Tanto Nayla Pose como Lucía Adúriz tenían un acercamiento personal y afectivo con las obras de La Zaranda desde hace mucho tiempo. Eran fans. Lo que nunca imaginaron, quizás, es que en 2025 –después de un vertiginoso proceso de ensayos y montaje– iban a estar protagonizando Quien sea llega tarde, la nueva producción de la compañía española escrita por Eusebio Calonge y dirigida por Paco de la Zaranda. Nacida en Jerez de la Frontera, La Zaranda–Teatro Inestable de Ninguna Parte viene a mostrar sus espectáculos desde 1988 y su filiación con el teatro porteño es innegable. La nueva pieza está protagonizada por dos mujeres que siguen trabajando en medio del Apocalipsis –al parecer son las últimas que quedan– y, entre archivadores, papeles, máquinas de escribir, teléfonos y escaleritas, tratan de contarse una historia distinta de la que en verdad están viviendo porque aceptar la realidad podría ser insoportable.
Adúriz cuenta que mientras estaba trabajando en El Picadero (en Quiero decir te amo, de Mariano Tenconi Blanco), se enteró por medio de Sebastián Blutrach que La Zaranda andaba buscando actrices para su nueva puesta: “Él sabía de mi amor por la compañía. Yo los había visto muchas veces en Buenos Aires y tenía especial cariño por su teatro, entonces me comentó sobre este proyecto y unió cabos”, comenta la actriz, y dice que cuando leyó la obra le pareció “un Zaranda puro y duro”, aunque en ese momento se le hacía difícil imaginar el montaje: “Son esos materiales que te conmueven y te horrorizan al mismo tiempo”. Adúriz veía en esta convocatoria una oportunidad única para conocer el secreto de la cocina de esta histórica compañía, “para ver cómo llegan a eso que llegan cuando hacen sus obras: esos espacios, esas atmósferas, esos códigos de actuación”.
Pose también fue convocada por Blutrach y, cuando habla de su fascinación por los trabajos de los españoles, destaca ese “llamado de atención del universo Zaranda hacia eso que ellos llaman la liturgia de lo perdido, de la ruina, donde la actuación es un acto de fe pero también algo vinculado a la memoria y la purificación”. En su caso, la lectura la llevó hacia lugares muy precisos: el objeto a punto de desaparecer, los cuerpos gastados, la ruina, el desgarro. “Todo eso me pareció lamentablemente muy actual. Hay algo entre lo sagrado y lo profano, una espiritualidad un poco desparpajada, terrenal, de comunidad. Si bien es muy desgarradora, la obra tiene esta cosa Zaranda que a mí me conmueve muchísimo y es la obra adentro de la obra que se piensa a sí misma, la imaginación la va abriendo y se vuelve una metáfora de la existencia. Hay algo de todo eso que a mí me resuena porque es la razón por la que decidí dedicarme al arte”.
Fueron muy pocos ensayos –treinta– y tuvieron apenas un mes para montarla. Por eso una de las palabras que más se menciona a lo largo de la charla es “intuición”. Se tuvieron que valer de esa rapidez que dan los años de oficio para componer a sus personajes e imaginar la puesta porque, tal como sostiene Adúriz, “no había tiempo para acumular descubrimientos o para la dinámica de prueba y error”. Los creadores querían que esta obra tuviera protagonistas femeninas porque las actrices son más intuitivas, perceptivas y rápidas que los actores. Al ver el resultado, podemos suponer que no se equivocaron.
–La imaginación es una dimensión importante en la obra. Estos personajes se valen de ese último acto para sobrevivir, ¿no? Imaginan eso que podría llegar a ser pero no forma parte de su realidad. ¿De qué manera se vinculan con la imaginación en su oficio?
Nayla Pose: –Ese fue el gran desafío del proceso. La investigación del lenguaje es muy pero muy particular y está muy vinculada a un registro de actuación. Por supuesto contiene un verosímil que es desafiante porque no es realista y el trabajo fue hacer pero desde la imaginación, ir creando una especie de realidad poética que constituía unas leyes. El universo Zaranda tiene una lógica y nosotras la podíamos comprender porque vimos otras obras (lo perdido, lo desgastado, lo inútil, lo viejo), pero había que construirlo en este tiempo-espacio, con estos objetos y con esta compañera. En ese sentido, la imaginación nuestra, del equipo e incluso de los espectadores es la gran protagonista en términos de temática y del hacer.
