Este artículo lo escribo todavía conmovida, todavía sin dormir (quien quiere dormir con semejante alegría) todavía temblando, todavía con lágrimas en los ojos, con una sonrisa que deforma el rostro, con el fuego que invade y con una sensación de historia que brota por los poros de la piel.
¡El aborto es legal en la Argentina! Y al que no le haga sucumbir esta noticia no está prestando atención.
Una jornada de resistencia y continencia. De festividad, aquelarre y nervios. Mensajes con los poroteos y lista de oradores. Contando los minutos para la votación. Hay un afecto irreconocible, son esas miles y miles de voces de cuerpos que han muerto, que han ido presos, que han maternado sin querer hacerlo, o que se han enfermado de culpa por tomar una decisión. Y acá estamos. ¿Qué decir? ¿Qué sentir? Cierro los ojos. Respiro ondo. Se percibe alivio.
Jamás bastaron las palabras. Ni los argumentos en contra ni a favor. No hubo ni hay palabras que expliquen la opresión que siente un cuerpo gestante que está obligado a gestar. Que está penalizada su decisión de no hacerlo. O que está en peligro su vida si decide (decidía) llevar a cabo un aborto clandestino. No bastaron las palabras antes. Y tampoco ahora. Ya no las necesitamos. Ya no tenemos que explicar nada. Ni pedir permiso, ni pedir perdón. Tenemos la soberanía para elegir y eso es un acto de justicia.
Legalizar la interrupción del embarazo es desligar, desidentificar la vitalidad, potencia y singularidad del cuerpo que gesta con la obligatoriedad de gestación y reproducción; y por lo tanto también de las consecuencias que hay que pagar por no hacerlo (muerte, prisión o estigmatización social)
¿Qué impacto tendrá esta ley en las educaciones sentimentales del futuro próximo? ¿Cómo será criarse en un país en donde portar un cuerpo gestante ya no es portar ni con un mandato ni con delito? ¿Basta la ley del Estado para despenalizar en el mito social? ¿Basta la Ley para transformar ese crimen en derecho?
El aborto es legal, si, y ahora creo que tenemos que seguir dando, donde podamos, ese debate sobre la despenalización y desmoralización del acto. El debate sobre el deseo y la vida. Esa pregunta que nos han traído los feminismos para hacer resquebrajar un poco los sentidos y maneras en que vivimos. La pregunta sobre la producción y reproducción de nuestras existencias.
¿Bastará la Ley para que los cuerpos gestantes dejemos de ser ciudadanxs de segunda?
Queda mucho, tantos derechos todavía a conquistar. Pero esta vez segurxs de que las batallas se ganan en el terreno de la política, practicándola y confiando en ella como herramienta de transformación. O por lo menos esa es mi humilde opinión.
Y por último me quiero dar el gusto de agradecer. Agradecer a esas mujeres y cuerpos que han enseñado a sostener esta lucha por años. Cuándo feminismo era una mala palabra y no agenda de gobierno (porque no se confundan es agenda de Estado por presión popular) Insistiendo una y otra vez con dar el debate sobre la autonomía gestante. Agradecimiento a lxs que mostraron que el aborto legal era un tema de justicia social. A lxs que marcaron la cancha y no se bajaron nunca del tren, aún cuando una estaba cansada de tener que explicar lo inexplicable. Casi por humillación. Defenderse de lo indefendible. Y escuchar siempre lo más horroroso.
Ayer se cerró un capítulo y se inauguró otro. Veremos con el correr del tiempo qué aires nuevos traerá y que conservadurismos viejos habrá que seguir discutiendo. Hoy, después de un año en el que una pandemia detuvo y transformó nuestras maneras de vivir, hoy un germen empezó a brotar.