Desde la literatura de no-ficción, la crónica y la autobiografía Camila Fabbri rastrea y documenta testimonios de los sobrevivientes de Cromañon y su vida después.
Y el Sr. Capote dirigiéndose a sus discípulos dijo: “La escritura fáctica con todas las técnicas de la ficción –algo que un periodista jamás pensaría en utilizar– es un arte tan elevado como la ficción moderna, y sin duda capaz de superarla”. Después de A sangre fría o de Operación masacre de Walsh, los límites de la ficción de la literatura con el periodismo (o sea, la realidad, supongamos) se blurean. Nace el Non-fiction. “Creo que la literatura de no ficción, o ese híbrido que encontré para escribir este mapa de Cromañón era la única manera posible de documentar la experiencia propia y la periferia. Dar cuenta de la época en los detalles más pequeños, tal vez esos que se olvidan. Me entusiasma y me conmueve el género no-ficción, ese documentar al otrx haciendo foco en lo que uno alcanza a ver o lo que uno deja de lado. Ese montaje de la vida de lxs otxs me parece un género superador.” – dice la actriz, directora y dramaturga Camila Fabbri. Su reciente novela El día que apagaron la luz no solo es una crónica en primera persona sobre el suceso-Cromañon y sus daños colaterales, es también el documento de esa época de transición de la crisis 2001 al crecimiento Kirchnerista, de todos los consumos 2.0, de estilos, de lugares, de modos. Inevitablemente el texto tiene elementos de Bildungsroman : novela de iniciación.
-¿Escuchaste Callejeros?
-Todavía no. ¿Está bueno?
-Sí. Son el Futuro.
Hubo un silencio.
-¿Querés ser mi novia?
La adolescencia está estructurada como una ficción y también tragedia. Primeros besos, novios, experiencias, prácticas, ingenuidades, a veces como fondo a veces como figura. Pese a que todos las memorias son forzadas a la periferia de los días de Cromañón, se produce una filtración de lo bueno que estaba ser joven y empezar a vivir esa etapa. “Sí o sí fue necesario poner en contexto la época, esa fue gran parte del trabajo de construcción del relato. Creo que en parte eso es lo que transforma al libro en una novela, ese poder involucrarse con el contexto. La descripción era parte de la necesidad de poder situar a quien lee directamente ahí. Nuestra adolescencia estuvo atravesada por esas costumbres, esas marcas, ese consumo desbocado de la música en cd y mp3. Sin esos nombres propios hubiera sido otra historia.”
Vivir como un sobreviviente.
La narración avanza traccionada por los actos de la memoria. El día que apagaron la luz desarrolla es una forma clara y secuenciada un grupo de subjetividades (a las que intenta dar una voz particular y diferenciada) narrando su pasado y su presente para dar cuenta de cómo la vida estándar de los protagonistas se convirtió en otra cosa. La nostalgia de esos años maravillosos, del mundo desplegándose frente a ellos queda en suspenso cuando un testimonio informa sobre las secuelas del ácido cianhídrico (el humo negro).
Tomaba la misma cantidad de remedios que un anciano muy longevo, pastillas para los nervios porque me quedaron dañados.
El estudio se basaba en darte shocks eléctricos para que el músculo se contraiga. (…)Ahí entonces podían saber con certeza cuánta electricidad podía pasar por ese nervio (…) Es lo más doloroso que recuerdo haber vivido.
Este relato pertenece a Joaquín y es uno de los testimonios más concretos del libro. Ante cualquier suceso trágico surge el interrogante de cómo comportarse frente al que sobrevivió. “Es muy compleja la idea de supervivencia. En mi caso no existe tal rótulo, no me atrevería a nombrarme así, aunque por supuesto me siento muy cerca de esa noche. Pero tengo amigxs que realmente sobrevivieron, que salieron de Cromañón casi sin respirar y al mes estaban corriendo colectivos por Avenida Córdoba quedándose sin aire con apenas dieciséis años. Ellos entienden que eso que les pasó los transforma en sobrevivientes, pero no es una palabra que se quiera usar. Para ellos es una palabra con cierta utilidad burocrática, que comprende todo lo que vino después en relación al Estado, pero es muy difícil que se autodenominen así. Es curioso como una tragedia te convierte en alguien más, en otra cosa además de lo que ya sos”. ¿Cuál es la fascinación por el relato del sobreviviente? Cualquiera que haya atravesado una situación cercana a la muerte merece un momento de nuestra atención. Se le atribuye una experiencia mística.
