20 años de los Coleman
Sección Teatro - Revista Llegás
Teatro - Notas

20 años de los Coleman

Claudio Tolcachir: “La obra es un buen caballo de Troya para hablar de sistemas sociales y vinculares”

3 de julio de 2024

Casi nadie utiliza el título completo. Buena parte del público los conoce como “los Coleman” y esa referencia se ha convertido con los años en una suerte de contraseña secreta; todos aluden a ellos de manera cercana, cariñosa, incluso cómplice. Este clan protagoniza hace veinte años una obra de teatro que nació en el barrio de Boedo, pero no parecen una creación ficcional salida de la cabeza de un autor ni el fruto de la interacción entre los miembros de un grupo de actores y actrices que primero fueron amigos; los Coleman son hoy una realidad muy nítida y concreta, parecen criaturas de carne y hueso con sus propias biografías, representan un colectivo, una forma de hacer teatro y, de algún modo, contribuyeron a la gestación de un espacio que fue –y sigue siendo– fundamental para el circuito teatral independiente de la ciudad de Buenos Aires. “Una familia viviendo al límite de la disolución, una disolución evidente pero secreta”, informan las primeras líneas de la sinopsis de La omisión de la familia Coleman que puede leerse en la web de Timbre 4. Y aunque esa fue una de las lecturas que primó en el momento de su estreno, sin dudas se trata de una pieza que va mucho más allá de su cáscara narrativa –la disolución familiar– porque aborda cuestiones universales que permiten repensar las dinámicas de funcionamiento de una sociedad, la idiosincrasia de una comunidad, las pasiones y tragedias que atraviesan la condición humana.

En agosto de 2005 se presentó por primera vez esta obra que marcaría un antes y un después en la historia del circuito independiente porteño, pero también en el recorrido colectivo del grupo que inauguró Timbre 4 y en la propia biografía de Claudio Tolcachir, quien escribió y dirigió esta pieza para un grupo de actores que conocía muy bien porque venía trabajando con ellos hacía tiempo. A dos décadas de su mítico estreno en un PH del barrio de Boedo, el director que comenzó como alumno en los talleres de Alejandra Boero y que fundó su propia escuela de teatro, se contactó con Revista Llegás para hablar sobre los orígenes de este fenómeno que lleva un total de 2159 funciones y 305.817 espectadores: 384 de esas presentaciones se llevaron a cabo en 24 países del mundo, la obra participó en 54 festivales internacionales, fue subtitulada a 8 idiomas y obtuvo 12 premios. En estos veinte años, La omisión de la familia Coleman generó un fuerte impacto tanto a nivel nacional como internacional. A partir de ese hito, su director se desempeñó en los circuitos independiente, oficial y comercial de Argentina, trabajó en cine con directores de la talla de Héctor Babenco (El pasado) o Diego Lerman (Una especie de familia) y escribió otras piezas como Tercer cuerpo, El viento en un violín, Emilia, Dínamo y Próximo, con las que recorrió numerosos festivales.

Cuando se le pregunta por los primeros encuentros con aquel elenco, Tolcachir recuerda “una enorme incertidumbre y una enorme excitación”. Tiene el lejano recuerdo de haber llamado a cada uno de los intérpretes para comunicarles que tenía la idea de escribir una obra aunque nunca lo había hecho. El deseo era muy claro: quería hacer algo con ese grupo. “Me imaginaba a los personajes pero sabía muy poco de la obra, así que tengo el recuerdo de ese nerviosismo y la responsabilidad de llamar a actores que además eran amigos para embarcarnos en algo que realmente era pura incertidumbre. Y recuerdo pensar mucho en ellos porque los personajes estaban creados para ellos. La intención era, por un lado, proponerles un personaje que fuera diferente a lo que habíamos trabajado juntos o a lo que solían hacer en otras obras y, por otro, aprovecharme de cosas muy particulares que conocía de ellos por ser tan amigos: particularidades, colores, características que me encantaban de cada uno en la vida cotidiana y me daban ganas de llevar al escenario. Era una mezcla entre probar algo diverso y también algo que era muy privado, muy interno nuestro”.

