Hace veinte años era 2004.
Hace veinte años nacía Revista Llegás.
Hace veinte años yo tenía 28.
Me había separado del novio arquitecto con ascendencia rusa que vivía en Boedo, tocaba el bajo y componía rock gótico. Habíamos dado muchas vueltas entre irnos de Buenos Aires y viajar largo tiempo o mudarnos a convivir en su casa o en la mía según cómo nos dieran las cuentas con lo que ganábamos de nuestros laburos ocasionales. En medio de todo eso, él había compuesto la música para la primera obra que dirigí que se llamaba “Nada que ver con el amor” y que en ese 2004 hacía funciones en el subsuelo del teatro IFT. La obra estaba inspirada en películas de David Lynch, la habíamos creado con un grupo grande que tomaba clases conmigo. La escribimos con mi amigo Alejandro Quesada. Incluía una película que se proyectaba sobre la escenografía y todas las canciones que el arquitecto ruso había compuesto eran hermosísimas. Muchas veces, cuando lo miraba, me decía a mí misma: “sos la novia de Bowie”.
Antes de la separación, ese mismo año, juntos habíamos visto la obra Mendiolaza del Grupo Krapp en el Portón de Sánchez. Eran un equipo de bailarinas/es y músicos, que hilvanaban en escena con saltos, caídas y golpes, momentos de un club social cordobés. A la salida él me dijo “cuando actúas te tirás al piso como esas bailarinas”. Habíamos visto en Puerta Roja “Los ríos”, de Gustavo Tarrio y Martin Díaz, donde había un túnel oscuro, un antiguo proyector de Cine Graf y un piano. En esa ocasión me dijo “tus amigos son magos, hacen cine con el teatro”. También habíamos visto “Open House” en el Callejón, el teatro ya tenía once años y la obra tres. Le dije “esto es otra cosa distinta a todo lo que ya viste”, cuando lo llevé a ver “Ars Higiénica” de Ciro Zorzoli con el grupo La fronda. Era mi segunda vez con esa pieza.
No vino conmigo ni a “Mujeres soñaron caballos”, ni a “Nunca estuviste tan adorable”, ni a “¿Estás ahí?”, y cada vez le repetía “no sabés lo que te perdiste”.
Lo que le gustaba mucho era buscarme a la salida de las clases de actuación que yo daba en IMPA - La fábrica, una empresa procesadora de aluminio recuperada por los trabajadores donde también funcionaba un centro cultural, y a la salida de mis funciones. En ese momento dirigía otras dos obras además de la que habíamos hecho juntos. Una se llamaba “Sujetos” y la otra “Monoambiente”.
Y actuaba en “Afuera”, una obra que dirigió Gus Tarrio. Actuábamos con Grupo Sanguíneo, la compañía teatral con la que trabajé nueve años donde estaban Valeria Lois, Juan Pablo Garaventa y Martín Piroyansky. Se hacía en un teatro de la zona del Abasto que no existe más. En esa obra se contaba el off de una fiesta. Todo sucedía en una terraza. La escenografía tenía un borde que usábamos como cornisa. Desde ahí saltábamos al vacío en la ficción y a los colchones apilados en la realidad. En general, él entraba a la sala antes que terminara la obra para ver mi último arrojo. Cada vez que finalizaba la función, el Bowie ruso me decía “hoy volaste como nunca”.
“¿Qué pasó veinte años después?”, me preguntan de Llegás.
Reviso 2024 y: voy a ensayar “Testosterona” al Teatro del pueblo, donde estaba Puerta Roja y me doy cuenta que sigo ensayando en los teatros del Abasto. Veo la última obra de Tarrio “Ha muerto un puto” y coincido con el arquitecto, mi amigo es un mago. Pienso en la nueva obra que voy a ensayar y una vez más el miedo es enorme, y entonces me digo “subite a la cornisa, abajo están los colchones apilados, tirate al vacío”.