Luego del hiper-realismo de la saga de Christopher Nolan, The Batman de Matt Reeves se asienta en el género Noir para dar cuenta de la corrosión en las bases de la sociedad contemporánea. 

Este tanque DC apunta a ser una mezcla taquillera. Entre criminales, el noir, la acción y los aires de melodrama, practica una combinación de géneros cinematográficos que parte también de referencias atmosféricas y concretas a filmes como Seven (1995) y Zodiac (1995). Dentro de todo lo que trae el filme me interesa destacar dos aspectos, uno estético y otro simbólico. Una utilización de lo noir como una de las maneras tradicionales para retomar al héroe y la siempre problemática pregunta por la justicia que trae Batman. 

Los villanos se superponen en esta versión, el Acertijo a la cabeza y otros que, si bien están vinculados al crimen, no parecen tener la misma maldad y deseo de destrucción de la ciudad que él. Gatubela es una mujer fatal -aquellas mujeres del cine que atraen, ocultan y traicionan- y el pingüino es un mafioso que articula  los caminos entre lo legal y la ilegalidad con la “gota” (la droga de gótica). En la boite que tiene mucho de moderno ocurren algunas de las escenas de acción y giros que hacen cambiar la trama. La mayor expresión del noir se da en la mansión de Bruce Wayne, con poco de forma oval, sepulcro o iglesia, se parece más a una biblioteca. Emparentada con Batman, The dark night (2008) (por su crueldad y malicia) hay escenas de persecución, peleas de acción, una cámara en movimiento que recorre la ciudad y hasta una secuencia romántica con motocicletas. A pesar de su atrocidad, este Batman no termina de confeccionar una oscuridad abrumadora.  

Algo que se puede pensar es la conspiración de un grupo que opera entre las sombras. Todos están articulados, unidos por una comunicación con dispositivos y pantallas de celulares, lentes de contacto que funcionan como cámaras que portan reconocimiento facial biométrico. Una sociedad de datos como la nuestra y una prensa desfasada que parece explicarlo todo desde la televisión, como en las generaciones anteriores. El crítico Frederic Jameson pensó bajo la noción de estética geopolítica la manera en que unas películas de serie B como las de David Cronenberg o Brian de Palma, traerían -bajo el signo del complot- un argumento que enlaza asesinatos políticos con una organización clandestina que permitiría alegorizar ciertas cuestiones colectivas. Si bien la versión estremecedora con la cual cobra relieve este argumento es con Joker (2019), al comienzo de Batman aparece una pandilla -de rostro pintado- que ataca a una persona indefensa a la salida del metro. Batman, implacable, cobra “venganza”- dando cuenta de que se trata de uno de los héroes más oscuros cuya justificación, antes que un intento de restauración de un orden ejemplificador, pareciera acercarse a la revancha personal por los hechos privados. ¿Qué dice Batman sobre la justicia? Pareciera ser que la justicia estuviera basada en una limpieza de la corrupción -una visión un poco simple y moral-. ¿Qué hacer con una ciudad corrompida, llena de ratas, buchones, ladrones, chanchullos, toda una fauna carroñera que va carcomiendo los restos? ¿dónde termina la cadena? La tortura física y psicológica extrema con la que el Acertijo ataca a sus víctimas antes de cometer asesinatos sobre los cuales los “justicieros” llegan tarde y el edificio -un simil Madison Square Garden- inundado, lugar del espectáculo y la política, son aspectos de una violencia pirotécnica que expresa un malestar pasajero. Primero sobre un delincuente y luego en lugares estratégicos de la gran manzana, las bombas rompen el pavimento para comenzar la limpieza -imposible- del sistema corrupto. Todo se vuelve algo más parecido a una catástrofe natural que a una acción directa de un grupo con rabia. 

The Batman propone una justicia fácil, con mucho estilo, y no presenta escena que no sea más que puro entretenimiento. 

Por Lucas Martinelli.