David Cronenberg es un cineasta de esos que se reconocen como “de culto” porque su nombre indica una señal de pasaje a un mundo especial. Un universo cinematográfico donde habitan criaturas que viven en la frontera de las mutaciones animales y tecnológico-industriales. Ver alguna de sus películas permite entrar a una red reconocible de aspectos que se repiten con pequeñas variaciones en casi todas: alguien experimenta con los límites de la ciencia, una asociación avanza con un complot desde las sombras y la mutación de los cuerpos humanos se vuelve peligrosa y repugnante. Siempre las claves de sus historias apuntan a extrañar los géneros del terror y la ciencia ficción, para dar una mirada con un sello distintivo, eso que se llama autoral. Hago hincapié en todo esto porque ver Crimes of the future es entrar a un universo visceral, post apocalíptico y retrofuturista, que no solo se entiende por sí mismo de manera autónoma, sino que se vuelve más placentero al verlo comparativamente con las obras anteriores.
Quienes gusten de una retrospectiva más general, pueden ver Videodrome (1983) donde un periodista intercepta un canal que transmite escenas de sexo y violencia extremas y las graba en cintas de video que se pueden insertar en el propio cuerpo, La mosca (1986) donde un científico prueba la teletransportación humana frente a una periodista de la que se enamora y, por accidente, una mosca se cuela en el experimento o Crash: extraños placeres (1999) donde los personajes exploran los límites del erotismo con los accidentes de autos. Siempre algo de lo filosofico vinculado al sexo y la muerte, de lo cómico y lo repulsivo aparece una y otra vez.
Las estrellas Viggo Mortensen, Léa Seydoux y Kristen Stewart que actúan en Crimes of the future le dan una proyección mayor, una circulación global que permite acercar a todo público una degustación de un cine explosivo y sensitivo. Dos temas son fuertes aquí: la política de lo vivo y el campo del arte. El sistema de lo político se muestra como un problema que atañe al mundo de los seres vivos: ya nadie siente dolor físico en el cuerpo, lo que permite la experimentación con cirugías caseras y el desarrollo de una nueva colectividad que intenta continuar la evolución de la especie con una alimentación por medio de plásticos. Este pequeño grupo aberrante, tiene una especie de mesías que es asesinado por su madre. El campo del arte tiene a los performers en un pedestal: ellos hacen tatuajes en los órganos nuevos sin funciones identificables que comienzan a aparecer en los cuerpos. En medio de mesas de disección al estilo de una morgue, se cruzan todas las preguntas por la cuestión de los límites del arte y lo biológico. Estos temas, que pueden ser tratados con mucha seriedad, son cosas de las que Cronemberg se mofa y se ríe. Nos deja de nariz tapada ante un mundo en putrefacción.
Por Lucas Martinelli.