La fuerza artística del señor incómodo y necesario
Sección Entrevistas - Revista Llegás
Entrevistas

La fuerza artística del señor incómodo y necesario

Santiago Gobernori, autor y director de "Conurbano, cotidiano" e "Imagen velada", conversó con "Llegás" sobre los desafíos del teatro independiente en tiempos de crisis. Además, defendió con firmeza el desarrollo de poéticas propias en lugar de buscar fórmulas exitosas.

8 de octubre de 2024

¿Cómo apareció la idea de trabajar lo velado?
Me aparecía la necesidad de buscar teatralidad en lo que nos está pasando, atravesado por lo sociopolítico. No puedo omitir eso cuando está tan presente en mi día a día, y justo lo uní con lecturas que venía haciendo para entender el por qué de la angustia colectiva que estamos viviendo. Gente de mi generación, tengo 45 años, pero también lo veo en mis alumnos, que son más jóvenes. Empecé a leer algunos filósofos como Byung-Chul Han, que está muy de moda, y habla de que estamos viviendo en una sociedad súper positiva, donde todo es mostrar lo bien que estamos. Esto no permite ningún tipo de defecto, es una sociedad que evita lo negativo y hace una comparación fotográfica con la imagen 4K, que no tiene desperfecto. Él menciona que a veces lo no perfecto es lo que le da particularidad a las cosas. Como la idea del negativo, la foto en negativo, la oscuridad, la fisura, el no mostrar todo, el secreto... Necesito mucho de eso como artista y como espectador. Estoy cansado de que me den todo demasiado premasticado. La foto velada es una foto que está manchada, donde entró un rayo de luz. También se me unía a la obra por algo de esa foto donde aparece alguien fantasmático, que a veces es una persona que salió mal o hay teorías de que es un espíritu. Como justo hay un espíritu en la obra, uní todo.

En "Conurbano, cotidiano", aparecían los jóvenes de 30 y pico con trabajos precarios y relaciones líquidas; en "Imagen velada", los protagonistas son personajes de la misma edad pero con situaciones materiales y sentimentales resueltas. ¿Cómo se dio ese movimiento?
En "Conurbano, cotidiano" quería trabajar algo de lo que me pasaba a mí. Soy del conurbano. Me imaginaba algo un poquito más lejano del conurbano, por eso la obra se desarrolla en Luján. ¿Cómo es la vida ahí? ¿Cómo es el día a día? ¿Cómo es pagar el alquiler? ¿Cómo es tener, en el caso de los chicos de la obra, 40 años y saber que es muy poco probable que te puedas comprar un departamentito por más que trabajes un montón? ¿Cuáles son las expectativas de esa gente? ¿Cuáles son las mías también? Tengo 45, no tengo casa propia. En "Imagen velada" quise trabajar la otra rama, digamos, a los que les va recontra bien. Ni hablar de que son los que deciden por nosotros; esto también está pasando en el mundo. Estamos a la vera de lo que quieren los ricos porque ponen gobiernos, sacan gobiernos, dictan leyes y cada vez pagan menos a sus empleados. Estamos, lamentablemente, hasta que haya una revolución, que ojalá yo la vea o la veamos, viviendo a costa de ellos, de sus caprichos y sus necesidades. Quería un poco redimirme, generando teatralidad a partir de ese mundo.

