¡VIVIR!
Hacer la vida, de Alejandra Marino, propuesta coral sobre las diversidades con precisas interpretaciones de sus protagonistas.
Natalia vende café en la calle, con un carrito lleno de termos. Le dicen la Rusa, pero ella señala, sin énfasis, que los argentinos no son brasileños. Ella, que fue nadadora profesional y ahora no le permiten más que vender café en ese natatorio exclusivo donde tiene clientela, es ucraniana, que no es lo mismo que ser rusa. Mercedes recién sale de la adolescencia y está empleada con cama en casa del señor Sergio y la señora Mónica; la señora Mónica no tuvo hijos, y pareciera que ese es un trauma bastante profundo que ni siquiera Aquiles, el dogo, puede suplir favorablemente. Mercedes quedó embarazada del Negro, y cuando el Negro se borra, Mercedes se quiere volver a Tucumán pero sin el chico. Lucy vive con su mamá y Mick, su hijo. Sueña con irse a vivir a El Bolsón con el nene y cultivar frutillas y frambuesas para hacer dulce. Pero no tiene trabajo, nadie la toma por su condición de gorda, y se resiste a trabajar en un prostíbulo cuyo capanga asegura que las chicas tienen la misión de sacar la parte única que cada cliente lleva consigo. Gaby no la pega con los castings en los que prueba sus condiciones de bailarina, y Mariano, cuando Gaby se va de casa a buscar su destino, se prueba tímidamente la ropa de Gaby aunque le quede ajustada. Párrafo aparte merece Lorenzo, un zapatero tartamudo que está enamorado de Natalia pero tiene, a su pesar, actitudes aviesas que lo avergüenzan hasta llevarlo al límite de lo permitido. Y sin querer, porque Lorenzo ni siquiera piensa en ese tema, Lorenzo se transforma en el catalizador de este puñado de almas que coinciden, todas, en el mismo edificio cuya dueña es la madre de Lucy, a quien pareciera que sus dotes de vidente no alcanzan para percibir las pulsiones que se agitan en algo tan lejano como el inmediato alrededor.
El material que Alejandra Marino pone en pantalla no expresa lo que esos cuerpos diversos tienen para decir sobre la diversidad. Las mujeres y los hombres de esta película no pueden ser más distintos entre sí, y sin embargo resultan tan complementarios, tan necesitados del otro. En este aspecto los trabajos de Bimbo (Lucy), Raquel Ameri (Natalia), Florencia Salas (Mercedes) y Pablo Razuk (Lorenzo) resultan, por lo poco conocidas de sus imágenes en la pantalla, no solo un gran hallazgo de casting sino el verosímil sobre el que se construye la acción. Una acción sin tensiones aparentes pero que sin embargo late al ras de la vereda cuando todos los personajes dejan de estar encerrados y deben salir, por sí mismos, a buscar quiénes son en la vida de la calle. Quizás haya que tenerle paciencia al ritmo para llegar a ciertas revelaciones, y quizás no habrá que dejarse llevar por ciertos juicios a priori para dejarse sorprender por algunas actitudes que Alejandra Marino no juzga. Quizás, sí, sea una apuesta riesgosa para un cine argentino que pendula entre el acabado perfecto de las propuestas comerciales y la experimentación a ultranza de las películas independientes; si el riesgo de esa imprevisibilidad es el cambio de tono en un registro que parecía inmutable, y el descubrir alguna forma de amor en el último plano, bienvenido sea andar por la cuerda floja.