Los seres humanos somos, entre otras cosas, lenguaje. Entre nosotrxs median las palabras. ¿De qué otra forma podríamos entendernos después de aquel asunto de la Torre de Babel? The silencio manifiesto, obra interpretada por Matthew Wray y co-escrita junto a Felipe Rubio, se instala en las grietas de dos idiomas –inglés y español– para dar cuenta de lo que ocurre en el pasaje de uno a otro, en la traducción: ese abismo que aparece cuando se piensa en una lengua y se intenta hablar en otra. El protagonista dice que le gusta la frase “guardar silencio” porque es como si fuera un objeto que uno puede meter en su bolsillo. Al mismo tiempo, se pregunta si ese concepto existe en inglés.
En El Grito las obras suelen desarrollarse en la sala del primer piso. En este caso, por las características de la propuesta (que combina teatro, performance y música) todo sucede abajo, en el bar. La primera escena transcurre en un viejo piano desafinado que se ejecuta a cuatro manos; la letra que Wray canta está en inglés pero es traducida simultáneamente a través de los carteles que despliega la asistente. Para la segunda escena el público se desplaza hacia una platea no convencional y el actor se vale de su destreza corporal para recrear el sentimiento de soledad que vive cualquier migrante. Podría pensarse ese pequeño espacio delimitado por tubos de neón que mantiene recluido al protagonista como la prisión a la que nos someten las pocas palabras que configuran una lengua materna, esas a las que estamos destinadxs.
Wray nació en San Francisco en 1988 y, siendo muy joven, aprendió sus primeras palabras en español: “hola”, “adiós”, “por favor” y “gracias”. Después aparecieron otras: “puto”, “puta”. Las reglas cortesanas y la irreverencia juvenil en pocos vocablos. Más tarde llegaron las breves conjunciones pensadas para presentarse, preguntar, advertir o confesarse: “mi nombre es”, “¿cómo estás?”, “¡cuidado!”, “te amo”. Y cuando se mudó a Nueva York para estudiar actuación aprendió otras mientras trabajaba en un restaurante con varios latinos. Esas palabras llegan al espectador como una danza o un poema, con la base de un rap de fondo.
En la obra hay un crescendo que registra su momento más alto en los segmentos en los que con crudeza e ironía Wray derriba el “American dream” que tanto cautiva a nativos y extranjeros. El comentario social aparece como puesta en escena de la vileza que puede haber detrás de esa fachada que alaba la “tierra de infinitas oportunidades”: allí aparecen los atentados en las escuelas, la violencia que impulsa a equipar a los niños con mochilas antibalas y una avalancha de declaraciones de distintas personalidades públicas que incluyen la versión más repulsiva de Trump, entre otras.
Esos momentos están bien logrados escénicamente a partir de la utilización del espacio, las luces rojas (en una escena bastante inquietante), humo, música que remite al Lejano Oeste e incluso un traje de vaquero yanqui que por sí mismo aporta múltiples significados. El final no será spoileado pero sí destacado por su sencillez y contundencia. Lo que no pueden las palabras o las traducciones a veces lo permiten unos cuantos acordes o una voz, que acortan distancias geográficas y emocionales. Quedan las palabras recortadas y lanzadas al aire con las que cada espectador podrá armar su propia frase, su propio relato, su propio poema. El de Wray lo pueden ver los miércoles a las 21 en El Grito. “Puedo entender lo que dicen pero no decir lo que dicen”, cuenta el protagonista, y asegura que todxs le preguntan por qué está acá, en Argentina. Esta pieza creada por la Embajada Efímera (Wray, Rubio y Maia Liamgot) quizás ensaya una respuesta, y con múltiples recursos logra no sólo traducir una experiencia personal de migración sino también escenificar las distancias que impone el lenguaje y las dificultades que acarrea cualquier acto de comunicación.
Por Laura Gómez
Texto: Felipe Rubio y Matthew Wray
Dirección: Felipe Rubio
Intérprete: Matthew Wray
Teatro El Grito - Miercoles 21:00hs