“Cae la ilusión de lo regular, de la cobertura de lo instituido. Este puede ser el momento para una fuerza instituyente: algo que erosione lo instituido, lo normativizado” – afirma en esta entrevista el director teatral Guillermo Cacace (Mi hijo camina solo un poco lento). Lejos de posiciones radicales el director reflexiona sobre cómo esta coyuntura puede modificar nuestras prácticas profesionales y cotidianas. Repensar las “presencias ausentes”
¿Cómo está tu pensamiento en este nuevo orden de cosas?
Tal vez tratando de dejarme ganar por la sensación de desorden, más que ordenando algo. Creo que todo se desordenó y que a veces se nos hace difícil no querer salir a encerrarlo en ideas, conceptos; hay un afán muy humano de entender sacar conclusiones. A mí lo que me pasaba los primeros días a nivel personal es que no podía nada y que en algún punto trataba de respetar esa posibilidad. No quería apurarme, ya que el apremio esta encarnado en otros cuerpos. Todos conocemos lo que pasa con el hambre en otros sectores. Después en ese vacío empezaron a aparecer necesidades de creación, necesidades de vínculos otros, de repensar lo vincular en este momento. Siempre me apareció en esta situación la idea de inventar nuevos vínculos. Nos inventamos en situaciones que nos son inéditas. Se abren hasta ciertas solidaridades. Esto saca lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros, prefiero quedarme o por lo menos que el cuerpo se quede con lo mejor. Hay una circulación de contenidos, de hacer el aguante a les otres. Esas son las situaciones con las que estamos “obligados” a conectar. Sobretodo insisto, quienes tenemos la posibilidad de hacerlo. Yo tengo grandes preocupaciones de índole económica porque hace un tiempo volví a alquilar un estudio y eso me genera una preocupación sobre cómo pagaré el alquiler de la nueva Apacheta. Así y todo, yo tengo a quien deberle. Eso ya es mucho. Esa preocupación tiene cobertura afectiva, material… Eso me genera una responsabilidad: no quedar pegado a lo que no puedo.
¿Qué empieza a aparecer ahí, en el desorden?
La incertidumbre. Es un terreno exquisito. Una de las lecciones que nos va a dar la pandemia es decir: “ che, realmente estamos de cara a lo incierto, no hay posibilidad de control sobre nada”. Yo siempre digo que la actuación o la producción artística está sujeta a tres variables muy fuertes: lo inconsciente, las condiciones de producción y el azar. Uno quisiera como director dominar esas variables, pero te das cuenta que es muy ingenuo. Sin embargo hay muchos esfuerzos por dominarlas, creo que la técnica en el teatro nace un poco en al afán de querer dominar algo. Y termina encorsetando en fórmulas, mitos pedagógicos que corren tras la ilusión de que eso que se desordena puede adquirir alguna posición tranquilizante. Y me parece que una forma de abrazar lo incierto es la renuncia a las posiciones tranquilizantes. Esto no quiere decir llegar a grados de intranquilidad que te paralicen, esto sucede por la falta de entrenamiento en abrazar a lo incierto. Esto se podría hacer en la medida en que no nos estemos ajustando a “modos de vidas” que querrían vender lo contrario: que hay garantías. En el neoliberalismo se produce todo el tiempo con la misión de gustar, dar garantías de eficacia; ponernos de frente a esta crisis y entender que no hay nada consistente en eso sería bueno. Yo no sé, no quiero hacer futurología, no sé cómo vamos a volver de esto. Ahora lo que podemos entender palpablemente es el hecho de que no hay garantías. Se ha hecho concreta la incertidumbre, no es algo a lo que adherir ideológicamente, es un hecho.
¿Vas a algo del orden de lo necesario?
