Boca de Gallo volvió, ahora en formato 3D. Luego de las tres audiovisuales “Frontera”, esta pareja de artistas a la que todxs envidiamos se presenta en el teatro “La Gloria” con su nuevo espectáculo Rastros del gesto analógico, una creación que cumple lo que promete: devolvernos a un tiempo continuo.
Para quien no conozca a esta compañía vale la pena hacer un poco de racconto. Está formada por Carolina Tejeda e Ignacio Rodríguez de Anca, intérpretes de gran trayectoria que en 2014 deciden afrontar el desafío de trabajar juntxs. Forman así Boca de Gallo, una compañía interdisciplinaria que cruza el teatro y el trabajo de texto con la exploración de los títeres, los objetos, la luz, la música, la fotografía, el arte textil, etc.
Sus producciones son más que interesantes porque están dispuestos a romper todo límite.
Estado de viaje, su primer espectáculo, se dedicaba a indagar sobre la proyección de distintas formas: con lentes, lupas, linternas. Esta obra estaba acompañada de un museo donde la gente podía interactuar con los objetos surgidos de la investigación.
Parra era una propuesta de 3 min para dos espectadores: montada en una caja de cartón que funcionaba como cámara oscura y, junto con auriculares que reproducían la banda sonora, los espectadores veían una pieza pequeña que destacaba por lo artesanal.
El aislamiento obligó a la compañía al lenguaje audiovisual, donde hicieron un cruce entre lo digital y su clara tendencia analógica. De esa exploración salieron las tres ediciones de frontera, El viento con Carolina como intérprete, Marítimo con Ignacio y Cuerpo que unía a los dos. En estas producciones pandémicas yo me crucé con esta compañía y ahora tuve el gusto de disfrutarlos en vivo.
Rastros de un gesto analógico es un antiguo juguete a cuerda donde ver cómo se enganchan los engranajes, apreciar lo delicado de las piezas y escuchar el relato, que por momentos es canción, ubica al espectador en un estado de contemplación amorosa.
La línea de investigación de este dúo es tan clara que por momentos pareciera que todo podría ser un mismo espectáculo, o una misma saga: las mil formas de contar un relato. Y la palabra viaja, perdiendo el sentido y encontrándolo, los significantes se mezclan pero dejan en el cuerpo una sensación, un reconocimiento de familiaridad que se trenza con los objetos, todos de un tiempo pasado.
Hay algo de melancólico en su propuesta y ¡cómo culparlos! Tela con puntillas, títeres de madera, diapositivas, cámaras fotográficas y mapas antiguos despiertan unas ganas de subirse al Delorean y volver a esa belleza velada, sinuosa. Pero no todo tiempo pasado fue mejor y la obra también expresa ese silencio, esos cuerpos reprimidos, que convivían con esos objetos. Y ahí sí, me quedo con el iPhone.
La fábula que se logra vislumbrar, en un tratamiento del texto que valora más la sonoridad que el significado, es la historia de Antonia quien luego de ¿una guerra? abandona su hábitat y se traslada, sola, con sus dos pequeños hijos.
Pero también se entrelaza con la historia de otras mujeres, madres de 14 hijxs, hijas de mujeres represoras, manos que cosen y arreglan todo y viven una densidad lorquiana.
No es sólo mi cabecita viajera la que me impide hoy recordar tan claramente de qué va el espectáculo, sino es que la imagen le ganó a la palabra. La obra es bellísima. A su vez, el uso melódico de la palabra me obligaba a tener que prestar mucha atención para “seguir la historia” y francamente el trabajo con la iluminación, el espacio, los objetos, los sonidos ganaban siempre. Sorry, Aristóteles.
La sala de “La Gloria” parece haber sido construida para esta obra, una cajita pequeña, revestida de telones, que nos recibe con dos mesitas con cajones (que sabemos están llenas de cositas bellas), un técnico/músico que une una suerte de guitarra/violín del siglo XIV y una consola del siglo XXI y ellxs, cómplices que, contra la única pared de ladrillo, leen alguna pequeñez y esperan el silencio para arrancar.
La propuesta es épica (épica de Brecht, no de Game of Thrones): nos van a contar el cuentito y se van a apoyar en los distintos elementos para ilustrarlo, ponerlo en tensión o abrir nuevos sentidos. Una vez que este gran juguete se pone en movimiento ya no hay detención y es mejor relajarse, hacerse a la idea de que no se va a poder captar todo porque es simplemente imposible: los estímulos son demasiados. Ahí es donde una extraña el audiovisual y la hermosa posibilidad del stop.
Norberto Moreno, este músico fantástico que desde el 2022 se incorporó de manera estable a la compañía, le compite mucho y sin querer a la escena. Genera un piso musical y sonoro sin el cual el viaje es imposible. Por momentos en una propuesta más clásica de musiquita instrumental (con este misterioso instrumento cuyo nombre nunca más recordaré), por otros donde loopea y superponen algunas palabras, frases de la obra y por otros donde simplemente genera un colchón de ruidos y ruiditos. Valdría la pena volver a ver la obra para ver únicamente lo que hace él.
Más allá de la afinidad estética que unx pueda entablar con la propuesta de este dúo, me parece muy esperanzador que en medio de la inmediatez y la velocidad que propone la época en que estamos inmersos, haya tres loquitos que se encuentran a través de los años para explorar el rebote de la luz, el sonido de un cajón, las formas de imprimir una tela, la textura de los cuerpos.
Quizás ahí esté la resistencia.
Foto: Celeste Ferreiro
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RASTROS DEL GESTO ANALÓGICO
Actúan: Norberto Moreno, Ignacio Rodríguez De Anca, Carolina Tejeda
Dirección: Ignacio Rodríguez De Anca, Carolina Tejeda
LA GLORIA. ESPACIO TEATRAL
Yatay 890
Domingos 20 h