Entre protocolos de ingesta y crónicas de percepción alterada, Hachís de Walter Benjamin revela una zona inédita de uno de los pensadores más influyentes del siglo XX.
“Así en lo narrado queda el signo del narrador, como la huella de la mano del alfarero sobre la vasija de arcilla” (Sobre algunos temas en Baudelaire)
La relación entre pensadores “liberales” y drogas no siempre se encuentra exenta de la más rancia moral. Los escritos sobre la cocaína de Freud son un acopio de conclusiones, de relatos sobre los efectos de la droga y de un tráfico epistolar entre saque y saque. Freud citando a un médico alemán (Erlenmeyer) la apodó: “El tercer azote de la humanidad”, aún peor que la morfina y el alcohol. Ya se sabe, hay que desconfiar de los médicos hablando de sustancias intensas para los cuerpos. En el otro extremo, Michel Foucault, enemigo acérrimo del poder-médico-policial, en su departamento de la Rue Vaugirard tenía su “Rincón Malher” en referencia a la música que escuchaba en las fiestas con sus alumnos entre teoría francesa, mambos lisérgicos y cocaína (todo muy griego).
De algún modo, eso que el pensador francés sesgó a la esfera pública, Walter Benjamin en su Hachís trata de convertirlo en experiencias narrativas e intelectuales (siendo “experiencia y narración” y sus respectivas crisis, dos ítems recurrentes dentro de su trabajo).
El libro recientemente publicado por Ediciones Godot, compila una selección de textos que pueden dividirse entre protocolos para la ingesta del hachís o el opio, y las crónicas de los efectos anunciados, destacándose “Myslovitz-Brunswick-Marsella” (un relato personal que el autor decide relevar en tercera persona). Con respecto a los protocolos o reglas, la lectura de estos rememora el estilo de ciertos manifiestos vanguardistas debido a su rigurosidad en el ilogismo.
Nuestro prejuicio nos haría suponer que cuando un grupo de intelectuales (entre los que se encuentra Ernst Bloch, cercano a los genios de Frankfurt) se disponen a “fumar sustancia” los cuelgues y delirios rozan la sabiduría oracular de Delfos, pero Benjamin se encarga de desmitificar tan grosero error: “Apenas abre la boca nuestro compañero, nos desilusiona en gran medida. Lo que dice es infinitamente inferior a aquello que a nosotros, si se hubiera callado, nos habría gustado esperar y creer de él de mil amores. Nos decepciona de un modo doloroso con su desvío del foco en el objeto más grande de todo interés: nosotros mismos”.
Escritos entre finales de los años 20 y comienzos del 30, y en gran parte inéditos, estas páginas guardan relación en su genética textual con la cosmogonía del autor. De algún modo esperamos que sus procedimientos poéticos se acoplen con aparatos conceptuales: “En verdad, dentro del muñeco se sentaba un enano jorobado, maestro de ajedrez, que le movía la mano con unos cordeles (…) Siempre deberá ganar el muñeco cuyo nombre sea Materialismo histórico” (Sobre el concepto de historia. Tesis I), y también festejamos sus axiomas eficientes: “La tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de excepción en el que vivimos es regla” (Tesis VIII). En Hachís, los aciertos literarios caen de buena gana en la descripción de las impresiones que la sustancia ofreció como un don: “Me acuerdo de una fase satánica. El rojo de las paredes se volvió decisivo para mí”, “Pero luego el libro se convirtió enseguida en lo que quizás representa un libro en la mano de un poeta para un escultor un poco académico que tiene que hacer una estatua de dicho poeta”. “Uno sigue los mismo caminos del pensamiento que antes. Solo que parecen sembrados con rosas”. Ante la crisis de la experiencia que denuncia Benjamin (“La cotización de la experiencia ha caído”. El narrador) y que las vanguardias fracasan en su intento de conmocionar, Hachís consigue algún tipo de redención: la redención de la propia Subjetividad vía la Experiencia.
Epílogo: En el prólogo, Martin Kohan (1917, editado también por Godot) traza una cartografía sobre el material poniendo de relieve la relación entre la escritura, la lectura y el hachís. En el final, Kohan celebra lo importante: “Todo parece estar bien otra vez: Walter Benjamin se ha puesto a escribir.”