Otoño e invierno
Sección Teatro - Revista Llegás
Teatro - Notas

Otoño e invierno

La pieza teatral esboza una poesía melancólica, imposible de no ametrallar la sensibilidad de cualquier espectadora u espectador ¿En algún universo, será posible un almuerzo familiar en el que no exista ninguna sombra que merodee por ahí? En este encuentro, si bien la luz es tenue, la oscuridad también está invitada.

12 de noviembre de 2021

Oscuridad, un escenario, la luz tenue en el centro de la mesa familiar. No hay casi objetos que cubran el espacio, únicamente las presencias, que ingresan lentamente a escena. La copa, la botella de vino, una torta. Un total silencio. Todo pareciera ser lo normal y lo esperable de una familia que se junta a almorzar un día cualquiera. También pareciera que acontece lo que debería acontecer. Sin embargo, del silencio comienzan a emanar ruidos, y las sombras, esas, las que nunca se miraron. Eso es, en parte, “Otoño e invierno”, porque en realidad es mucho más.

Las actuaciones son tan genuinas que hasta da la sensación de que no sucede un hecho teatral, que de por sí se torna evidente que está ocurriendo. A medida que va transcurriendo el encuentro --ese almuerzo familiar que simplemente se proponía ser uno más--, las conversaciones que en principio pasaban desapercibidas empiezan a cobrar fuerza. Lo normalizado, a retorcerse. Todo aquello que inicialmente se comunicaba protocolarmente, se rompe. Lo no dicho se dice. Porque en la familia hay dos hermanas que no se parecen en nada, y una madre y un padre, que chocan constantemente ya que no comparten muchas de las ideas de crianza o educación.

En un momento dado, las hermanas, quienes entre risas conversaban sobre su infancia y adolescencia, dejan de reír. El pasado las devora de manera inevitable y la normalidad de lo establecido deja de ser la columna vertebral que sostenía lo que se volvió insostenible. Asimismo, la madre y el padre comienzan a tomar partido por alguna de sus hijas, y hasta terminan siendo cómplices y víctimas de las tragedias infantiles. ¿Pero quién tiene la culpa?, ¿Cómo se mide el dolor?

Pareciera que en el otoño hace frío cuando las palabras sólo esbozan una frialdad imposible. La pareja también termina cayendo en las redes de los reclamos, entonces, sin poderse evitar, emergen los problemas ocultos, las recriminaciones, la poderosa ausencia del padre en varias situaciones de la vida. Ante lo que nadie quería oír, se escupe el enojo ¿Es un almuerzo familiar más? ¿De esta manera comienzan a escribirse los finales? ¿Quién cederá para que reine la paz por sobre el quiebre?

Hay un disparador que atraviesa la obra, casi de manera omnipresente, y es el rol del Estado. Un Estado que puede pensarse dentro de cualquier ámbito social, en este caso, en este grupo familiar. La reflexión sobre la redistribución económica y el desamparo fundamentado desde el privilegio. Quién tiene es quien debe, sostienen algunos miembros de la familia.

Es un otoño o invierno más, pero “la tristeza de ver la belleza devastada”, tal como se verbaliza en el escenario, es saber que ni la angustia puede cambiar el vaivén de un hecho. Al final, la tristeza que puede implicar estar juntos y juntas, es opacada por la obligación de tener que estarlo. “Otoño e invierno” es una poesía melancólica. Quizá resulte mejor que aquello permanezca en la oscuridad, antes que asumir responsabilidades.

Las hermanas abandonan la casa familiar, lo que alguna vez fue y se intentó. Todo lo que duele y dolerá, simplemente, en esta pieza teatral, está condenado a permanecer en la sombra.

Por Dolores San Pelegrini

 

Sábados 22.30 y domingos 17 hs.

Teatro Timbre 4 - México 3554

Actuación: Inda Lavalle, Paula Ransenberg, Miriam Odorico y Guillermo Aragonés.

Dirección: Daniel Veronese

Dramaturgia: Lars Norén

Fotógrafia: Giampaolo Samá 

Revista Llegás Autor
+
ver más notas