Joaco sigue recibiendo el abrazo y Nicolás no lo deja ir. Ese día todos descubren cómo la idea de supervivencia tomó cuerpo en Joaquín.
En unos de los testimonios del libro una de las protagonistas reflexiona : “ A los 15 años no pensás en la muerte. De repente tuvimos que pensarla”. ¿Cómo lo llevaste vos eso?
–Es curioso porque mi recuerdo es realmente no pensar en nada a los quince años. Es no haber podido pensar, es haberme vuelto para adentro y haberme inflado de angustia como un globo desangelado. Con el tiempo eso empezó a decantar. Necesité que así fuera, y creo que también lo mismo le pasó a mis amigxs. Pudimos empezar a contarnos entre nosotros anécdotas de lo que habíamos visto y sentido, creo que sin el peso de la gravedad real. Esa conciencia llegó después y entendimos que habíamos crecido con algo a cuestas.
Ante explosiones de muerte a gran escala los cuerpos jóvenes son los más solicitados, ya sea en guerras, pandemias venéreas, revueltas y revoluciones, o en luchas contra cualquier representación del poder. Cromañón fue el último hito local de una larga cadena de exterminio donde los jóvenes que no piensan en la muerte de golpe asumen que son ellos quienes corren más peligro de extinción pagando el precio de vivir demasiado.
El día que apagaron la luz de Camila Fabbri da cuenta de este fenómeno.
Juan Ignacio Crespo.
Género y literatura. No existe tal cosa.
Fabbri no deja de lado su trabajo en el área escénica. Llevará adelante, junto a Eugenia Perez Tomás, Recital olímpico: un encuentro entre Nika Turbina y Nadia Comaneci. No parece haber una preferencia por la plataforma que sirve de soporte a su producción poética.
–En tu instagram hay una foto de un escrito callejero que sentencia: “La poesía es un deporte extremo”. ¿Qué sería entonces la literatura?
-Buena pregunta. Ese escrito callejero lo encontró mi amiga y colega Eugenia Pérez Tomas en un viaje que hizo al viejo continente. Nos sirvió como puntapié para empezar a escribir nuestra obra nueva “Recital olímpico”, la que estrenaremos en marzo en la sala Sarmiento del Complejo San Martín. Nos encendió las ideas en un segundo, sobre todo porque también la acompañamos de esta otra frase tan famosa de Anne Carson: “Si la prosa es una casa, la poesía es alguien en llamas corriendo a través de ella”. Me gusta entonces pensar que la literatura es una gran casa con muchas habitaciones, medio abandonadas, tal vez jardín pero también pantano. Dentro de esa casa conviven muchas formas y géneros conformes y deformes. La estructura mayor, el cimiento, es la literatura y ahí dentro se alían nuevas formas para que surjan infinitas posibilidades de narrar.
-Hace un tiempo hay una suerte de “boom” de narradoras mujeres que la crítica cultural se empeña en definir y construir. ¿Te parece que es anacrónico hablar de “literatura femenina”?
-Pienso que siempre hubo escritoras. Incluso la denominación “escritoras mujeres” me parece un ruido molesto. No existe tal cosa, incluso la conversación al respecto también me parece anacrónica. Las mujeres que escribieron siempre escribieron, tiempo pasado o presente; lo único que varió en este tiempo es el foco crítico y mediático como bien decías: “las escritoras mujeres conquistan los premios internacionales” No. Hace tiempo que esto viene pasando, lo único que va variando es la necesidad de llenar las páginas de la novedad con estas frases gastadas. Por supuesto que no puedo negar que una corriente feminista en el ambiente artístico intervino estas oleadas de atención, pero no son hechos aislados. Las artistas siempre trabajaron aunque fuera en los márgenes, tal vez ahora es tiempo de brindarles los espacios que les fueron negados. Nada apareció, nada es un boom. Siempre estuvo ahí.
Fotografia Franco Miguens