La jefa de redacción de la mítica Cerdos & Peces me cita en un bar. Mi excusa para proponerle un encuentro: reseñar la que fue su primera novela “Tu maquillaje de fuga se evapora con la luz” reeditada este año.
Llueve en Buenos Aires. El agua destiñe el concreto y la calle Defensa es un pasaje por el que ingreso al entramado de un mundo al que asistí, gracias a la droga que son los libros. Se sienta en la mesa Andrea Álvarez Mujica (Vera Land). Empezamos a hablar.
Vuelve el barco de Cerdos & Peces. El nombre de la revista underground, que circuló entre los 80 y los 90, está estampado con su logo en el libro que ella me entrega. Es ahora una editorial fundada por quien tengo justo enfrente. La novela que busqué años después de su primera edición (2001), y con la que nunca pude dar, al fin encuentra mis ojos y mis manos.
Me interno en la trama. Muy pronto agradezco no haber leído este libro cuando tenía veinte. Era todo lo que quería leer en ese momento y me hubiera dado el material exacto para convertirme en la bandida sexy que siempre quise ser. "Tu maquillaje de fuga se evapora con la luz" es un elogio a la noche porteña. Quien haya transitado sus húmedos adoquines sabrá bien cómo encontrar el goce.
Personajes frenéticos y coloridos. Un pedazo de juventud y locura. El parque Lezama y su respiración de bestia dormida. La noche un personaje más en la carnalidad del presente. Con pupilas dilatadas me como el fluir de la historia. Me dejo envolver por la vorágine. El libro tiene un efecto droga.
Dos chicos y una chica deciden, de acuerdo al plan, robar la caja de la disco que está de moda: Saturno. Su chapa de habitués los vuelve expertos. Es su primer atraco y están nerviosos. Necesitan el dinero, pero su propio anhelo cinematográfico y ficcional convierte al robo en algo divertido y emocionante para ellos.
Otra banda los cruza, tiene otros planes, es la banda de los que trabajan y asisten al detrás de escena de la discoteca. El seguridad, la chica de los tickets, el que hace los monólogos, la actriz que sale a escena y la que vende las sustancias del placer. Ellos también cuentan su propio destino en esa noche ardiente que le hace un tajo a la línea de tiempo. Es el año 2001, el uso del celular es incipiente y todavía existe el encuentro humano no fortuito en esquinas y bares. La época ideal para que un robo inexperto resulte interesante para la literatura. Una sola noche basta para contarlo todo.
El narrador nos lleva de un lado al otro del parque Lezama, nos mete en la discoteca y nos saca al frío de junio. Nos sumerge en los sentires de nuestros personajes más queridos y en los de las chicas que simplemente bailan en el centro de la pista o los que aguardan el amanecer para armar los puestos de la feria. Todo se circunscribe a un presente histórico. Esa noche es todas las noches analógicas.
La novela expresa una fantasía porteña. Para quienes se nutrieron de libros como Menos que cero de Ellis, Días de ron de Thompson, y Factotum de Bukowsky es hallar una narrativa nocturna y cercana, con personajes que existen, y aún están entre nosotros. La novela hace un recorte del tiempo que todavía vive: La noche. Esa eternidad del efímero instante que no se añeja. La fuga que se sostiene a pesar del paso de los gobiernos, las modas y los paradigmas económicos. Bailar enajenados bajo las luces intermitentes como única misión y revolución ante el status quo y los discursos anquilosados. No hay que hacer arqueología para encontrar hoy esas emociones en Buenos Aires.
La narración tiene momentos exuberantes de prosa poética, muy visual. Un goce en la descripción estética de la nocturnidad. Brillos y sudor. Saliva y polvos mágicos, como lubricantes necesarios para fundirse en la noche y atravesar la discoteca entre los cuerpos que danzan.
El libro increíblemente termina en dónde empezó la tarde de nuestro encuentro, el Británico. Vuelvo a la mesa del bar donde estoy con ella: Vera Land, la maga de este asunto y de otro que le estoy por mencionar: El legado imaginario de Cerdos & Peces. Quienes hicieron la revista idearon una forma de hacer periodismo con características únicas y exóticas. Sin entender en qué andábamos exactamente, algunos periodistas y escritores asistimos a ese entramado, a la abstracción que quedó flotando y de acuerdo a eso realizamos nuestros propios proyectos locos. Ese terreno metafísico es por estos tiempos una escalera de oro hacia un pensamiento y un modo que nos eleva de la oscuridad actual.
Andrea me mira a través de sus lentes y responde: Siempre que las rojas velas del barco nos lleven y el contexto no nos invada rotundamente, hacer una revista será trazar una utopía.