#Rosetiencasa es un ciclo que nació en el marco del aislamiento social obligatorio como manera de crear encuentros entre artistas que trabajan en ella o son afines a las búsquedas que se gestan en nuestro espacio. También como alternativa solidaria, necesaria y urgente para poder solventar los gastos de la sala y a todo el equipo que en ella trabaja.
Victoria Roland: -¿Qué se suspendió de tu vida artística? ¿Qué es eso que dejaste de hacer? ¿Qué tiempo nuevo se abrió en esta cuarentena? ¿Te apasionaste con algo nuevo en este tiempo?
Maricel Alvarez: -La cuarentena me agarró en un momento de alta productividad. Después me gustaría volver sobre este concepto de productividad, o sea, qué pasaba con nosotros que estábamos tan sometidos al mandato capitalista de producir sin parar. Me hago cargo, yo era un claro exponente de ese paradigma. Acababa de estrenar la obra “65 sueños sobre Kafka”, en co-dirección con Emilio García Wehbi, un espectáculo con 11 performers, que de un día para el otro se cortó: situación traumática. Además me encontraba en medio del proceso creativo de un espectáculo a estrenarse en el Cervantes. Esos eran los dos proyectos más relevantes en el área de las artes vivas en los que estaba trabajando y que se vieron interrumpidos abruptamente. No es algo que me haya pasado sólo a mí, claro. Le pasó a todos en todo el mundo. Estamos viviendo un “espectáculo global” podríamos decir. Esta situación de impasse nos obliga a repensar los formatos con los que veníamos trabajando, las maneras de habitar los espacios de trabajo, y si se quiere también la manera de habitar el mundo. El arte encuentra en las crisis un terreno nutritivo, fértil. Saldremos de ésta, una vez más, con creatividad e imaginación. Tenemos que reflexionar profundamente sobre nuestro rol como artistas dentro de la sociedad. Nuestra comunidad está viviendo una situación dramática, claramente está en estado de emergencia. Para las autoridades la actividad artística no es esencial ni imprescindible, por lo tanto atender la situación de los artistas no es una prioridad. Que los artistas no contribuyan a la salud de las personas, a su bienestar biológico es a mi entender un error conceptual. Si algo bueno puede llegar a tener esta crisis es que podamos entender que este pensamiento es falaz. Lo que tiene de malo es más que evidente: todos estamos haciendo malabares con nuestras frágiles economías, preocupados por el otro, ya que entendemos que la cultura es una práctica comunitaria y que todos estamos en una situación de extrema vulnerabilidad. Aunque quizás eso también sea bueno: Menos auto-referencialidad y mayor preocupación por la comunidad. Yo estaba con mucho trabajo y de repente todo se cortó de cuajo. Pasé por diferentes etapas, la primera de gran conmoción y sorpresa. Al principio pensé: “bueno tiempo para leer, descansar”; después esta actitud más liviana transmutó en preocupación, y ahora me encuentro pensando qué y cómo activar. La comunidad artística tiene que activar plataformas de pensamiento crítico. Este es el momento. Y éste puede ser nuestro aporte a los tiempos que corren. Tenemos que lograr que se comprenda la relevancia productiva de nuestro sector y la vitalidad que aporta la cultura a una sociedad.
V.R: -De hecho en la cuarentena las personas miran películas, se recomiendan libros, hubo una polémica pública por compartir PDFs de escritores contemporáneos, toda discusión en torno a la apertura de contenido cultural. En este encierro quedó muy expuesta esa necesidad primaria y humana de cultura y de encuentro.
M.A: -Al principio de la cuarentena, como no se sabía cuánto iba a durar, muchos artistas cedieron los derechos de sus obras para sostener y acompañar a la gente durante el aislamiento social preventivo. Luego esta situación se volvió algo más compleja pues la liberación o democratización de los materiales puso en tensión cuestiones relacionadas al tema de las regalías, de los derechos de autor, etc. Es una discusión interesante que tendremos que dar en el futuro, cuando volvamos a tener algo de sosiego y podamos pensar mejor los argumentos a favor o en contra de la liberación de derechos de autor o circulación irrestricta de ciertos materiales. Hoy todo parece urgente. Y la respuesta de algunos artistas fue la de ceder sus obras para ver de manera gratuita, o por un mínimo intercambio económico. Para los que venimos de las artes vivas o de las expresiones dinámicas de las artes visuales como la performance, es duro. El teatro pierde toda su potencia poética cuando es exhibido o visualizado de esta forma. Las plataformas virtuales atentan contra lo “aurático” del acontecimiento vivo. Yo me resisto mucho a este tipo de mediatización. Prefiero generar y pensar contenidos específicos para los nuevos formatos virtuales. Ahí sí encuentro un desafío creativo que me puede resultar estimulante.
