Con su Proyecto camarines, la teatrista Consuelo Iturraspe se dispone a develar fotográficamente la intimidad de aquellxs que se preparan para actuar. El cruce de prácticas como forma poética.
“…pero si la Foto me parece estar más próxima al teatro, es gracias a un mediador singular: la Muerte. Es conocida la relación original del Teatro con el culto a los muertos: los primeros actores se destacaban de la sociedad representando el papel de los muertos” (Roland Barthes)
En los camarines hay concentración, nervio y fiesta. Los actores y actrices tienen esa tendencia a las réplicas hiperbólicas y de pronto a la súbita seriedad. Una honda inspiración, silencio. Y después la escena que siempre obliga a otra semántica de signos y de poses. Los intérpretes saben mentir sobre su pasado reciente. Siendo actriz, dramaturga e integrante del grupo CABEZA Consuelo Iturraspe conoce estos tópicos: bromear con los vestuarios, hacer ejercicios ridículos de calentamiento, tener hondas reflexiones olvidables sobre la práctica teatral frente a los espejos, entre otras cosas. Proyecto camarines, presentado en el FIBA 2020, es la captura fotográfica de la torsión del pie antes de saltar a la suspensión de la realidad. El momento privilegiado del movimiento. Las imágenes de un gris-blanco-negro de Iturraspe pasan del shooting terrorista sin aviso a construcciones levemente más simétricas buscando un sentido lírico. Casi como una declaración de principios éticos de la actuación todos los retratos se desvanecen en la calma y no en la tensión. Velocidad normal de obturación: que los 0 y 1 se decodifiquen a su tiempo. Las imágenes de la muestra devienen naturales, no hay una impronta que las quiera contener (se destacan la gracia de Eddy García, la indefinición postural de Laura Nevole y el culo entangado de Leonel Elizondo). Es un montaje alterno entre distintos espacios que bien podrían ser uno solo. La autora está en la búsqueda pero no fuerza el orden de ese mundo privado. Invasión de la intimidad y documento: Proyecto camarines guarda registro del ser antes de ser. Contradiciendo a Barthes el teatro y la fotografía no tienen acá un destino de hermandad mortal sino que están mediados por algo mucho más vital.
¿Cuál fue el origen personal de este proyecto fotográfico?
–Mi enamoramiento por el teatro y la fotografía. Hace tiempo que quería fusionar ambas disciplinas de algún modo y empecé haciéndolo en los camarines que visitamos con el grupo Cabeza, del que formo parte. Esas primeras fotografías que les tomé a mis compañeras fueron reveladoras: me encontré con un espacio y dos cuerpos que en el proceso de preparación y concentración desplegaban una sub–trama del orden íntimo muy honesta. Recuerdo haber llorado cuando tiempo después de sacarlas, las miré. Sentí que había atrapado el corazón de algo.
En ese proceso conocí a Valeria Bellusci, una fotógrafa poeta que es mi hada madrina de la mirada. Ella me ayudó a descubrir qué es lo que estaba buscando con los ojos. Con su supervisión empecé a darle forma al trabajo de registro en camarines.
Siendo dramaturga y fotógrafa ¿Cómo construís la “dramaturgia” de un retrato?
–La fotografía es una forma preciosa de escribir teatro. Tengo que confesar que las imágenes que no contienen personas me aburren; a mí me gusta salir a capturar personajes, buscar escenas, le pido al mundo un poco de texto. Sin embargo, en este caso en particular fue más complejo, perseguí el despojo de la ficción en personas que se dedican a la ficción, quise documentar la verdad, una dramaturgia del silencio que encontré en esa mirada íntima que sólo es capaz de devolver un espejo.
¿Cómo se preparan los actores/actrices para ese momento donde ingresas en su espacio? ¿Hacen su ritual habitual o más bien buscan una imagen predeterminada?
–La cámara constituye una mirada extranjera que viene, inevitablemente, a invadir, a posarse y a generar algún tipo de tensión. Eso es algo que tenía en claro desde el principio, en especial por tratarse de actores y actrices que están acostumbradxs al público y que encuentran un goce en ser miradxs. Pero sucedió que a medida que el tiempo transcurría y que la espera que compartíamos se agotaba, en los primeros signos de presencia de un personaje, durante algunos minutos, me olvidaban. Mis fotos hablan bastante de esto y me entusiasma del proyecto poder ofrecer un registro incisivo pero espontáneo y generoso en relación al cliché del ego del artista.
¿Qué valor encontrás en documentar la intimidad?
–El desafío de volverme invisible. Me parece que en algún lugar de mi cabeza debe estar instalada la idea de que con una cámara adelante nadie me ve, porque me vuelvo impune, me acerco demasiado. Este poder me concede resultados que me enorgullecen, en términos de verdad. Acercarme tanto a alguien, con cuidado, claro, invadir un poco pero no tanto, y tener la posibilidad de devolver una mirada genuina sobre el trabajo de preparación del artista, es algo que no esperaba lograr tan fácilmente. Estoy muy agradecida con todxs los que me abrieron las puertas de sus camarines porque mis fotos no buscan lo hegemónico, buscan lo real, el rostro atravesado por un espejo percudido o roto, la mirada seducida o seductora, la piel desnuda visiblemente ansiosa, la respiración que hurga, la conversación privada de los cuerpos que se transforman. Y era posible que actores o actrices se sientan incómodxs al verlas, pero sin embargo el valor está ahí, en la postal genuina, la prueba contundente de que en el momento íntimo la otredad pasiva puede hacerse carne de un modo sensible.
Habiendo transitado tantos teatros y camarines ¿Recordás alguno donde ya sea con el personaje o con el espacio tuviste un vínculo particular?
–El registro de El hipervínculo en el Teatro San Martín fue para nada olvidable. Treinta actores dispersados en al menos 10 camarines, una lista de excell que me especificaba a quién encontraría en cada puerta, atravesar la semántica de cada espacio con velocidad, atender conversaciones diversas con la adrenalina de un zapping “del atrás” espectacular, sentarme a esperar a quienes estaban en la peluquería, fotografiar objetos, capturar la comodidad, visitar y que me visiten, preguntarme qué es un camarín al descubrir que el tránsito aparente hacia cada personaje en realidad sucedía en los pasillos.