Afuera, el bullicio y la algarabía es permanente. Ese espectáculo descontrolado tiene una razón de ser: es Ayacucho, una ciudad a 297 kilómetros de la Capital, y en todas las esquinas se celebra la Fiesta Nacional del Ternero. Adentro, la atmósfera es mucho más espesa: en una habitación de hotel, tres amigos esperan un llamado para asistir al velorio de su mejor amigo, que murió tras un choque en la ruta.
Anclados por ese suceso trágico (del que todavía no supieron si fue accidental u ocasionado voluntariamente) a una situación de encierro, empiezan a florecer inquietudes y conflictos personales que consiguieron oídos para ser escuchados, y algunas pequeñas rispideces que estaban escondidas en lo profundo de cada uno y que, posiblemente, hasta ellos mismos desconocían o hicieron de cuenta que no existían para no desestabilizar la amistad. El retrato de la dinámica grupal entre hombres es, quizás, el punto más alto de toda la propuesta: no solo los tres se adecuan al aspecto físico de cada uno de ellos sino también al emocional, y demuestran credibilidad en sus acciones y en sus reacciones, desde las elementales hasta las decisivas.
“El infierno son los otros”, escribió Jean Paul Sartre. Incluso La fiesta del ternero pareciera tener, en su estructura, ecos de A puerta cerrada: el hecho de estar obligado a permanecer confinado en un cuarto de hotel frente a la mirada de los otros (que a pesar de ser amigos, de los evidentes lazos y de la complicidad, siguen siendo otros. ¿Hasta dónde uno conoce a sus amigos?) la emparenta -salvando las distancias- con la obra existencialista del intelectual francés. Pero el conflicto aquí tiene una particularidad -que complejiza un poco más a la propuesta- que es que está envuelto en un manto tragicómico y hasta coquetea con el grotesco, una decisión que desde la platea se vislumbra arriesgada (por lo complejo de los tonos, por los permanentes cambios de registro, por lo agudo que debe resultar el texto para poder hacer reír al público) y que en algunas oportunidades es efectiva y, en otras, no tanto. Cerca del final, la obra vuelca completamente hacia un grotesco y se apacigua un poco una carga dramática más intensa.
La obra es de dramaturgia y dirección colectiva (con la colaboración del asistente Enzo Pedroni) y los mismos creadores (Lucas Delgado, Jorgelina Flury, Florencia Gallardo, Matías Russin y Nicolás Vivante) también salen al escenario del teatro Vera Vera todos los viernes a la noche. El quinteto actoral camina por una misma cuerda y todos tienen un rendimiento escénico prolijo y algún momento especial de lucimiento.
Por Gaston Cuneo
Teatro Vera Vera - Vera (108)
Viernes 21:00hs