R: -Hubo una polémica extendida sobre si había que subir obras on-line o no. También se pensó como una suerte de archivo…
M.A.: - Si la obra se difunde como parte del acervo de un archivo, se mira como un documento, tiene otra utilidad, relacionada al estudio, al análisis con perspectiva histórica. Ahí la función es democratizar el conocimiento. Los archivos se piensan, se curan, se clasifican, y también se acompañan de una producción intelectual que enmarca su contenido. Un archivo está compuesto de documentos que sirven para estudiar procesos y prácticas históricas con la esperanza de comprender mejor nuestro presente. No hay distancia suficiente aún de ciertas obras que están circulando vía streaming.
V.R: - Estamos actuando muy sobre la marcha, sin entender bien lo que estamos haciendo.
M.A: - Algo así. Supongo que estamos reaccionando a lo que sucede con gestos que no son meditados en profundidad. Porque sentimos que hay que dar una respuesta urgente. Cuando la angustia nos invade o la necesidad nos apremia es muy difícil tener un espacio para la reflexión. No puedo ni quiero criticar a las personas que hayan decidido exhibir y circular sus espectáculos teatrales o performativos en el espacio virtual sólo porque yo crea que ese no es el marco más cuidado ni el más apropiado para la visualización de nuestra producción artística.
V.R: -Muchas veces la supervivencia pasa a ser como una prioridad y no deja espacio para otras necesidades.
M.A.: -Hay un exceso de comunicación, de visibilización. El peligro es que todo termine desembocando en la banalización de una producción muy rica en términos poéticos, simbólicos. Ésa es una de mis preocupaciones y otra de las cuestiones que quedan en agenda para pensar y discutir en el futuro. La salida a la vida va a ser muy gradual y para las artes vivas, dicen, más gradual aún. Yo me resisto a tener que pensarnos como los últimos en la cola. Si va a abrir un museo, una galería, con sus respectivos protocolos de seguridad biológica claro está ¿Por qué no un teatro? Soy muy consciente que nuestra disciplina tendrá que ir pensando y articulando una salida paso a paso, paulatinamente, siendo muy cuidadosa y respetuosa de la vida. Por otra parte, supongo que algunas de las alternativas que surgieron en el confinamiento van a seguir desarrollándose. No me resisto a ello. Estoy expectante y dispuesta a lo que el futuro nos depare, no creo que haya que volver a lo “de antes”, sobre todo porque aquello “de antes” también estaba un poco en crisis.
V.R: - Pienso que quizás, en el mejor de los casos, uno usa ese mandato de usar el tiempo para producir para inventarse un recorrido que nos interese.
M.A: -Por supuesto, insisto, esta situación me hizo entrar en crisis en relación a mi necesidad de ser híper productiva. Quizás, luego de que todo esto haya pasado, yo pueda permitirme algunos intervalos, algunas interrupciones en la vorágine, y construir otro tipo de experiencia.
V.R: -Me interesa preguntarte algo de tu recorrido como artista TRANS-disciplinaria. Particularmente este concepto de lo TRANS me interesa, poder pensar también en un teatro TRANS/GÉNERO. En las artes vivas esto ha explotado de una manera increíble. Se fue fortaleciendo esa contaminación y esa heterogeneidad. La posibilidad de romper las hegemonías.
M.A.: - Ahora, mirando hacia atrás, puedo entender que el germen del deseo de cruzar mi práctica con otras disciplinas estaba desde un comienzo. Yo estudié literatura en la UBA. A los 11 años tuve un episodio: tras haber leído Bodas de sangre de García Lorca tuve 40 grados de fiebre. Yo lo relaciono con la conmoción que me produjo en el cuerpo haber leído ese texto. Mi amor por el teatro tiene que ver primero con mi amor por el género literario. Para mi es una anécdota conmovedora por lo determinante. La literatura es tan importante en mi vida como el teatro: Pienso que mis aproximaciones como intérprete a los materiales se nutren de este amor por la literatura. Leo mucho. Me gustan los ensayos, la novela, el cuento, soy muy ecléctica y mis lecturas son muy variadas. La lectura me atraviesa desde muy niña. Y todo lo demás fue en simultáneo. Empecé a estudiar teatro con una gran maestra, y ella me recomendó estudiar danza contemporánea. Yo fui una alumna devota, muy dedicada y fiel a mis maestros. Ya en mis años de formación en la universidad se puso de manifiesto mi interés por otras disciplinas artísticas. Fui pasito a paso, al principio solo tenía un anhelo: ser una muy buena intérprete. Y en determinado momento algo que había madurado lo suficiente en mi, se desata. Cuando volví de filmar Biutiful, sobre todo cuando se estrenó aquella película, decidí que yo iba a ser la artista que yo quería ser, y no la artista que esa situación coyuntural pudiera modelar. Pasó algo con esa película que me llenó de espanto y de alegría en dosis similares. Mi vida profesional podía tomar un rumbo en una determinada dirección o yo podía seguir trabajando y construyendo un camino propio. El momento bisagra en mi carrera había sido para mi un espectáculo que se llamó Bambiland (de Elfriede Jelinek) que deben haber visto unas 200 personas como mucho. Un desafío mayúsculo: Estaba sola en escena, batallando con un texto muy complejo de 50 páginas. Bajaba 4 kilos por función. Para mí fue decir: “Sí! Acá estoy, haciendo esto! Una osadía!” Si algo le debo a Emilio (García Wehbi) además de su afecto y su confianza como director, es el haberme incentivado a enfrentar ciertos desafíos para los cuales ni yo creía estar preparada. Me ayudó a construir una confianza inquebrantable en mi. Biutiful me dio mucha visibilidad, a mí que era una actriz totalmente desconocida fuera del circuito independiente. Pero, por el tipo de teatro que a nosotras nos gusta hacer, siempre seremos reconocidas en ámbitos muy pequeños. Yo eso lo asumo con alegría. Yo fui consecuente con el tipo de artista que quería ser. Porque todo podría haberse encaminado en otra dirección para mi luego de hacer una película con tanta proyección comercial, tanta visibilidad. De ahí en más yo creo que algo se destrabó, y me animé a adentrarme en otros caminos, otras experiencias. Empecé a dirigir, por ejemplo. Tuve un gesto hacia el mundo claro y mío: muy personal. Es un tesoro saber lo que uno no quiere.