En los primeros ensayos Tolcachir trataba de no darles demasiada información acerca de los personajes porque, si sabían cómo eran, sentía que iban a querer actuar conforme a esos parámetros y la intención del director era “ir construyendo un ser a partir de ciertas informaciones que iban surgiendo, de ciertas obsesiones y ciertas historias que muchas veces aparecían en secreto”. Así, el autor iba amasando junto a los actores y las actrices pequeñas “historias secretas” en aquellas improvisaciones que llevaban adelante. A veces les decía que era algo que sólo ellos conocían, pero antes lo había compartido con otros integrantes del elenco entonces la información de cada personaje y sus circunstancias estaba fragmentada, dispersa y en permanente disputa. “Se trataba de crear una familia a la que yo podía conocer –sintetiza Tolcachir–. En esas improvisaciones no apareció lo que sucede en la obra pero sí aparecieron sus voces, la manera de pensar, la cadencia del hablar o ciertas situaciones que se fueron probando, pero no es que nos pusimos a improvisar y ya estaba la obra”. Como suele suceder en las mejores creaciones, la pieza fue macerándose de a poco y en esa construcción colectiva empezaron a gestarse las criaturas que en la puesta original fueron encarnadas por Ellen Wolf, Miriam Odorico, Inda Lavalle, Tamara Kiper, Lautaro Perotti, Diego Faturos, Gonzalo Ruiz y Jorge Castaño. Hoy continúan Castaño, Lavalle, Odorico y Ruiz, y se sumaron José Frezzini, Natalia Villar, Cristina Maresca y Fernando Sala.

Sobre las características de aquel elenco, el director asegura que todos eran “grandes improvisadores” entonces se generaban “situaciones maravillosas” en escena. “Yo sentía que no iba a poder escribir algo que fuera tan brillante”, confiesa, y define esos personajes como criaturas con mucha historia, quizás no escrita o en términos biográficos pero sí con un vasto universo personal. Desde el punto de vista del director, en ese proceso los actores originales “no perdieron nada sino que fueron engrosando y universalizando” el trabajo porque los personajes nunca se convirtieron en maquetas lineales sino que, por el contrario, fueron creciendo junto a ellos. Teatro y vida van siempre de la mano. En relación a los actores y las actrices que se fueron sumando en estos veinte años, Tolcachir dice que la idea nunca fue que imitaran a quienes los habían precedido sino que encararan una propuesta completamente personal en relación a sus personajes. “Eso es lo más conmovedor. Ellos siempre están vivos e intentan que cada una de las funciones esté viva y sea muy precisa, son muy cuidadosos de la obra”, subraya con emoción.

Cuando se trata de fenómenos tan perdurables, siempre se intenta rastrear las razones que puedan explicar ese “éxito” (la palabra es polémica porque, al fin y al cabo, ¿en qué consiste un éxito?), ese nivel de empatía y profunda conexión con los espectadores. Cuando se le pregunta a Tolcachir dónde reside esa magia, responde: “Honestamente no lo sé. Es una obra que evidentemente tiene un ángel especial y una conexión con el público que va más allá del tiempo, de los teatros y de los países donde se hizo”. Para el autor, uno de los puntos más interesantes es que “aparentemente habla de la familia pero no, en realidad habla de otras cosas, es como un buen caballo de Troya para hablar de sistemas sociales y vinculares que atraviesan el tiempo y las culturas, entonces el público se siente reconocido”. La metáfora a la que recurre Tolcachir es interesante porque permite pensar el enorme potencial que tiene el teatro a la hora de abordar ciertos temas desde géneros particulares o registros muy específicos y, al mismo tiempo, expandir su capacidad para producir sentidos y significados poetizantes. “Cómo funcionamos entre nosotros, la desesperación, la inmadurez, el egoísmo. Todos somos conscientes de lo que está pasando y de lo que puede pasar y, sin embargo, muchas personas sentimos o sienten que no tienen por qué hacerse cargo. Y después, sobre el cadáver, sobre el país perdido o sobre la casa arruinada todos decimos: ‘qué terrible lo que pasó’. Aunque sabíamos que esa persona, en el frío de la calle, se iba a morir”.

El testimonio de Tolcachir devela que La omisión de la familia Coleman es mucho más que una obra sobre una familia disfuncional, mucho más que una trama de vínculos sórdidos y asfixiantes; los Coleman se expanden y, a través de sus propias tragedias, son capaces de hablar de muchas otras cosas: de una comunidad, de un país, de una cultura, de una especie en tensión permanente con su propia naturaleza. “En el fondo eso es lo más conmovedor. Todos son incapaces y cómplices de la tragedia, en eso creo que todas las sociedades se sienten involucradas porque vemos venir el disparo y ninguno siente que sea responsable a la hora de hacer algo”, reflexiona.

