino que más feliz me hace. Trato de conservar ese fuego sagrado que trae lo desconocido y, por eso, siempre estoy pensando proyectos nuevos, que me entusiasmen. Siempre estuve a mil, viviendo con un ritmo frenético de trabajo y debo reconocer que, últimamente, estoy en una etapa más introspectiva, digamos que me di un espacio para disfrutar de una nueva cadencia con el nacimiento de mi hija. Ella es mi imagen preferida.
- Como artista, ¿qué cosas te quedan pendientes?
-Un gran sueño sería realizar una exposición de carácter retrospectivo en las salas del Museo Nacional de Bellas Artes, pero bajándolo a tierra lo pendiente es lo cotidiano, continuar día a día con mi trabajo de artista. Sentir a cada paso la pintura que es el territorio que elijo, habito y donde me reconozco, el espacio que transito sin ninguna prisa, disfrutando lentamente cada instante. Haciendo crecer mi cuerpo de obra, entablando nuevos diálogos y sacando todas las cosas que tengo adentro y que no sabría dónde ubicar.
¨Devorador de sueños¨
Hasta el 28 de octubre
ROLDAN - Libertad 1033
lunes a viernes de 11 a 19
Gratis