Sara posee un don extraordinario. No está segura si representa una fortuna o un maleficio. Ella es capaz de ver los morbos sexuales de los otros con tan sólo mirar fijo la profundidad de sus pupilas. Accede a esa intimidad como si se tratara de una película, con absoluta nitidez y sin demasiado escándalo. ¿Qué secretos se ocultan más allá de lo aparente? “O bien el otro tiene el poder de desmentir lo que descubro en el alma, o bien no hace sino revelar a pesar de sí mismo el secreto que lo posee. O bien el otro me es desde el principio extraño, o bien es desde el principio extraño a sí mismo y yo soy el dueño de su verdad”, escribió el intelectual Alain Finkielkraut. Sara es dueña involuntaria de verdades ajenas y jamás ha revelado su poder.
Lisandro Outeda cuenta que el texto surgió a partir de un encargo, formó parte de una obra con monólogos que abordaban el tema de la mujer y la hechicería, y el año pasado le llegó la convocatoria para un concurso de literatura, entonces decidió ampliar el universo de aquel personaje. El texto es complejo, de gran potencia poética, difícil de encarnar, pero Domínguez logra apropiarse de ese lenguaje y transformarlo en un verdadero estallido escénico.
Hay momentos desopilantes como el de Sara al piano durante la escritura de esa carta que jamás será entregada o la visión final sobre la que conviene no revelar demasiado. Cualquiera podría pensar que el monólogo fue escrito para la actriz, pero este autor es fanático de las voces solas en las construcciones dramatúrgicas: “No pienso en quién lo va a interpretar porque siento que eso limita la creación. Siempre apelo a la libertad de la imaginación. Ponerle una cara es condicionarlo y prefiero no adelantarme a lo que podría ser en escena. La dramaturgia, en primera instancia, es literatura”.
La protagonista narra sus penas en una sala sobrecargada de objetos, envuelta en tules y teñida por luces fluorescentes que la convierten en una suerte de no-lugar, un espacio onírico y brujeril. Ella es como una médium que no puede evitar el contacto con los espíritus y trata de convivir lo mejor posible con esas presencias. Lo mismo da que sean sus afectos más cercanos o completos desconocidos en la fila del banco porque, en cierto sentido, todos son extraños. “Pienso que estamos muy acostumbrados a que el otro nos defina, muy ocupados en qué ven de nosotros y qué vemos de los demás. Hay una mirada muy juzgadora y en realidad el otro se vuelve espejo de uno mismo. Cuando se deja de mirar afuera y se empieza a mirar adentro, aparece el monstruo. No es el otro; soy yo proyectando en el otro. Me gusta pensar ese juego”, reflexiona Outeda. En los fotogramas mentales de Sara desfilan gatos, frascos de mermelada, indios, pajonales, galanes serios, bombones de licor. Puede ser terrorífico saber tanto de los otros pero lo más escalofriante aparece, tal vez, al echar un vistazo en el espejo.
Por Laura Gómez
Dramaturgia y dirección: Lisandro Outeda
Actúa: Rocío Domínguez
El Brío Teatro, Av. Álvarez Thomas 1582
Viernes 21 hs. Entradas: $1000