¿Fue desafiante?
Siempre trato de hacer cosas que me generen un desafío, en el sentido de que no trato, y es algo que trabajamos mucho con Matías Feldman en la escuela de Bravard, de no casarnos con una estética ni con una forma. Entonces, siempre busco algo que me incomode un poco. En este caso, es cómo hacer teatralidad con unos chetos que no me parecen teatrales. Después los investigás un poco y sí. Además, es un paño que conozco bastante porque soy de Monte Grande, fui a un colegio privado muy caro de allá que mis abuelos me lo pagaron, aunque no vengo de clase alta; vengo de clase media total, pero conocí a una gente muy parecida a la de la obra. De hecho, hay frases que las saqué de ahí, que me quedaron grabadas cuando era chico. Por ejemplo, tratar de sierva a la empleada doméstica. También jugué al rugby muchos años. Después la vida me llevó a estar en ámbitos de gente de muchísimo dinero y, realmente, viven, es una obviedad lo que voy a decir, pero viven una vida completamente distinta y paralela a la de la clase media, y de ahí para abajo, ni hablar. Muchos tienen maldad, pero muchos ni siquiera tienen maldad, tienen cierta ignorancia. Todo el tiempo, cuando yo decía esto, me parecía que estaba coqueteando con la parodia, como que me estaba pasando de rosca, pero me venían ejemplos de que no; de hecho, hay cosas mucho más exageradas en ese ámbito. Todo el mundo que estaba cercano a la obra me mandaba videos, por ejemplo, de youtubers o instagramers de esa casta, que son aún más ridículos de lo que pueden estar en la obra.

Fotos: Agustín Bordignon

¿Cómo fue trabajar con 11 actores en escena?
Mirá, creo que es un trabajo digno de charla sociológica, de estos momentos en los que el arte se está haciendo más que nunca a pulmón. Es un elenco de toda gente que es muy buena, que tiene mucho trabajo, que están en edades muy complicadas en el sentido de que la mayoría son padres; tres de los chicos del elenco están con problemas de salud de sus padres, quilombos de laburo... hay algunos de los chicos que están muy mal económicamente, que son actores re grosos y no laburan hace meses. Entonces fue una obra que se hizo con mucho amor y con muy poco ensayo, muy distinto a como suelo trabajar. No es que no ensayábamos, es que nunca estaban todos. Son 11. Cada vez que venía al teatro caminando —vivo a 15 cuadras—, en el trayecto empezaba a recibir mensajitos de uno que llegaba tarde, de otro que se cayó la mamá y tenía que ir a buscarla porque no había nadie que la levante en la casa, que se enfermó el hijo de una y estaba con fiebre y no pudo venir... Así todos los ensayos. Entonces fue un milagro que la obra exista. A todos juntos los debo haber tenido como mucho 8 ensayos.

Y en cuanto a la poética de los actores y actrices, ¿cómo las uniste?
Confiaba mucho en cada uno de ellos. Los llamé por algo en particular, porque los conozco; con todos trabajé alguna vez, los vi muchísimo actuar, entonces sabía que había características que iban a brillar o a surgir en los ensayos y en las funciones. Después, obviamente, había que igualar el lenguaje, que fue lo más difícil. Les daba referencias, les mostraba películas, ponía ejemplos. Lo fuimos buscando también, porque al principio no quería que actúen nada del tono clase alta y después un día uno en broma empezó a hablar medio cheto y todos nos cagamos de risa y dijimos: “che, no está mal”. Vino mi socio Matías Feldman y me decía: “che, para mí está bueno que estén un poquito más dibujados”. Los probamos, y después es una obra muy falsa, en el sentido de que no hay objetos. Dicen “pasame la ensalada, acá tenés, pasame la sal” y no hay nada, no hacen ni mímica. La escenografía también acompaña eso: es una hoja en blanco, en gris te diría, porque no es blanca, que es como la nada misma, y a partir de la nada, como de la hoja en blanco, se va construyendo la historia. Entonces era difícil, me preguntaban por el arco del personaje, pero esto de dónde viene y yo todo el tiempo decía: “che, pero no estamos haciendo teatro clásico, es rarísimo lo que estamos haciendo, hay que confiar en la rareza de la obra, en el extrañamiento de la obra, y no tanto en los conceptos pre sabidos que tenemos del teatro”. ¿Sabés lo que sentían? Que no actuaban, pero estaban recontra actuando. A veces yo necesitaba que no hagan nada porque eran parte de un todo; eso fue bastante complicado, pero después, cuando lo coral funciona, es mágico.

