En ¿Hay un mundo por venir?, Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro, abordan la temática del fin del mundo, analizando desde productos culturales hasta las teorías más lúcidas sobre una amenaza que nunca estuvo tan vigente como ahora.
Además de ser cónyuges, Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro encabezan la elite del pensamiento contemporáneo brasileño. Filósofa ella, antropólogo él, en 2014 escribieron a cuatro manos ¿Hay un mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines, libro que recién este año llegó traducido a la Argentina a través de la siempre inquieta colección Futuros próximos de la editorial Caja Negra. Más puntual imposible, si tenemos en cuenta al más estricto presente que incluye los recientes incendios en Amazonas o las manifestaciones mundiales contra el cambio climático lideradas por la joven sueca Greta Thunberg en el prime time de las noticias.
Si bien el libro en sí es un estudio notable sobre la vieja idea del fin del mundo y su representación en ciertos productos culturales al calor de la crisis ambiental de nuestros días, ya desde sus paratextos -los dos prefacios a la segunda y a la presente edición- empieza a instalarse esa sensación de desfasaje, por un lado, y por otro de absoluta urgencia que va a habitar todo el texto. Porque es imposible asomarse a este libro sin sentir que detrás de cada página corre un reloj de arena del cual depende nuestro destino; no hace falta aguzar demasiado el oído para escuchar el tic tac de esa bomba de tiempo capaz de cargarse al planeta y sobre todo a la especie. Vale la pena detenerse en esos prefacios. “Las cosas cambiaron tan rápido que resultó difícil acompañarlas” se lee al comienzo del primero. La frase, que pertenece al filósofo francés Bruno Latour, aparece también en un capítulo, pero repetida aquí adquiere nuevas significaciones. Todo prefacio es una advertencia. Lo que se alerta en este, además de todas las novedades sobre el tema en el lapso entre las dos ediciones, es el cambio de signo político mundial con la “reciente” elección de Trump como presidente de los Estados Unidos, a quien los autores no dudan en tildar de “negacionista”. Si ese primer prefacio era de orden global el de esta nueva edición se mete de lleno en la política brasileña. Luego de un tirón de orejas al PT -“sacaron de la miseria a treinta millones de brasileños, pero lamentamos que no hayan logrado realizarlo de un modo más inventivo”- llega el amenazante diagnóstico acarreado por el impeachment a Dilma Rousseff y la inminente llegada al poder de Bolsonaro: “frente a esta nueva situación, las críticas al desarrollo ecocida y etnocida de los gobiernos anteriores al golpe de 2016 presentes en nuestro libro se vuelven exiguas”. Y es entonces cuando uno no puede evitar pensar, frente a los últimos acontecimientos, que falta todavía un prefacio más: el que hable no solo sobre el Amazonas ardiendo como nunca sino de cómo se cumplieron con creces las peores profecías sobre la presidencia de Bolsonaro. La lectura de este libro hoy está totalmente teñida por ese prefacio que falta.
“Prácticamente todo lo que puede ser dicho sobre la crisis climática se vuelve por definición anacrónico y desfasado”, sostienen los autores, “y todo lo que debe ser hecho al respecto es necesariamente muy poco, y llega demasiado tarde.” ¿Hay un mundo por venir? no trae buenas noticias. Para empezar pone sobre el tapete una reflexión que muchas veces suele pasarse por alto en los discursos ecológicos: la posibilidad de que, antes que el planeta, los que desaparezcamos seamos nosotros. Para Danowski y Viveiros de Castro el Antropoceno – término acuñado por el premio Nobel Paul Crutzen para designar la nueva era geológica en la cual vivimos- no sólo marca las huellas del paso del hombre en el planeta sino también la de su desaparición: “el Antropoceno solo podrá dar lugar a otra época geológica mucho después de que hayamos desaparecido de la faz de la tierra”, escriben y vuelven a citar a Latour: “La revolución ya sucedió… los eventos con que tenemos que lidiar no están en el futuro, sino en gran parte en el pasado (…) sea lo que sea que hagamos, la amenaza permanecerá con nosotros por siglos, o milenios.”
Otra vez el desajuste temporal y la inminencia del desastre. Pero a pesar de su inexorable gravedad y su tono apocalíptico no todo es tan pesimista en ¿Hay un mundo por venir? A través de una fascinante expedición intelectual que incluye citas de Thom Yorke y T.S Eliot, referencias a grandes filósofos como Kant, Heidegger o Leibniz, un riguroso estado de la cuestión retomando a los principales especialistas en el tema, películas de Lars Von Trier, Abel Ferrara y Bela Tarr o libros de Cormac McCarthy y Philip Dick que ilustran y aportan pistas sobre los múltiples finales del mundo posibles, y sobre todo gracias a una virtuosa erudición siempre al servicio de la reflexión lúcida, Viveiros de Castro y Danowski avizoran una solución factible ante la amenaza de un final. Tal vez la clave sean los indios, a los que califican como especialistas en “materia de apocalipsis, de pérdidas del mundo, catástrofes demográficas y fines de la historia”. Sobre el final del libro se lee, no sin cierto grado de emoción: “para los pueblos nativos de las Américas, el fin del mundo ya sucedió, cinco siglos atrás”. Y los autores imaginan la conquista como las invasiones alienígenas que abundan en el cine catástrofe de ciencia ficción: “Si la América indígena de los siglos XVI y XVII representó, para los humanos que la invadieron, un mundo sin hombres -ya sea porque ellos la despoblaron objetivamente, ya porque los hombres que encontraron allí no cuadraban en la categoría de los “humanos”, los indios sobrevivientes (…) se vieron, a la inversa, como hombres sin mundo, náufragos, refugiados, inquilinos precarios de un mundo al que ya no podían pertenecer (…) Y, no obstante, inesperadamente, muchos de ellos sobrevivieron.” Tal vez ellos sean, como canta Caetano Veloso, más avanzados que la más avanzada de las más avanzadas tecnologías y en la historia de su devenir encontremos las coordenadas hacia un futuro posible. Pues ya se sabe que la única esperanza es la de los desesperanzados.
Por Martin Caamaño