Una letra, un viaje, un sol artificial.
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Una letra, un viaje, un sol artificial.

Oslo , la segunda novela de Martín Caamaño, despliega en tiempo presente los recorridos de tres personajes atravesados por el silencio y los deseos truncos.

6 de septiembre de 2022

La luz y el calor de un sol artificial no se pueden comparar con los del Sol verdadero: son parecidos, son casi, pero no son. Y al mismo tiempo quizás sean mejores que la oscuridad y el frío. Una cosa en lugar de la otra. Una cosa maquinada culturalmente en lugar de otra que ha surgido naturalmente. Esa es la boca que traga a los protagonistas de Oslo, la segunda novela de Martín Caamaño.

Hay tres personajes centrales cuyas historias se van alternando como un efecto de abanico o dominó circular: Oso, Anita y Manuela. El narrador se va dedicando a cada uno de ellxs urdiendo la trama que quienes leen van tejiendo también en sus cabezas. La narración en tiempo presente genera ante lxs lectores hechos que suceden delante de sus ojos, como si fueran didascálias de un guion o un texto teatral: la acción no es sino aquí y ahora, el pasado se actualiza siempre, todo el tiempo.

Lxs protagonistas se mueven en la oscuridad de un anhelo: quieren algo que no les corresponde. Y entonces buscan el reemplazo, encarnan el reflejo humano y desesperado de continuar de alguna manera. Lo interesante es que ningunx parece ilusionarse con esa sustitución. Son personajes que asumen sus pasos. Se hacen fuertes o se anestesian. Toman decisiones para seguir viviendo: reemplazamos para no detenernos, reemplazamos porque no encontramos otras maneras, parecen decir. No hay lugar para caprichos ni gestos de arrojo. El romanticismo es un papel que se va arrugando. Pero toda acción tiene su costo, y entonces aparece el subjuntivo torturando con su “qué hubiera pasado en cambio si”, esa molestia dolorosa que acecha a los personajes sin arrancarles el grito. Hay pocos diálogos en el relato, el silencio de esas vidas se vuelve palpable, sustancial.

Entre Oso y Oslo hay una letra de distancia, una distancia que es una vida entera. Oslo es la ciudad nórdica a la que quiere viajar Manuela. Existe una fascinación por ese lugar lejano: otro paisaje, otra temperatura, otros seres y otra lengua. Anita también se mueve de su ciudad a Mar del Plata, que parece de paso, de vacaciones, pero que se transforma en lugar de permanencia. Ciudades con mar en las que el mar se suma a la costumbre: es sólo una oscuridad que se ve de refilón, a velocidad, como le pasa a Manuela yendo en la moto con Milton, algo brutal que se adormece. Que es necesario adormecer. Río de Janeiro es otro espacio lejos de las postales y las comparsas, un rincón del mapa en el que sería posible aislarse y liberarse de lo anterior. Jugar a eso.

La necesidad de ser extranjeros es la de no tener que dar explicaciones ni responder a nada. En esta historia sustituir y desplazarse van juntos, porque no es posible quedarse en el lugar de siempre con la molestia de sustituirse unx mismx, de desencajarse así. Abandono, olvido o postergación. Los hilos de cada personaje y sus acciones van escribiendo la pregunta subyacente por la identidad: quién es unx cuando ha dejado la tierra, el nombre, el ser amado. Qué se escribiría en ese espacio que queda vacío.

Por Catalina Larralde

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