Ya el nombre de esta obra genera una risa nerviosa. Difícil quedar al margen: alguna vez habremos oído (o dicho) esa misma frase con sarcasmo, con bronca y un trago de alguna bebida.
El argumento de este unipersonal, escrito y dirigido por Cecilia Meijide, es simple: una mujer se prepara y ensaya el momento en que se reencuentra con su ex para firmar los papeles del divorcio. La firma es inminente y no durará demasiado, pero con el divorcio no se pacta el olvido ni queda anulado el pasado. Es justamente ahí, entre la inmediatez de un documento y la infinitud de un duelo, que se encuentra esta mujer interpretada por Vanesa Maja.
Todes hemos vivido separaciones o las hemos visto en películas. En este sentido, la obra se atreve a resignificar lugares comunes con un texto que, con humor y sensibilidad, dice siempre retruco y una actriz con un enorme manejo escénico. Maja atraviesa el proceso de una mujer a quien su mirada y entorno se le van transformando, literalmente. En la bronca y añoranza, pone en escena todo lo ridículo e incómodo que tiene el dolor. O en términos del propio personaje: lo conchuda que es la nostalgia. No busca echar culpas, sino que la pregunta de fondo es qué hacer con aquello que se termina.
Se destaca el trabajo del equipo teatral completo, ya que todos los detalles aportan singularidad: desde las botas, rojas y brillantes, hasta las canciones y videos que se entrometen sin permiso, como los recuerdos. La puesta es dinámica, con iluminación, música y baile jugando un rol clave en la progresión del personaje por diferentes estados y situaciones.
“El amor es una mierda” propone un despliegue escénico preciso, ante todo en función de la actuación y la dramaturgia. Logra sacar carcajadas y de la mano, provocar una profunda empatía. Cuando esta combinación ocurre, mejor estar ahí para presenciarlo con los propios ojos.
Por Laila Desmery
Fotografia Florencia Nussbaum