Hay ficciones que permiten hacer memoria. Camille, la maldita definitivamente es una de ellas. Este unipersonal recorre la historia de Camille Claudel, una joven promesa de las artes visuales francesas de finales de 1800 's. De muy chica, pudo estudiar Bellas Artes (destino casi imposible para las de su época) y trabajó incansablemente. Uno de sus maestros fue Auguste Rodin, quien decididamente marcó su vida artística y sentimental. Poco se ha estudiado cuál fue la influencia de ella sobre él. Lo que sí sabemos es que Camille desafió a su tiempo en múltiples sentidos, pero sus gestos no eran considerados vanguardistas. ¿Qué sucedió para que termine pasando sus últimos 30 años de vida encerrada en un manicomio? ¿Camille fue una artista maldita o maldecida?
El feminismo es una lupa que permite repensar nuestra realidad, releer la historia y modificar el presente. Si bien se la enterró en una tumba sin nombre y lo que quedó de su cuerpo es inhallable, Camille no será olvidada. Hace 5 años abrieron el primer museo en Francia con su nombre. Se hicieron películas y libros acerca de su vida y obra. En enero de este año, en el teatro El Tinglado, se estrenó Camile, la maldita, obra escrita por Hugo Barcia y dirigida por Manuel Callau. En esta ficción inspirada en hechos reales, Camille repasa y recrea escenas de su vida desde su habitación en el manicomio y es Zuleika Esnal la actriz que se pone en su piel durante una hora.
Actuar y escribir: formas de luchar
Además de actriz, Zuleika es escritora y a partir del arte lleva adelante una militancia feminista intensa. “Desde lo que sos con lo que tenés”, sostiene, “si fuera veterinaria, les curaría el perro”, agrega con esa franqueza que tanto la caracteriza. En 2018, realizó un posteo en Facebook que escribió a escondidas en el Call Center donde trabajaba. Ese texto, escrito al calor de un hecho de violencia atroz hacia una chica de 16 años en Brasil, giró el mundo mediante redes sociales y se publicó en el diario El País de España. Desde entonces, miles de mujeres la contactan y ella, desde lo que es con lo que tiene, responde “estoy acá”. Así, escucha y acompaña sus procesos de violencia de género. “Lo más difícil es estar con humildad. En general lo más tentador es decirle al otro cómo se tiene que sentir, qué tiene que hacer, cuándo denunciar. Digitar su dolor. Siempre digo lo mismo: la empatía no es ponerse en el lugar del otro. Yo no me puedo poner en tu lugar, porque no sé qué es que mi papá abuse de mí y no lo tengo que saber para estar al lado tuyo. Esa es la empatía, que aunque no tenga la menor idea de tu dolor igual te voy a acompañar, sin decirte a vos cómo te tiene que doler.”
La sensibilidad que tiene para hablar también está en el escenario y es difícil describir lo que logra sobre las tablas, ya que captura la atención y nos interpela directamente como público. En su actuación, la emoción está todo el tiempo a flor de piel, entre llanto y mocos, pero es una emoción combativa, furiosa, que lucha porque hay algo más importante en juego. ¿La libertad? ¿La justicia? ¿La verdad? ¿El arte? Cada espectadora y espectador a su forma resuena con la historia de Camille, pero lo que es muy claro es que nadie sale como entró. “Yo creo que cuando uno tiene muchas ganas de decir algo y lo que está diciendo es verdad, es muy difícil que el otro no se conmueva. Te va a gustar o no, pero no vas a dejar de escuchar”, dice Zuleika.
En este sentido, es muy especial lo que esta obra genera. La sala se sume en un silencio abrumador y al terminar la función, estalla en aplausos. Este reconocimiento del público tiene que ver con la ética de trabajo del equipo que se refleja en el escenario. “La intención que nos mueve no es agradar, sino decir la verdad en todos los aspectos”, dice Zuleika y agrega: “estar arriba de un escenario no es mentir bien. Ser actor o actriz es estar desnudo y tener el coraje de decir la verdad caiga como caiga y pase lo que pase. No tiene nada que ver con soltar lágrima fácil ni ser buen mentiroso. Manuel (Callau) siempre me decía ‘resistí la lágrima, que sea el último recurso’”.
Memoria, cuerpo y palabras
En el escenario no hay más que un banco de madera como escenografía, y sin embargo nadie se atrevería a decir que el espacio está abandonado. A su vez, la actriz se vale nada más que de una tela -elemento cotidiano si lo habrá- como recurso de utilería. “Lo que hicimos fue despojar la escena de cosas que creíamos que no hacían falta. Ni mantelito, ni mesa, ni dibujito del manicomio. Eso artísticamente es recontra poderoso: no hace falta nada que no sea el cuerpo y las palabras”, sostiene la actriz.
Sin duda configura un desafío para cualquier intérprete llevar a escena a un personaje que nació hace más de 100 años. No obstante, Zuleika es sumamente incisiva con sus palabras: “No es un personaje, es una persona. Existió, tuvo nombre, un apellido, una historia, un dolor e innumerables injusticias. Es conectar con cualquiera de nosotras o conmigo misma, si a mí también me dijeron que estaba loca y me prohibieron un montón de cosas por ser mujer. Es recordar, más que conectarse”, dice.
Esta obra nos abre una ventana para pensarnos históricamente y hacer el ejercicio de vislumbrar los avances que como sociedad hemos hecho y todos los que todavía faltan. La pregunta sobre de dónde venimos y hacia dónde vamos. Un ejercicio que toda la sociedad puede hacer. En este sentido, esta obra es un resultado conjunto, mancomunado, de teatristas mujeres y varones que trabajan con la visión de construir un mundo mejor del que nos ha sido dado.
Aún así, cabe preguntarnos cuál o cómo es el rol de los sujetos que a lo largo de la historia han ocupado lugares de poder y privilegio. Como siempre, Zuleika propone una vuelta de tuerca más. “No sé cuál es el lugar del hombre, no tengo respuestas para todo. Sí sé que es con todes, porque si no, no sirve. No creo en excluir, sí creo en recordar por qué estamos haciendo lo que hacemos y el daño que nos han provocado. Y no es estar a la defensiva, me estoy defendiendo. A la defensiva está uno cuando no hay motivo y acá hay muchísimos. Yo estoy llegando viva a mi casa de pedo. No voy a pedir perdón por sospechar y por tener miedo cuando me cagan a palos, cuando me violan cada dos esquinas, cuando aparezco en un montón de zanjas siendo que tendría que estar yendo al colegio.”
Apenas comenzamos a indagar en la vida y obra de Claudel, se abren un mar de incógnitas y también infinitos “qué hubiera pasado si…”. Sin embargo, tal vez sí tengamos una certeza. “Me da mucho orgullo saber que si Camille hubiera nacido hoy no pasa 30 años en un manicomio ni de casualidad, porque tomamos el manicomio, porque Higui no pasó su vida entera en la cárcel ni Flavia Saganías pasó 23 años. Ninguna de nosotras va a permitir que encierren a ninguna por el solo hecho de ser quien es.”
Camille, la maldita puede seguir dando claves para pensar el feminismo del siglo XXI. En definitiva es una obra que no habla solo de las mujeres, sino de las personas que han sido minorizadas y marginadas a lo largo de la historia por ser quiénes eran. Entonces, y como dice Camille, “la lucha no es entre hombres y mujeres, sino contra ese poder que destroza las identidades de los hombres y mujeres de la Tierra y los condena no sólo a la miseria, sino a ser invisibles”.
Por Laila Desmery
VIERNES 21.30 HS
TEATRO EL TINGLADO