El punto ciego en fisiología se refiere a una parte del ojo que carece de células sensibles a la luz, es decir que esta zona no tiene sensibilidad óptica por lo que no es posible ver.
Con esta perspectiva sobre lo visual nos introducimos en la obra El ángulo muerto, una performance de danza de la coreógrafa, directora, intérprete y docente Lucía Giannoni en la que el dispositivo en el que se apoya la propuesta nos invita a reflexionar sobre aquello que no podemos ver.
Este experimento performático sobre “la intimidad y la observación, es una danza devenida en instalación y una película en vivo”, tal como anuncia la gacetilla. La obra ubica un cubo blanco en el centro de la sala en la que se puede observar la imagen de un cuerpo “íntimo y plural” que invita al espectador a circular alrededor para mirar la propuesta y construir desde su visión de los distintos ángulos, una idea de lo que está mirando, a sabiendas que algo siempre quedará afuera.
“Quería investigar esta relación que tenemos con les otres, que al mirarlos hacemos una lectura en la que los acomodamos para entenderlos y los simplificamos. Somos muy complejos y esa complejidad es imposible de capturar, cambia y muta”, nos cuenta la directora en diálogo con Llegás, mientras explica que quería encontrar de qué manera una misma cosa se podía ver diferente dependiendo del ángulo de las cámaras, la distancia, la perspectiva.
Charlamos con Giannoni a días de su reestreno en el centro cultural de arte y tecnología Artlab, un espacio enfocado en la interdisciplinariedad entre los distintos lenguajes estéticos contemporáneos. “Me interesa mucho investigar la relación entre el cuerpo y el lenguaje audiovisual como una posible dramaturgia en el cruce, algo multidisciplinar”, expresa la intérprete, refiriéndose a la intención en este proyecto de que hubiera una interdependencia de las distintas disciplinas puestas en acción. “Que realmente el cuerpo dependiera de la imagen, la imagen dependiera del sonido y el sonido dependiera de la luz, llegar a configurar ese dispositivo que si no estuvieran todas esas partes no fuera posible”, puntualiza y agrega: “Me importa la relación con el público, que el espectador tenga responsabilidad, aunque sea mínima, correrlo del lugar en el que solo quiere que le entreguen algo, para que se genere un movimiento” señala la directora cuya preocupación en la danza se centra en el pensamiento sobre lo coreográfico y la dramaturgia de la danza.
La coreógrafa opina que hay pocos espacios para pensar e investigar una dramaturgia de la danza despegada de lo heredado del teatro. Giannoni, que hace un año hizo un viaje de investigación a Suiza en el que pudo conversar con la bailarina y coreógrafa española La Ribot, cuenta lo que la artista le respondió: “me dijo algo súper simple pero concreto, que la dramaturgia es la coreografía, el modo en que configuras el cuerpo en relación al tiempo y en relación al espacio, al sentir, es lo que sabemos hacer”.
En El ángulo muerto pudo lograr un dispositivo desde lo audiovisual con el que generar lo que imaginaba en relación a la percepción: que el espectador sólo puede ver lo que elige y que si decide cambiar de ubicación, verá otra cosa. “Hay algo de ese dispositivo que hizo que las partes se unieran entre sí para lograr esto, una dramaturgia sobre lo mismo: no vamos a poder capturar todo de la otra persona, es lo que es y nos muestra y nosotros vemos lo que elegimos ver. Hablo sobre el ángulo muerto en relación al ángulo que uno nunca llega a ver y también por lo que genera lo que ya no existe, que se hizo en otro momento y solo estoy mirando su registro. Hay una diferencia muy grande en ver un cuerpo que está ahí, conectándose en este momento con uno, algo de esas relaciones que son sensibles, no racionales”, puntualiza la coreógrafa.
Lo que queda claro en esta propuesta es el cruce de las áreas, un punto tan fundamental del proyecto para ella como el hecho de que el cuerpo pueda estar cuestionando, pero acompañado de lo que el relato audiovisual genera o cuestiona, recorta o produce en ese imaginario, de acuerdo a sus palabras.
Finalmente, entre lo visible y lo no visible de les otres, asoma una pregunta por la identidad, que ella señala como la “posibilidad de ser o mostrar lo que queramos, y también preguntarse qué miramos de las otras personas, qué queremos”. Así se abre un interrogante acerca de cómo se construye el relato de la identidad a partir de lo que dejan ver u ocultan las personas.
En el estado de contemplación al que puede invitar esta obra en formato de instalación, seguramente el público pueda sacar sus propias conclusiones, o al menos hacerse la pregunta.
Por Dulcinea segura
Viernes a las 21 en Artlab - Roseti 93
Coreografía e Interpretación: Lucía Giannoni.- Asistencia de dirección: Rocío Barrenechea Bernárdez.- Asistencia coreográfica: Diego Gómez.- Realización escenográfica: equipo del taller de escenografía del CCGSM.- Producción: Constanza Comune Páez.- Distribución y producción internacional: Productora Rosa Studio.-