Lucía Adúriz: –Para mí la obra da con algo que funciona como una gran metáfora del teatro. La actuación es la potestad y la soberanía absoluta de la imaginación; funciona desde y con la imaginación, es una forma de desplegar la singularidad poética de tu visión de mundo, de lo que pensás del mundo. Esto funciona así y esta obra permite dar con esa certeza, apoyarse ahí y hacer una aseveración sobre lo que vendría a importar en la época. Me parece que la imaginación es el último bastión de soberanía personal y colectiva. El aparato publicitario, el realismo capitalista y todas las fuerzas del poder no pueden contra la imaginación: es la soberanía del espíritu, donde el humano es más humano. La obra levanta esa bandera y eso es muy Zaranda, en sus últimas obras está re presente.
Quien sea llega tarde es una historia protagonizada por dos personajes kafkianos en una atmósfera beckettiana; ellas encabezan un pequeño acto de resistencia para defender ese último espacio de humanidad. “Siempre recuerdo una frase que me dijo mi amigo Nacho Bartolone: él dice que Breton dijo que la imaginación no se tiene sino que se conquista”, cita Adúriz, y asegura que “el teatro como forma de arte es la fragua más preciosa para ir a conquistar imaginaciones, para que la cabeza se expanda; es un pensamiento que funciona afectivamente”. En ese sentido, ambas sostienen que la obra “se reactualiza con horror” porque esa realidad que los personajes están negando para refugiarse en la fantasía (siguen trabajando y cumplen tareas como si todo eso no fuera un gran absurdo) se parece mucho a la realidad de los espectadores, a esa que espera a la salida del Teatro Picadero.
La obra puede pensarse también como un gesto de rebeldía en tiempos en los que rige el algoritmo. Los lenguajes estandarizados han triunfado y, por lo tanto, cada vez hay menos sorpresa, menos disidencia, menos heterogeneidad. “Todo se tiene que parecer y surge una forma de ordenarse en lugares ya tipificados. De pronto aparece la IA y se presenta como el epítome de la imaginación humana desplegada en las formas tecnológicas pero en verdad son algoritmos creados por los mismos de siempre. Son imaginaciones de alguien que tiene el poder”, asegura Adúriz, y Pose agrega: “También pienso en lo que dice Suely Rolnik en relación al capitalismo como la captura de la fuerza vital. Creo que desde mis prácticas afectivas, artísticas y amorosas trato de estar muy presente: no hay fórmulas, hay recorridos y un trabajo para que el cuerpo autorice a hablar de ciertas zonas que tienen que ver con la ausencia de neurosis, la animalidad, el salvajismo, todo eso que no puede ser capturado por el algoritmo, el sistema o el dinero. Y me atrevo a decir que nuestro teatro tiene algo de eso: es un espacio de amor, resistencia y pensamiento colectivo, un campo magnético de protección frente a la maldad del mundo”.
–Otro eje clave es el trabajo, algo que por estos días está en discusión con los proyectos de reforma laboral y otras cuestiones. ¿Cómo piensan eso?
L.A.: –Para mí eso tiene dos costados y que la obra hable de los dos al mismo tiempo es un hallazgo. Por un lado, se observa la tarea del trabajo y el absurdo de un mundo hiperburocratizado, la producción humana como algo estéril porque estamos llegando a niveles en los que el consumo y la hiperproductividad se vuelven absurdos. Por otro lado, cuando dicen “es lo único a lo que me aferro” aparece un aspecto de la dignidad del trabajo, un concepto más peronista de la obra que me gusta porque hay que pensar que la corta vida humana de un obrero (como somos todos) está estructurada en aferrarse a una actividad que es la que te da sustento económico. Es un privilegio asociar esto al placer o a algo que te dé vitalidad. Hay algo conmovedor en eso porque el humano es ese absurdo de levantarse todos los días para hacer algo, como si la pulsión de vida estuviera ahí. Por supuesto tiene sus condimentos a pensar por el mundo en el que vivimos pero, a la vez, es muy conmovedor y potente. La obra rescata eso y es muy lindo.