Algo se extravía de su norma y es interesantísimo en un punto. Cae la ilusión de lo regular, de la cobertura de lo instituido, este puede ser el momento para hacerle lugar a una fuerza instituyente: algo que erosione lo instituido, lo normativizado. En nuestra actividad pareciera que no está muy cerca la fecha en la que vamos a estar otra vez en situaciones de presencia, de disfrute, de la proximidad de los cuerpos, disfrute que a veces es algo inconveniente. A veces yo creo que la proximidad es un trabajo enorme, y que no están buenas estas vacaciones de proximidad, hay algo en lo próximo que en estos días se alienta, se extraña… Me da la impresión que ese “estar en presencia” es un trabajo fuerte. Tenemos la posibilidad también como estamos muy “cableados” de ausentarnos en presencia, esta virtualidad no es más que un reflejo de cuando nos ausentamos en presencia. Uno tiene ocasiones tanto cotidianas, como artísticas en las que supuestamente no hay ninguna barrera para el encuentro y vive situaciones de virtualidad. ¿Estas frente mío? O en realidad ya hicimos click. ¿Cuántas veces en lo cotidiano muteás al otro? El estar en presencia es un trabajo que antes de la pandemia empezó a escacear. Había desabastecimiento de presencia hace tiempo. Este tema que me trae a pensar la escena – compromiso. Quizás lo que está pasando nos aventura a volver a pensar las zonas del compromiso. Yo pensaba el otro día qué sentido tiene para quien está tomando una materia teórica virtualmente, y no ve diferencias, qué sentido tiene volver al aula. Si es estudiante y vuelve a hacer una cursada presencial y no le encuentra un plus, va a haber que repensar las cosas. Ahí también se van a generar crisis que espero, obviamente, no promuevan por una apatía hacia las “presencias ausentes” un matar esta modialidad de encuentro.
¿Cómo hay que volver?
A mí me encantaría que nos tomemos un tiempo para pensar cómo volver, lo que nos está faltando ya no son tanto espacios, lo que nos está faltando es tiempo. No querría volver compulsivamente a la a actividad. Sería ideal que incluso en la medida en que ese tiempo no se materializara en forma inmediata sea un tiempo para generar las formas de cómo volver. El aprovechamiento de ese tiempo. De las variables tiempo-espacio, la que más extraño –hace rato- es la ausencia de tiempo. Nos falta tiempo. En esto que es estar en cuarentena percibo unos contrastes terribles: por un lado la angustia por lo que pasa afuera, el miedo que se meta en territorios vulnerables de todo tipo y por otro lado la existencia de un tiempo distinto, un tiempo donde podemos estar balbuceando alguna posibilidad de vida otra, porque el cuerpo en otro régimen de vida corporal empieza a tramitar lo cotidiano desde otros lugares. Hay zonas que quisiera conservar de este tiempo, de la calidad de este tiempo, la verdad que me interpelo muchísimo ¿tiene que estar pasando esto para que yo descubra la calidad del tiempo? No me reto porque es un tiempo para no ser hostil. No quiero que los chats o Netflix me dejen sin un espacio para hacer crecer esa zona ligada al desconcierto. Esto pone entre paréntesis todo lo que sabes. Quiero que el desconcierto me tome y que no me suelte. Como en lo artístico se trata de un desconcierto soportable porque encuentra un encuadre que permite procesarlo.
Uno está en mil lados y no está en ninguno.
Yo a veces me digo, después de vivir alguna zona de intensidad: hoy no tendría que ensayar más o dar ninguna otra clase. Si yo tuviese tiempo para procesar lo que acaba de pasar, me lo tomaría. Esto de estar en mil cosas por las “ambiciones” que puedas tener de progresar un poco economicamente o por la necesidad de pagar deudas, es abrumante. ¿Cuántas cosas de lo cotidiano tienen descendida su calidad por la ausencia de un tiempo para procesar? No hay un tiempo en el que se pueda respirar, elaborar tanta cantidad de información. ¿Qué posibilidades de lo crítico se tiene hoy? ¿O de lo artístico? Hay un filósofo que a mí me gusta mucho, Rancière, que habla sobre la injusticia en el reparto de lo sensible. Creo que por eso nos quedamos sin tiempo: por inequidades históricas. No solamente la riqueza material está desde siempre mal repartida, si no también lo sensible. Hoy también estamos llamados a repensar el reparto y la producción de las prácticas sensibles… ¿Hay alguna política que le permita al artista ponerse a producir contenido? Porque la primer política cultural que surgió en estos tiempos fue repetir lo que estaba en archivo más que crear contenidos puntuales en función de lo que pasa, nos atraviesa, nos modifica el pensar-sentir; estamos consumiendo cosas que pertenecen a un pasado inmediato que por supuesto tienen valor, pero me parece que tienen que empezar a aparecer ideas. Seguro deben estar apreciendo contenidos pero por el momento no hay estructuras que los contengan, ni financien. Con el elenco de Mi hijo camino solo un poco más lento, estamos generando situaciones audiovisuales en las que volver actuar, pero es solo porque si no lo hacemos nos “morimos”, no lo está financiando nadie. Aparece acá un contraste que es fuertísimo: la explotación de nuestros entusiasmos. Los actores de esta obra no viven de la actuación, la profesión está muy precarizada. Lo que hace la pandemia es poner una lente de aumento en lugares por siempre existentes, de los que somos víctimas y ligeramente cómplices.