 

¿Qué tiene el teatro para decir en tiempos de crisis?
No creo tanto en el mensaje artístico... sí siento que el teatro independiente tiene que volver a levantar la bandera de lo espectacular, levantar la bandera de lo experimental, pero en el sentido de la prueba, de hacer cosas locas —igual que cada uno haga lo que quiera— pero justamente el teatro independiente tiene que volver a defender el espacio de prueba. No tenemos que conformar ni al público, ni al dueño de la sala, ni a un crítico; el teatro independiente tiene —ya que lo hacemos sin un mango y no vamos a ganar un mango— que dejar un poco de lado la idea de éxito. O la fórmula. Me voy a ganar varios enemigos, pero yo estoy un poco harto de la autoficción. Está todo bien, está buenísimo. Yo hasta dirigí un verdadero biodrama de la época cuando Vivi Tellas hacía el biodrama. Pero hay un momento en el que voy a ver obras y está el director sentado diciendo: “Hola, soy Santiago Gobernori, a los 17 años casi me muero...” Viste, qué sé yo, me lo contás en un bar y es lo mismo. Necesito ver un armado, un trabajo, una búsqueda un poco distinta que me saque, que me corra del status quo. Yo me crié teatralmente viendo obras que me partían la cabeza y que me hacían pensar. No me iba conforme del teatro, ¿entendés? Me iba con duda. Las obras del Periférico Objetos, de Bartis, de Kartun, las primeras de Daulte, de Spregelburd, de Federico León... las primeras obras de Federico León eran un flash. Yo era chico, tenía 18 años, y me iba del teatro diciendo “Creo que no entendí nada”. Creo que hay que volver un poquito a eso. No lo digo como algo melancólico, al contrario, incluso para quitarnos presión como artistas. Después, si van 15 personas en vez de 100 al teatro, no importa. Hay otro teatro que se ocupa de eso. Yo quizás lo digo desde un lugar un poco más aburguesado, porque ya tengo 45 años, hago teatro hace 25 o más, tengo una mini carrera, un mini recorrido por el cual si hago una obra sé que un poco de gente va a venir. Pero quiero alentar a los jóvenes a que no hagan el camino inverso: primero el éxito y después mi poética. No. Primero tu poética y después vendrá lo otro.

¿Cómo vivís la batalla cultural contra la cultura argentina?
Me da mucha bronca, pero también siento que se ha atacado tanto la cultura a lo largo de la historia argentina que esta es una más. Y lo bueno de esto es que siempre salimos mejor. Mejor significa con más fuerza artística, no con más guita. Cada sábado, cuando termina "Imagen velada", estoy contentísimo. Más allá de que la obra está gustando y me tiren buena onda, siento que le estoy ganando a Milei. Hacer una obra con 11 pibes, más la asistente, más la productora... somos 20 personas acá laburando por amor al arte porque ganamos dos mangos. Que se llene la sala y que a la salida estén nuestros amigos contentos, que se compren una birra en el Galpón de Guevara y que nos quedemos todos charlando de la obra, es un triunfo cultural, aunque después Milei haga o diga lo que quiera. Lo que sí me preocupa es la gente. Digo, yo tengo la escuela de teatro, más o menos tengo una manera de bancarme. Sí me preocupan mis colegas, actrices, actores, escenógrafos, y ni hablar de cine también. Estoy bastante vinculado al mundo audiovisual; mi hermana es directora de arte y le está costando muchísimo lo económico porque prácticamente no tiene trabajo.

Foto de nota: Carlos Furman

IMAGEN VELADA
Actúan: Victoria Baldomir, Julián Cabrera, Paloma Contreras, Marcos Ferrante, Guido Losantos, Tincho Lups, Bárbara Massó, Facundo Livio Mejías, Paula Pichersky, William Prociuk, Sabrina Zelaschi
Dramaturgia y dirección: Santiago Gobernori

EL GALPÓN DE GUEVARA
Guevara 326
Sábados 16 h

CONURBANO, COTIDIANO
Actúan: Victoria Baldomir, Nicolás Giménez, Sabrina Zelaschi
Dramaturgia y dirección: Santiago Gobernori

EL GALPÓN DE GUEVARA
Guevara 326
Viernes 21 y 22.30 h

Julieta Bilik Autor
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