UN PÁRAMO INVISIBLE
Con El bosque de los perros Gonzalo Javier Zapico concreta un ejercicio de suspenso sobre el desolado paisaje de la tristeza.
Hay algo en los animales que los humanos tal vez perdieron: el instinto de supervivencia. Los animales no son violentos per se excepto que se sientan en peligro, en cambio los humanos pueden razonar la violencia, ejercerla al libre albedrío, hacer de ella una fórmula que les garantice el poder sobre los otros. Por eso los animales domésticos son los mejores amigos del hombre, porque el hombre puede dominarlos a su antojo, y hasta quitarles la vida por diversión supremacista sin que haya una pena para esos asesinatos. Uno por ejemplo puede matar un perro a cualquier edad, saciar sus frustraciones rasgando el cogote tibio de un cuzco que menea alegremente el rabo en la vereda pidiendo una caricia de su mano. ¿Es reprobable una acción como esa? ¿Alguien puede asegurar que alguna vez no tuvo deseos de pasar a degüello a un perro, a un gato, solo para ver de qué manera se aferraban a la vida que se les iba con la sangre derramada? Uno a veces necesita escapar de sí mismo, y estas fantasías odiosas son un atajo para encontrar el rumbo otra vez. Pero si uno pone esas fantasías en práctica, ¿uno es un criminal? ¿Matar a un perro nos hace viles? ¿Podremos acostumbrarnos a la vileza si eso pasa? El único que pareciera tener la respuesta a estas preguntas es Carlos, que se pasea por el pueblo como un mastín bien alimentado aunque guarde en la mirada el dolor de haberse perdido en el camino. En cambio Gastón aún no puede admitirlo, todavía lo sufre como si tuviera el cuerpo cubierto de llagas, y ese sufrimiento lo vuelve tan frágil como precioso, tan desesperadamente tierno. Y Mariela, que no se ensució las manos entonces, pega la vuelta después de tantos años para irse tranquila a la utopía de la felicidad. Hubo un momento en que los tres, cuando chicos, se sintieron en peligro; pero ellos no eran cachorros de animal alguno, eran humanos dominados por la culpa, agobiados desde temprano por una decisión deforme fruto del deseo recién parido, a esa edad en que la fatalidad es un ladrido destemplado a la luna, y a ésta no es más que tristeza profunda.
EL BOSQUE DE LOS PERROS no es un thriller aunque haya suspenso mientras se concreta la venganza. Es que no hay un suspenso cierto ni una venganza efectiva que motoricen la historia: sí hay una necesidad de descubrirse al fin y de aceptarse tal como uno es, necesidad que los animales uno estima que ni siquiera se han puesto a rumiar. En todo caso es un thriller dibujado en las miradas impares de Lorena Vega y Mónica Raiola, miradas que observan un pasado que todavía sucede y que en Mariela no para de latir y que en su tía es un grito enmudecido en la garganta. Es un thriller de planos largos, de poesía sucia arrastrada por el barro de la lluvia, que se esconde en el tiempo escindido del presente, preso de la cárcel fatal de no saber adónde vamos, hijo del dolor de un sentimiento marchito por el desencanto, por la nostalgia de no ser, por el cobijo estéril que nos ofrece el páramo invisible que habitamos.
EL BOSQUE DE LOS PERROS (Argentina, 2019). Escrita y dirigida por Gonzalo Javier Zapico. Fotografìa: Germán Constantino. Montaje: Guillermo Gatti, Mariano Saban. Con Lorena Vega, Marcelo Subiotto, Guillermo Pfening, Mónica Raiola, Julieta Brito, Angelo Mutti Spinetta, Francisco María. 82 minutos.