El dramaturgo de la traición
Sección Entrevistas - Revista Llegás
Entrevistas

El dramaturgo de la traición

Entrevista a Andrés Binetti

12 de abril de 2025

En El jinete helado, obra escrita y dirigida por Andrés Binetti, hay tres gauchos que motorizan la acción: Antonio Rivero (Héctor Bordoni), Juan Brasido (Juan Anun) y José María Luna (Tomás Landa). Son quienes resistieron frente a la ocupación británica de las Islas Malvinas en 1833, pero uno de ellos se convirtió en el Judas de la historia y traicionó a los otros entregándolos a los ingleses. En diálogo con Llegás, Binetti recuerda que la primera imagen que apareció durante el proceso de escritura fue la del gaucho y, en particular, la de Luna, quien “es el más protagonista de la acción”. «Borges decía que el valiente muere solo una vez, mientras que el traidor tiene el castigo de estar muriendo siempre», apunta el autor.

La pieza aborda una cuestión que vuelve todo el tiempo en la historia argentina, como si se tratara de un trauma colectivo o un fantasma recurrente: la traición. Las resonancias en el contexto actual son significativas: 

«Nosotros citamos una canción de Zitarrosa (Adagio a mi país):

Dice mi padre que un solo traidor
puede con mil valientes.

Creo que hoy en día en el Congreso se puede ver muy claramente cómo la traición atenta contra todos. Ya no se trata ni siquiera de salvarse solo en esa imagen promovida por el liberalismo, sino de una traición que atenta contra todos los demás. En la obra eso sucede con Luna, y tratamos de entenderlo, pero cuando sucede a nivel político y no poético es terrible y lo vemos todo el tiempo. Son cosas que cada tanto suceden, bajamos dos escalones y después hay que trabajar mucho para poder subirlos de nuevo.»

Sobre la construcción de los tres personajes gauchescos, Binetti asegura que el proceso de ensayos fue «muy placentero y gozoso», y destaca la labor de su equipo:

«Son increíbles. Hay una ventaja que tenemos los dramaturgos y las dramaturgas argentinas: contamos con unos actores y unas actrices extraordinarias. Vos les tirás un ladrillazo y te devuelven un castillo. No lo decimos mucho, pero tenemos que decirlo porque es real. Como el texto está muy codificado, fue muy fácil el montaje. Una vez que se lo aprendieron, lograron construirlo ellos incluso jodiendo e imaginando cómo serían estos gauchos. Los tres son geniales, pero Héctor Bordoni, por momentos, encarna algo de lo real que me conmueve mucho».

¿Cómo es el procedimiento a través del cual la documentación histórica se poetiza para contar esta hazaña desde el lenguaje teatral? ¿Cómo evitar que se vuelva una investigación repleta de datos?

En las obras que escribí o coescribí y tenían que ver con la historia hubo, por lo general, dos etapas diferentes. Primero una fase de acopio e investigación donde leo y busco cosas asociadas al tema: para esta obra, por ejemplo, me sirvió mucho una novela de Eduardo Belgrano Rawson llamada Fuegia: no tiene que ver directamente con la historia del gaucho Rivero pero sí con las islas, el sur, la fauna… es una novela un poco fantástica. Después de ese acopio, trato de olvidarme de todo eso o relegarlo, dejar que resuene en algún lado pero entendiendo que debe primar la ficción. No se trata de representar aquello que sucedió, y además no tendría mucho sentido hacer una obra de teatro para reproducir lo real. Me dejo permear por eso y escribo lo que me sale. Uno escribe lo que puede y no lo que quiere, pero no me preocupa tanto ser fiel a la historia sino al imaginario de la obra.

A lo largo de esta pieza se juega con un chiste recurrente: los personajes empiezan a rimar cuando los toma La Tradición, hay un folklore que les viene de adentro, les da calor, les produce una fiebre y los induce al fervor del verso. «Ese imaginario ya me ponía en el territorio de la ficción pura y dura, aunque los historiadores dicen que los hechos sucedieron más o menos así y nos inspiramos en eso». 

En relación a ese abordaje desde la ficción, por fuera de los registros costumbristas más asociados al realismo, Binetti opina: «Creo que la gauchesca, el territorio del proto-grotesco y algunos géneros de base de la escritura dramática argentina son estructuras muy lábiles. Si bien muchas veces se cargan de cierto costumbrismo, en realidad te permiten hablar de todo y para mí está bueno apropiárselas desde otros lenguajes, como en este caso. Por momentos el gaucho Rivero podría ser un superhéroe pampeano». Desde sus primeras obras, el autor trabaja en el cruce entre la apropiación, la reescritura y la intervención de los géneros. «Lo que se llama realismo me queda un poco lejos en estética personal y en gustos; explorar otros territorios está bueno».

¿Cómo aparecieron las Pingüinas? Estas actrices (Carolina Ferrer y Camila Grosso) ofician de coro, narran, aportan música, humor, climas y un juego muy interesante con la lengua en el cruce de “lo alto” y “lo bajo”.

