En su última novela, el británico Julian Barnes se inmiscuye en la intimidad de una relación dispar entre un adolescente y una mujer adulta. La única historia puede leerse como una reescritura de Lolita de Nabokov al calor de la revolución feminista.
¿Se puede abolir el pasado? Es decir: ¿se puede a la luz eufórica del presente borrar lo que antaño nos parecía preciado? A estas preguntas nos somete la lógica del “cancelled”. Amamos las películas de Woody Allen pero como está acusado de abuso se nos pide que ya no las veamos. Lo mismo con Michael Jackson. Siempre supimos que su comportamiento con los niños era por lo menos sospechoso pero ahora, que esto se corrobora en una serie de TV, ya no somos capaces de escucharlo. Una pregunta factible sería qué hacer con el placer que tiempo atrás nos suscitaron las películas de Allen o las canciones de Jackson. Pero quizás sea más inquietante preguntarse qué pensar cuando nos encontremos descostillándonos de risa si enganchamos esa secuencia entre Woody y Christopher Walken en Annie Hall o moviendo el piecito cada vez que en una fiesta suena “Billie Jean”. Una posible definición de clásico es aquello que conserva vigencia más allá de su época; ese objeto que es capaz de metamorfosear su sentido según el tiempo en que se lo estudie y que, a pesar de haber sido creado en otro contexto histórico, sigue interpelando el presente. La lógica del cancelled hace peligrar la idea misma de clásico. Sino tomemos, por ejemplo, la novela Lolita, leída al calor de la nueva revolución feminista. La obra maestra de Nabokov encuentra dos destinos posibles: ser abordada bajo el prisma de este cambio de paradigma -discutirla, repensarla, en una palabra leerla- o sumirla en la arbitrariedad del cancelled. La única historia, última novela del británico Julian Barnes, puede funcionar, además de como una inteligente novela feminista escrita por un hombre, como una posible propuesta superadora sobre de qué forma podría no ya leerse sino reescribirse Lolita hoy.
La única historia comienza con uno de esos íncipits, que suenan a desafío o a máxima irreversible, con los que Barnes últimamente viene abriendo sus ficciones. Si en Niveles de vida (2013) se leía eso de “Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia…”, ahora, en La única historia, leemos: “¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos?”. El tono es el mismo. La única historia a la que refiere el título es la de Paul Casey y su relación con Susan Macleod, una mujer casi treinta años mayor que él. Barnes ensaya una posible reescritura de Lolita pero no sólo invierte el género – al hombre mayor apasionado por la menor de edad de Nabokov opone la mujer casada de 48 con el adolescente de 19- sino que subvierte casi todos sus tópicos. Primero ninguno de los dos protagonistas tiene pretensiones artísticas ni está relacionado de forma directa con la literatura (Paul es estudiante de Derecho y Susan una esposa infeliz) por lo tanto los juegos de lenguaje y las referencias eruditas a la Humbert Humbert brillan por su ausencia. En cambio, encontramos una prosa límpida y despojada siempre precisa y elegante. Segundo, La única historia hace pie ahí donde Lolita termina. Sobre el final de la novela de Nabokov, Lolita pierde el encanto de la juventud y se vuelve una mujer vulgar y sin gracia -algo que también Durrell hace con su Justine en El cuarteto de Alejandría. Pero Barnes no. Barnes mira a los ojos a la vejez no solo de Susan sino también de Paul. La degradación de su vínculo y los desesperados intentos de Paul por salvar a Susan de la depresión y el alcoholismo hermanan el tramo final de La única historia con Sylvia de Leonard Michaels, otro relato de amor trunco y recursivo. Barnes escribe: “a los alcohólicos varones se les permite ser divertidos, incluso conmovedores (…) Pero las alcohólicas, lo bastante mayores para saber lo que hacen, para ser madres, hasta para ser abuelas, son la más baja ralea”. En esa clase de reflexiones se intuye la postura feminista de la novela. A pesar de ser una historia ambientada mayormente en la segunda mitad del siglo XX, la mirada de Barnes sobre la mujer tiene la más rabiosa actualidad.
Por último, y tal vez sea uno de los mayores logros de la novela, es que La única historia carece de cualquier atisbo de esa pasión que ya en Lolita se explicita desde la primera frase. Es un verdadero hallazgo el modo en que Barnes logra contar un amor prohibido (diferencia de edad, infidelidad) sin apelar a ningún golpe de efecto. Como Paul se vale de su memoria esquiva, muchos highlights de la relación -el momento en que Paul y Susan se conocen jugando al tenis, su primer encuentro sexual, cuando su romance sale a la luz- se narran con total serenidad bajo la forma vaga de un recuerdo impreciso. Barnes deja de lado los lugares comunes y se encarga de contar la vida y el paso del tiempo otorgándole el mismo peso a situaciones trágicas como banales. En un pasaje leemos: “se ‘comprende’ el amor más tarde, la ‘comprensión’ del amor bordea el sentido práctico, se ‘comprende’ el amor cuando el corazón se ha enfriado”. Lo dice Paul pero Barnes lo pone en práctica. La única historia es una tragedia escrita con el corazón frío.