
Un clásico reestrena y, más allá de la alegría de poder verlo y llenar ese significante vacío, me da mucha lástima su inmensa vigencia. Es que este espectáculo, estrenado hace 12 años, no deja de hablar del presente, no porque tenga una intención de eternidad, sino porque las problemáticas de nuestro país están subidas a una circunvalación hace ya demasiado tiempo. O quizás sea eterna porque los conflictos de la Argentina también son eternos. Qué depresión.
INTERIOR DE UNA CASA. Cerca de plaza Irlanda. Un padre y un hijo tienen atada a una mujer que dice ser la madre hasta verificar su identidad.
INTERIOR. ¿Mar del Plata?, un chico y su hermana interrogan a quien dice ser su padre.
INTERIOR. Un matrimonio mantiene confundido a un joven que, al parecer, no es su hijo. Un decorado teatral, tres peronistas están loopeados en la ficción de la familia, olvidan todo a cada momento pero se saben proclives a ser traicionados. Su única herramienta es el interrogatorio.
Este espectáculo es una masterclass de la maquinaria Audivert, un mismo tema (SU mismo tema) y unas verdades provisorias puestas siempre en dudas: el juego que expone al teatro y sus convenciones. Las clásicas preguntas “¿quién soy?”, “¿dónde estoy?”, “¿por qué estoy acá?”, “¿qué estoy haciendo?” acá son brújulas descalibradas que obligan constantemente al cambio, a la readaptación por parte de los personajes. Al igual que ellxs, el público no hace pie y se ve obligado a cruzar a la vereda del frente y buscar la metáfora en todo este despiste.
La actuación es (in)tensa, entre el policial y el melodrama argentino. Lxs intérpretes, dueños de ese material textual, habitan ese estado de desesperación con un agotamiento tal que hace imaginar que siempre estuvieron así, como en un círculo del infierno, como en una obra beckettiana o una peli de Kusturica. Obligados al mismo mecanismo una y otra vez, un mecanismo del que ellxs mismos son los artífices y víctimas. Un mecanismo peronista, lleno de nostalgia, ilusión y desconfianza.
A esta reflexión histórica, se le suma otra: la reflexión escénica. La disciplina actoral es otro instrumento de engaño y los textos de Stanislavski, de Calderón de la Barca, de Florencio Sánchez intentan ser rastreados como si se tratara de merca en un aeropuerto. Se acusa al culpable de usar “textos de la literatura para intentar naturalizarse”. Lxs intérpretes actúan, actúan mucho, todo el tiempo, actúan que actúan, trayendo así un sinnúmero de asociaciones argentas que no dejan de atravesar. Los personajes están encerrados, en esa ficción que armaron para sí mismos, para protegerse de la traición de su padre el general, para encontrar al enemigo que son ellxs mismxs, con la esperanza y responsabilidad de formar parte de un colectivo mayor, que también, se esconden y mantienen, como ellxs, un olvido revolucionario.
El espacio es un decorado que mantiene sólo lo necesario para llevar a cabo la acción: una mesa, tres sillas, una bandera Argentina tras la cual ocultan al interrogado y libros, muchos libros donde se buscan las pistas para exponer los engaños. Nuestras miradas desde la platea, sostienen la paranoia de estar siendo observados.
Los apagones, como en Beckett, abren un abismo de tiempo, un limbo que se sostiene con el procedimiento de la repetición del acto siguiente: el mismo interrogatorio, distintos personajes. Una rutina imposible de romper pero donde los personajes, a diferencia de lo que sucede con el irlandés, quizás por ser argentinos, no dejan de accionar, no dejan de buscar la salida. Como esa metáfora infantil del ratoncito que lucha para no ahogarse un bowl de leche que se convierte en crema. Sólo que acá el bowl tiene agua y nosotrxs vemos como esos ratoncitos peronistas, por mucho que lo intenten, por más luchen y se saquen las pestañas entre sí, irremediablemente se van a terminar ahogando.
Quizás, ahora, los días peronistas sean los lluviosos.
Foto: Michel Marcu
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EDIPO EN EZEIZA
Actúan: Francisco Bertín, Hugo Cardozo, Julieta Carrera
Dramaturgia y dirección: Pompeyo Audivert
HASTA TRILCE
Maza 177
Domingos 20 h