Sentía que tenía que haber fauna, personajes que estén un poco corridos. Al principio era un perrito que andaba por ahí, pero leyendo cosas sobre las Malvinas aparecieron las figuras de los pingüinos. Son unos animales perfectos, los estudios dicen que son como el colibrí del mar: adentro del agua nadan perfecto y pueden hacer cosas que ningún otro animal puede hacer. Dan la imagen de animales torpes pero en el mar son una especie de tiburones. También quería actrices para no hacer una obra de chabones. Con ellas apareció el territorio de lo sonoro y lo musical, algo que trabajamos con la compositora Laura Vázquez. Y en relación a lo alto y lo bajo del lenguaje, estuvo en duda mucho tiempo porque nos parecía guaso, procaz. Creo que fue un acierto dejarlo. Recuerdo que fue una discusión y en un momento sometimos el asunto a votación.

¿Cuáles fueron los desafíos particulares de la escritura en verso y cómo se enfrentaron los actores al desafío de encarnar eso?

Es un ejercicio que recomiendo muchísimo. Empecé a hacerlo jugando y probando, como suele hacer uno cuando escribe. Hay un momento en el que eso se te vuelve muy musical y empezás a pensar en verso. Ese acto de pensar en verso genera que las opciones que rematan y que riman comiencen a producir sentidos que no son tan lineales como cuando escribís prosa o verso libre. Buscar la palabra que rime te lleva a abrir un espectro de sentidos mucho más amplio. Después te queda la cabeza resonando y empezás a ser una especie de rapero en la vida. Se trata de enfrentarte con el lenguaje de otra manera. A la hora de ensayar, ellos se aprendieron el texto en una semana y desde entonces ya aparecía muy vivo en escena.

La puesta es sencilla pero los elementos bastan para significar: los tres gauchos se refugian en un fuerte representado por una tarima de madera levemente inclinada y las Pingüinas descansan sobre unos troncos con sus instrumentos musicales esperando cada intervención. El despliegue no reside en los movimientos sino en la potencia del lenguaje y en la capacidad de los actores para expandir esos sentidos. 

«Pensamos mucho cómo contar las islas porque el texto dice “en un socavón en las Islas Malvinas”. Pasamos por los lugares comunes de dibujar las islas en el piso, no poner nada, hacer una montaña... En un momento apareció la idea de construir un espacio reducido donde estuviese la isla y el mar, entonces pensamos en una tarima. Cuando la pusimos nos dimos cuenta de que tenía que estar un poco inclinada y ahí se armó. Fue bastante rápido y orgánico, construyó sentido enseguida y ahora creemos que no podría haber sido de otra manera».

Para el autor, en la síntesis y lo depurado se termina de construir el sentido porque, al fin de cuentas, las Malvinas funcionan como un espacio mítico para los espectadores: en la mayoría de los casos, no hay una referencia clara porque casi nadie ha estado allí.

¿Cómo pensás la argentinidad representada, nuestra idiosincrasia narrada desde el lenguaje teatral?

Creo que eso ha ido cambiando en mí. En algún momento, cuando hice mis primeras obras y cuando escribí con Mariano Saba La patria fría, tenía cierto territorio cercano a Discépolo en el sentido de la crítica pasional respecto de cómo se construye el ser nacional. Como si uno pudiese leer Babilonia ahora y advertir que seguimos hablando de lo mismo. Pero de un tiempo a esta parte empecé a entender que en el teatro o en la dramaturgia el mayor acto de resistencia es juntarnos y ver algo todos juntos: el hecho de la expectación es el territorio de máxima resistencia en términos de lo que está pasando hoy políticamente que, en lo personal, me preocupa mucho. Sin resignar ninguna bandera, hay que pensar que el acto de mayor resistencia hoy es un grupo de cincuenta personas contemplando lo mismo durante una hora y cuarto, sin una pantalla ni un mandato o una opinión de Twitter que diga que la tierra es plana. En este sentido, creo que el teatro está cumpliendo hoy una función social.

Consultado sobre la actual coyuntura, Binetti destaca la masiva movilización a Plaza de Mayo el 24 de marzo por el Día de la Memoria:

«Son momentos para poner el cuerpo, para ocuparse de hablar, de decir y de intervenir en un territorio donde enfrente hay un vacío psicótico. Estos discursos muchas veces nos descolocan porque es como si vivieran en otro planeta. La cultura siempre tiene ese territorio de la militancia, la crítica y el cuestionamiento incluso con los mejores gobiernos. Es un momento para poner el cuerpo y también es importante que no nos gane lo tanático: la desazón, la depresión y la angustia que intentan generar del otro lado.»

Foto: Alen García

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EL JINETE HELADO
Dirección y dramaturgia: Andrés Binetti
Intérpretes: Héctor Bordoni, Juan Anun, Tomás Landa, Camila Grosso y Carolina Ferrer

TEATRO DEL PUEBLO
Lavalle 3636, CABA
Viernes a las 22 h