En este punto la cultura se expande, se pone muy en foco la imposibilidad de que nos juntemos todes. Me gustaría ver una agrupación de actores/actrices y decir vamos juntos en esta.
Ese vamos juntos nos cuesta hace mucho. En la medida que nos falta tiempo, qué resto podemos dedicar a identificarnos en esta zona de carencia y agruparnos con eso en común. Que te roben el tiempo es una estrategia maravillosa para carecer de formas de agrupación. Pero hoy, y en plena pandemia, pasan cosas curiosas y alentadoras en relación a hacer comunidad: hace poco surgió la agrupación de profesores de teatro independiente (PIT), estuve en una charla de Artei donde por primera vez éramos 93 salas en asamblea ( antes con suerte, en la época que yo asistía con frecuencia, éramos 16), la asociación de directoras y directores, que nació hace poco, está muy activa pensando esta situación y en otro espacio que trabajo virtualmente pensamos en hacer una convocatoria a un debate para pensar el vínculo entre mercado, estado y creadores…
¿Qué medidas esperas desde las instituciones como INT, PROTEATRO? Teniendo en cuenta que esto podría volver en algunos meses, quizás…
Ese tipo de ideas-medidas no pueden salir de alguien pensando en soledad. La asamblea de Artei el otro día me pareció una situación excepcional. Ojalá se multipliquen los espacios para poder pensar nuestra actividad. La gente o las agrupaciones generan mesas de trabajos con el INT o PROTEATRO para dar una respuesta a esta crisis. Lo más interesante es colectivizar una producción de conocimiento, de percepción, de poder situar cuál es la necesidad. No son las necesidades que tenemos en otros momentos, podríamos quedarnos en ese vínculo histórico de demandas insatisfechas porque desde que tengo memoria el vínculo con estas instituciones que amparan la actividad es de insatisfacción de las demandas puntuales. Pero tal vez sea, este momento, el puente para encausar eso que históricamente no fue encausado. A mí me parece que hay una escucha bastante horizontal que está circulando. Obviamente todo esto nos va a pedir un esfuerzo muy creativo, hay una cuestión de creatividad política a desarrollar. No podemos seguir pensando las mismas cosas con los mismos esquemas. A veces nos desagastamos usando nuestra energía en la creación de enemigos, que me parece rara de alguna manera, o sea, yo me afirmo en mi pedido en la medida que creo un enemigo muy fuerte. Me parece que el enemigo es más capilar. Yo mismo puedo ser mi propio enemigo con una mirada supuesteamente progresista. En nuestros grupos de pertenencia hay actitudes bastante reaccionarias que nos debilitan como sector. Ahí las zonas de diálogo hay que volver a crearlas.
¿A quién se pone de enemigo?
En la medida en que yo puedo personificar a algún director de instituto, un ministro de cultura como “el malo” me es más fácil atacar, afirmarme. Las cosas son más complejas, sin embargo nunca voy a decir que los niveles de responsabilidades son los mismos. Yo ya no creo que del otro lado haya alguien queriendo hacerme el mal. Como mucho puede haber alguien que es un ignorante, pero me parece que la forma de reunir fuerza tiene que poder superar la personificación. Si el enemigo fuera tan claro sería más todo más fácil. Esto no quiere decir que no haya gente que hace las cosas como el culo. Sólo que me resulta más convocante cambiar la mirada, tenemos formas viejas de hacer política.