Los secretos, la piedra y el pozo
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Los secretos, la piedra y el pozo

24 de agosto de 2022

Los secretos es la segunda parte de la trilogía titulada “De las cosas que imagino”, de Juan Andrés Romanazzi. Su creador cuenta que, además de ser una excusa para prolongar el trabajo que inició en 2017 con Paula Fernández Mbarak, indaga en aquellos tópicos que nos igualan a todxs: en Las promesas abordaron el paso del tiempo, en Las despedidas les tocará invocar a la muerte, y en Los secretos exploran el amor y sus creencias. “En cuanto vi uno de esos tótems virtuales en la entrada de un edificio allá por 2019, entendí que tenía que escribir sobre las nuevas formas de ‘estar presente’, el uso de la virtualidad y la dificultad para vincularnos sinceramente con otrxs asumiendo el riesgo que eso implica. Me llama la atención que hoy nos comunicamos desde el lenguaje, las palabras y los discursos, pero eliminamos las posibilidades ilimitadas del cuerpo. Por miedo, por falta de tiempo o por el vacío al que nos llevan la sociedad de consumo y las redes sociales”, explica el autor. 

La dramaturgia de Romanazzi es tan poética como cruda: hay pasajes que funcionan como la caricia de una pluma y otros que actúan como el filo de una navaja diminuta. Ese texto termina de concretarse en una puesta magnífica que cuenta con las actuaciones de Mbarak e Iván Moschner, la música en escena de Gabriel Motta –cuyos motivos quedarán dando vueltas en la cabeza después de la función– y un diseño lumínico (Leandro Crocco) que acompaña la división de las coordenadas espacio-temporales en esos dos universos.

Los personajes no tienen nombre, se definen por lo que hacen: de un lado está el mundo de Ella, una profesora de literatura obsesiva del análisis sintáctico capaz de diseccionar cada oración que oye, una mujer que vive aferrada a su piedra y refugiada en una fortaleza de libros; del otro lado está Él, un guardia de seguridad que extraña mucho a su madre muerta y se escuda detrás de un búnker de pantallas. Ella lo ve primero y se enamora tontamente –quizás siempre sea de esta manera– de la figura que aparece en el tótem, elemento que une (o divide) ambos universos. Cuando tropieza con los escalones de la entrada, él lanza una frase muy simple que para ella es el inicio de la gran fantasía: “¡Pero mujer!, ¿está bien?”.

Ninguno quiere morir solx, le tienen pánico a la soledad y hacen todo lo posible para evitarla. Ella lo apuesta todo en las maquinitas; él consume pornografía de manera compulsiva en su celular (aunque, aclara, no quiere que sea banalizado porque ve allí algo trascendental que logró sacarlo del pozo negro de depresión en el que estuvo sumido tiempo atrás). Las criaturas compuestas por Moschner y Mbarak son dulces, obsesivas, tiernas, un poco neuróticas, extremadamente sensibles y peligrosamente vulnerables. En definitiva, humanas. “Quería que en la puesta se viera lo solxs que estamos, la distancia y frialdad con la que convivimos por el uso de pantallas, pero también la búsqueda constante de lo humano para que no se arme la fantasía de que ‘los personajes’ están muy alejados de nuestra vida. Todxs nos debatimos entre la frialdad o el calor, la piedra o el pozo, lo virtual y lo analógico. Nuestras luchas son idénticas a las de ellxs”, dice Romanazzi.

Mbarak y Moschner lo cautivaron desde siempre con eso que define como una actuación desbordante de humanidad: “Verlos mirarse con tanta sinceridad es un valor en sí mismo, el desafío fue no interferir. Motta, además de componer la música que potencia lo que sucede, está con ellxs todo el tiempo, lxs transforma y varía sutilmente lo que suena cada vez. Que esté es una necesidad de potenciar lo vivo, lo importante de nuestra presencia real”. El gran tema, claro, es el amor, pero también se exploran las obsesiones que pueden convertirse en pequeñas prisiones cotidianas, los obstáculos a la hora de comunicarse, el terror a la soledad, la volatilidad de los vínculos surgidos al calor de entornos virtuales o los malentendidos en el campo emocional. Ella lo apoda Poeta Maquinita y él cree ver en esta mujer a su Mamita. Por momentos dan ganas de hacerles notar el malentendido desde la platea, pero esa humanidad es la que espeja; en el escenario vemos a seres vulnerables ilusionados con la imagen y decepcionados con la carne. Tal como dice el director, “humanizarse es aceptar lo patético, lo escabroso, lo inútil e intenso de la propia vida”.

Por Laura Gómez

 

Dramaturgia y dirección: Juan Andrés Romanazzi

Actúan: Paula Fernández Mbarak e Iván Moschner

El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034

Jueves 20 hs. Entradas: $1200

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