Las paradojas de los comediantes
Sección Cine y series - Revista Llegás
Cine y series

Las paradojas de los comediantes

5 de mayo de 2022

Luego de El artista y Mi obra maestra Gastón Duprat y Mariano Cohn vuelven a adentrarse en los entretelones y las miserias de los artistas, esta vez haciendo foco en el mundo del cine.

Imaginemos un mundo compuesto por artistas y nada más. Luego, imaginemos que esos artistas tienen criterios antagónicos -formas diferentes de pensar el arte como consumación de sus proyectos personales-. Sin embargo, todos tienen algo en común: están detrás del dinero y los premios. Un mundo de arribistas miserables -una directora de cine y dos actores- que sólo quieren fama y éxito a toda costa. Ese es el tema. Los espacios de la película: un museo impecable y moderno, algunos hogares, la alfombra roja y la sala de conferencias de un festival de cine internacional. Los personajes en rivalidad arman la comedia: una competencia por quién logra la mayor mentira -aquí la falsedad es igual a buena actuación- y deja peor parados a los demás.

Centrado en los vaivenes del mundillo artístico y todos los prejuicios que hacen a la cuestión del “ego”, el filme además trae aspectos curiosos del terreno propio de la actuación teatral o cinematográfica que pueden extenderse a todas las artes. Con la eterna y estereotipada disputa de la tradición y la cultura -representado por el personaje de Oscar Martínez- frente a un modelo artístico basado en la industria del espectáculo y el comercio -Antonio Banderas- se oponen: un modelo de actuación que requiere tiempo, concentración y mundo interior (sin decirlo se alude a la técnica de la memoria emotiva de Konstantin Stanislavsky) frente a un modelo dinámico y veloz que solo precisa acción y superficie (puede pensarse en Lee Strasberg y sus continuadores). El profesor de teatro dice que el mundo no necesita más actores y solo uno de sus estudiantes tendrá lugar en el medio. Pequeñas crueldades cotidianas que reflejan la vida y también la construyen. Por otro lado, también son interesantes los planteos de la mano de Penélope Cruz sobre la referencialidad del arte, si debe hablar de la sociedad o simplemente de sí mismo y nada más. Por la manera en la que estos temas se muestran en el filme parecen querer acercarlos a un público amplio.

¿Cómo la película piensa en abrir sus canales de comunicación a una audiencia masiva? Es en ese preciso lugar en el que entra la paradoja de estos comediantes. Por momentos, los realizadores extreman los límites del humor y proponen, en medio de sesudas reflexiones estéticas, un regadero de lugares comunes que respetan la tradición argentina de un humor misógino, cínico y “de doble sentido” que se ríe del físico, la mala suerte de los otros y del culto a la masculinidad. ¿Será muy difícil hacer un humor amplio sin ingresar en este tipo de chistes? ¿La película homologa “lo popular” con cierto tipo de pereza mental?  Es posible que haya algunos deslices en los que el filme -mucho más cerca cercano al culto de la tradición desde el academicismo de los planos o el respeto con el que las obras ingresan a la película- elabore un conflicto entre ese “mundo del entendimiento del arte” y “un mundo donde el arte está por fuera del espacio de lo cotidiano” (ese espectador al que por momentos se dirige con el humor banal). Entre esos públicos y mundos aparece la contradicción, en el seno del filme. Ser “culto” y “popular” es un intento casi nunca concretado en la historia del cine. La comedia, género dramático tradicionalista, nos permite reír y logra -también- hacer pensar.

Por Lucas Martinelli.

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