N.P.: –En estos personajes hay algo que me representa mucho. En vez de estar haciendo una actividad que por momentos es salvataje pero que también tiene un costado inútil, ellas utilizan esa misma fuerza de trabajo y la ponen al servicio de algo que las expande: ahí es cuando aparece la imaginación. Dejan de copiar listas inútiles y a través de esa tarea encuentran una salida. Con esa misma pulsión productiva que es la que las mantiene en estado de trabajo, descubren un mundo. Es una imaginación que integra la realidad, no la niega. Ellas empiezan a escribir su propia historia y el trabajo es lo que les revela eso. Me parece que esa posibilidad de imaginar aparece en todos los oficios, no sólo en el campo de la actuación. Es una manera de vivir: una pulsión de vida frente a lo absurdo de la existencia.
En la obra hay un humor sutil que las actrices trabajaron también –una vez más aparece esta idea– desde la intuición. Adúriz alude a la “vieja y peluda estructura (a veces bien usada y otras veces mal usada) del payaso Blanco y el payaso Augusto”, algo que nunca falla. Su compañera piensa en las “duplas beckettianas que se necesitan tanto como se detestan y esa dinámica de rol qua va mutando”. Lo hilarante acá es también un poco triste y se desprende de la atmósfera opresiva que rodea a los personajes más que de las acciones concretas. Pose –quien formó parte de ese hito llamado Open House– recuerda un concepto que aprendió de Daniel Veronese para pensar la construcción de ese humor: lo inexorable. “Cuando algo se hace presente y es inexorable en la escena, ya está. Eso es”.
En relación al diálogo entre la compañía española y el público argentino, Adúriz habla de “unos fans un poco barrabravas que los siguen con fervor” porque “La Zaranda es lo más porteño que hay”. “El sur español, esa parte obrera donde están los olvidados de los olvidados tiene una gran conexión con nosotros. Hay algo muy familiar en cómo usan sus íconos y sus rituales, es como si conversáramos el mismo idioma”. Sin embargo, hay algo que ellas aportan desde la impronta argenta: “Una irreverencia y una prepotencia de trabajo, cierta ferocidad al ir al encuentro de la cosa; caerse, levantarse, limpiarse las rodillas y seguir. Una velocidad asociativa en las peores condiciones. Belleza contra todo pronóstico. Es con belleza que saldremos tocando el bombo en carnaval, levantando las manos porque los que nada tienen, tienen todo. Ellos tienen eso en su teatro pero nosotras lo tenemos en el cuerpo”, dice Adúriz con la misma pasión con la que actúa.
Consultadas sobre la escena actual del teatro independiente, Pose no duda en sintetizar su espíritu con una frase simple y poderosa: “El amor como bandera”. Desde su punto de vista, la escena cambió mucho desde los 2000 porque el teatro comercial abrevó mucho en el independiente, entonces “el desafío es que el teatro independiente no sea un medio sino un fin en sí mismo”. Adúriz coincide con esa mirada y suma: “En ese ejercicio de buscar lenguaje, qué decir y cómo actuar, hay que mantenerse con mucho coraje y bravura para no caer en las trampas de la rentabilidad. Vivimos en un momento en el que está todo tan concentrado y monopolizado que el desafío en el teatro independiente es no copiar lenguajes que parecen rentables por sí mismos. El independiente a veces tiene esa soledad profunda de hacer una obra para seis personas, pero cuando llevás años de practicar el oficio eso se vuelve muy duro. Ahí es cuando arrancan las preguntas incorrectas de por qué te van a ver seis personas”. Conceptos como el éxito o la fama funcionan muchas veces como obstáculos para llegar a las preguntas valiosas, a las preguntas correctas, esas que son capaces de dar vida a los cuerpos con más singularidad y poesía, cuerpos que (por suerte) abundan en el circuito independiente. Solamente hay que ir a buscarlos.
Quien sea llega tarde
Actuación: Lucía Adúriz y Nayla Pose
Dramaturgia: Eusebio Calonge
Dirección: Paco de la Zaranda
Teatro Picadero. Pasaje Santos Discépolo 1857. Domingos 2 y 16 de noviembre a las 18. En junio de 2026 se presentará en los Teatro del Canal (Madrid)