Dirigir un proyecto de graduación de la U.N.A supone un desafío mayor al de montar cualquier otro espectáculo, incluso en el circuito independiente: 14 estudiantes-actores/actrices que no fueron seleccionadxs por lx directorx, sino que se anotaron en una cátedra y sólo un cuatrimestre para armar un espectáculo donde cada unx debe tener su lugar de protagonismo. Cualquier directorx podría sentirse sobrepasadx por estas circunstancias, y que eso se vea en el resultado del espectáculo. Por suerte, esto no es lo que sucede en “Las vidas probables”.
El espectáculo dirigido por el Licenciado en Dirección Escénica y en Actuación (U.N.A), Pablo D’elia, es sólido, con un dispositivo escénico muy eficaz que hace que lx espectadorx pueda entender el código a poco de andar. Casi de manera cinematrográfica, se presentan 14 historias que se entrelazan de modo fragmentario pero con una frescura que se agradece. La temática que trata, quizás más madurada en ambientes universitarios (probablemente aún más en los artísticos), es simple pero no por ello poco importante en los tiempos que corren: ¿Hay género en el amor?. El modo de tratar este tema es quizás lo más jugado, ya que, lejos de poner el amor libre en boca de bohemios deconstruidxs, lo hace en el espacio donde la legitimidad de los vínculos amorosos se disputa: la religión. Es la ángel Gabriela la que baja del cielo para habilitar una mirada del sexo y del amor más allá del odioso binomio hombre-mujer.
En la tierra, nos encontramos con numerosos modos en los que se tramita el amor: los amores nuevos y excitantes, aquellos que poco a poco van perdiendo su sentido, los que unen personas que casi nada tienen de común, los amores de película que jamás llegan a buen puerto, los amores familiares… Todos ellos que tienen algo de prototípico que hace que el público pueda identificarse, pero al mismo tiempo el montaje poco realista hace que se produzca un sano distanciamiento.
La puesta en escena es muy interesante: todxs lxs actrices y actores están en escena todo el tiempo cooperando con la trama que se desarrolla: ya sea ayudando a dirigir la atención del público, oficiando de escenografía o de fondo. El modo en el que esto se hace es sumamente innovador y divertido ya que por momentos el ensamble compone un cuadro que un personaje pinta, en otro son los usuarios de una montaña rusa o los muertos de una morgue. Esto le brinda un dinamismo al espectáculo que hace que la mirada de lx espectadorx se mantenga siempre activa. De esta manera, con un gran nivel de síntesis y una destacable precisión en los cuerpos, se construyen los diferentes espacios donde transcurre la obra.
El texto no tiene su fuerza en crear historias que nos parezcan originales (a excepción claro, de la ángel Gabriela que baja del cielo) pero sí en volver poéticas situaciones cotidianas. De esta manera, una discusión de pareja como cualquier otra destaca frases que nos paran la oreja y nos hacen imaginar un significado más profundo que el que se espera de una simple disputa.
Lo que para mí es realmente destacable de Pablo D’elía, en tanto director y docente de estos jóvenes artistas, es su capacidad para potenciar el trabajo actoral de cada uno de sus intérpretes. Él ha sabido leer las fortalezas de cada unx y las puso a trabajar en pos de un trabajo colectivo. Lxs 14 actores y actrices se ensamblan perfectamente sin perderse en la masa: cuando son figura, todxs componen personajes adorables y muy bien definidos y, cuando son fondo, mantienen una presencia actoral que obliga al público a estar allí, con ellxs.
Un espectáculo que invita a la reflexión de un modo descontracturado y nada solemne que, discutiendo con la religión, plantea que no hay una verdad, hay verdades provisorias que nos construimos para poder seguir en este fugaz paso por la tierra y todas ellas son válidas.