V.R.: Hay muchos prejuicios sobre lo que significa ser actriz, y vos te pusiste a dirigir, co-dirigís con Emilio, hay como un trabajo igualitario ahí. Las mujeres en este último tiempo venimos preguntándonos cómo intervenir públicamente con nuestros discursos y autorizándonos más, o pudiendo visibilizar como no nos autorizábamos en muchas cosas.
M.A: -Estamos viviendo momentos históricos en cuestiones de género. Siempre digo que tengo la fortuna de tener de pareja a un feminista, así que cuando trabajamos juntos nuestras discusiones son siempre por cuestiones estéticas nunca tienen que ver con cuestiones de roles o de poder. Esa es mi situación personal. Pero durante muchos años, la percepción de nuestra pareja artística desde el afuera, fue otra. Yo estaba a la sombra de Emilio, aunque en lo privado no fuera el caso. Había cierta hostilidad, encubierta claro, que abonaba la idea de que yo me beneficiaba de su talento y de su posición por ser su compañera afectiva. He sufrido por ello, he llegado muy desmoralizada a mi casa. Emilio me ha sostenido y me ha estimulado para que no bajara los brazos. Nos ha pasado en otros países, en donde sostienen que el machismo ya ha sido superado (como en Suiza o en Alemania) que viniera un jefe técnico y le dirigiera la palabra sólo a él, aunque yo estuviera presente y fuera responsable artística, digamos, del mismo rango. Uno crece, ya no se enoja tanto, pone en juego otro tipo de estrategias para poner al otro en su lugar. Hoy afortunadamente hay todo un frente social que acompaña el movimiento de las mujeres. Pero hasta no hace mucho en los teatros se seguían tolerando o soportando agresiones de género gratuitas. En 2015, dirigiendo una ópera, yo y mi equipo -mayormente conformado por mujeres- lo sufrimos en carne propia. Entonces, el esfuerzo es doble: llevar adelante un proyecto y defenderlo artísticamente y luego defenderte como mujer frente a determinadas estructuras que no toleran el avance en la lucha por la igualdad de derechos.
V.R: -Esos son espacios que siendo mujeres son muy valiosos, abren caminos.
M.A: -Hay mucho trabajo aún por hacer, y en eso estamos todas, creo. Cada una desde su lugar y también de manera colectiva. Pero me parece de mención obligatoria reconocer a las pioneras de los movimientos feministas. Ellas construyeron los sólidos cimientos de las bases que hoy nos sostienen. Nosotras tenemos la historicidad a favor pero es gracias a la lucha de aquellas mujeres extraordinarias que, a pesar de la hostilidad pública, impulsaron en su momento lo que hoy se expande y pone de manifiesto a nivel global. Es gracias a ese trabajo de militancia sostenida e inquebrantable que hoy la igualdad de derechos sea un tema de la agenda política.
R: Quería volver a esto que vos decías antes de que nosotrxs siempre trabajamos en grupos reducidos y que esto se vincula a cómo vemos el mundo, a la posibilidad de generar espacios de experimentación.
M.A: Los espacios independientes y los artistas que los habitan se caracterizan por un tipo de producción con una fuerte impronta experimental, sobre la cual luego escriben los críticos, hablan los programadores, se crean escuelas, etc. En términos de lenguaje, la práctica experimental es la que nutre y revitaliza el sistema de las artes escénicas de nuestra ciudad. En estos espacios se corren ciertos riesgos que, por ejemplo, en el teatro comercial serían inviables. Digamos que nuestros espacios impulsan el movimiento de la rueda en términos simbólicos, no materiales.