Tolcachir sostiene que todas las obras tienen un argumento que es algo así como “la máscara, la cáscara o el relato, pero en verdad eso es lo que menos importa”. El autor es consciente de que La omisión… usualmente se presentó como una obra que gira en torno a una familia peculiar y confiesa que siempre le sorprendió porque “no era mi intención y nada me interesa menos que indagar el mundo familiar”. El director prefiere pensar la pieza como “un ensayo sobre algo social” que se propone desentrañar “cómo funcionan las personas, las alianzas, las miserias, los secretos: cómo funciona el mundo”. En ese sentido, Coleman expone también las tensiones que puede haber en la recepción de un producto cultural: en sus inicios se leyó esencialmente como una obra sobre la familia, pero en estos años ha mantenido su vigencia y hoy puede leerse perfectamente como una exploración acerca de la condición humana con todas sus mezquindades y grandezas, sus luces y sombras, sus miserias y riquezas. “No es la familia lo importante sino las relaciones entre las personas, por eso decir que se trata sobre una familia disfuncional es un poco raro, pero también me parece interesante que los otros le puedan dar un nombre a lo que ven. Es muy conmovedor y muy hermoso”, asegura el autor, y destaca que en ninguno de los países se leyó la puesta como un retrato de la idiosincrasia latinoamericana o argentina. “En Dublín, por ejemplo, nos preguntaban si nos habíamos inspirado en una familia irlandesa –recuerda–. Todo el mundo lo sentía propio, todo el mundo lo conocía. Por suerte esa no fue la intención y, sin embargo, se generó más allá de nosotros y nos dio muchísimas alegrías”.

Alguien podría preguntarse cuánta vigencia puede tener un texto creado dos décadas atrás, pero la historia siempre se repite y también muchos de sus tópicos. Los artistas talentosos han sabido tocar las fibras de los grandes temas universales a lo largo de la historia y por eso se siguen representando las tragedias griegas o las obras de Shakespeare. Lo humano no caduca. “Aún hoy, tal vez por lo cíclico de nuestra historia política o tal vez por lo que sucede en el mundo, la obra sigue teniendo un valor enorme porque si hablamos de omitir, de no hacerse cargo, de no hacerse responsable de las propias acciones, quizás estamos en un período extremadamente doloroso en ese sentido”, apunta Tolcachir. 

El balance de estas décadas parece positivo y el director afirma: “Me encanta que nos haya sucedido esta obra. Por el mundo me encuentro con gente que me pregunta cómo están los Coleman como si fueran personas vivas, que están en un lugar. Muchos espectadores me siguen contando qué les pasó la primera vez que la vieron y eso es muy conmovedor. Supongo que pasa pocas veces en la vida así que es una fantasía y una maravilla haberlo vivido con mis amigos de teatro, con mis compañeros de escuela. Sin dudas fue un impulso muy grande para el crecimiento de Timbre 4, para poder conocer diferentes lugares del mundo. Por supuesto yo tengo mis ambiciones pero no es que aspiro a algo concreto. Creo que la maravilla son las experiencias que se pueden tener: Coleman fue una experiencia muy hermosa y lo sigue siendo. Hacerla juntos, vivir la sorpresa de la reacción del público, empezar a viajar, tantas cosas hermosas… Seguimos queriéndonos, eligiéndonos, cuidando la obra y acompañando el camino de cada uno. Lo lindo es sentir que a la gente que la vio le quedó una marca, un recuerdo de la obra”.

El espacio que Coleman ayudó a gestar también se expandió más allá de las fronteras nacionales. En el momento de la entrevista, Tolcachir se encuentra en la ciudad de Madrid (España) trabajando en varios proyectos personales pero también en las dos sedes de Timbre 4 que inauguraron al otro lado del Atlántico: en 2021 abrió sus puertas la primera en el barrio madrileño de La Latina y, a fines de 2023, se sumó otro espacio en la zona de Palos de la Frontera. Ambas sedes funcionan como escuelas y en una, además, se montan espectáculos. Timbre 4 ha logrado exportar una pedagogía, una forma de pensar y producir teatro, ese espíritu colectivo que caracteriza al teatro independiente porteño y una identidad que se gestó en tiempos de crisis en el barrio de Boedo y que hoy, gracias al trabajo dedicado de un grupo de colegas que también comparten una amistad, conquistó territorios insospechados y ganó nuevos públicos en todo el mundo.
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Elenco: Jorge Castaño, José Frezzini, Natalia Villar, Inda Lavalle, Cristina Maresca, Miriam Odorico, Gonzalo Ruiz, Fernando Sala
Libro y dirección: Claudio Tolcachir
Viernes a las 22 en Timbre 4 (México 3554). Localidades desde $12000.