—Alguien dijo "¿van a sacar el perfume también?". Capaz que hacemos la fragancia con olor a tinta…— dice Lorena Vega, coautora, codirectora y alma mater de Imprenteros.
Mientras uno ve Imprenteros la sala se puebla de ese aroma que proviene de palabras dichas, ese aroma que es pura evocación proustiana y que a cada uno lo lleva hacia los rincones iluminados de su propia experiencia. Y aunque Imprenteros sea una de esas rara avis que cada tanto sobrevuelan el panorama teatral porteño, hace rato que abandonó el envase de espectáculo consumible para convertirse en la inobjetable seña cultural de una época, en la bisagra social y política cuya cazoleta es la pandemia.
Claro que es extraño que este biodrama sobre la supervivencia y la transmutación de los oficios, sobre la vida interior de los recuerdos y los límites geográficos de la memoria, se haya transformado en un libro y en una película. El libro, desarrollado entre los hermanos Vega (Lorena, Federico y Sergio) y Gabriela Halac —directora de la editorial cordobesa DocumentA Escénicas—, también es un hermoso objeto cuyo artífice es Sergio Vega, profundo conocedor de las decisiones estéticas que conlleva. La película —codirigida entre Lorena y Gonzalo Zapico— tuvo su premiere en la Competencia Argentina de la última edición del Bafici donde obtuvo una Mención Especial del Jurado. En la pantalla, la cercanía del plano y las múltiples capas sonoras, le dan “calor de hogar” a la historia de los hermanos Vega que busca recuperar sus derechos sobre la imprenta familiar. Esto refuerza la idea de que Imprenteros es un estudio acerca de la sociedad argentina (de los últimos cuarenta años) y una posibilidad de cómo será el mañana. También es una ocasión para reflexionar sobre todas estas manifestaciones independientes que, sin duda, amplían las fronteras artísticas del concepto de familia.
¿Ya tenían la idea de hacer un documental a partir del suceso en el que se convirtió la obra desde 2018?
LV— La película tiene un nacimiento bastante accidental y genuino. Te diría que de las tres piezas lo más “cocinado” fue el libro, porque la obra nació como una propuesta experimental en el Rojas, algo que yo ni siquiera tenía en la cabeza. No sabía que quería hacer una obra sobre mi propia historia. Y la película también es una sorpresa porque en pandemia, abocados con mis hermanos a hacer el libro de la mano de Gabriela Halac, le propuse a Gonzalo, que es cineasta "¿por qué no registrás el proceso así lo tenemos como material de archivo?”. Cuando Gonzalo empieza a registrar se da cuenta de que ahí había un material que excedía a esta primera propuesta, y que no es otra cosa que reflexionar sobre nuestra relación con el trabajo, los vínculos afectivos y los vínculos familiares. O sea, gestionar nuestro trabajo con nuestro esfuerzo, con nuestras herramientas y nuestros recursos, donde se aunaban todas las profesiones de todos los involucrados: la actuación, lo teatral, lo editorial, la gráfica y el cine.
Con tu experiencia en el terreno del cine, ¿se te ocurrió que Imprenteros se podía transformar en una película?
GZ— Aunque hace veinticinco años que trabajo en lo audiovisual, a mí nunca se me hubiera ocurrido llevar Imprenteros a lo audiovisual, porque me parece que la experiencia de pieza escénica es algo para ser atravesado en vivo. Pero a partir de esto de filmar durante el encierro en la pandemia, no sabíamos muy bien para dónde íbamos a ir con ese material. Por ejemplo, había un montón de situaciones donde Lore hablaba de cómo se cancelaban las giras, las funciones o sus clases de teatro. Recordemos que al principio era todo incertidumbre, "en quince días volvemos...", y eso se estiraba y se estiraba... Con todo ese material de pandemia que teníamos filmado aparece Alejandro Israel, nos reordena y nos dice "esto puede ser un documental sobre la construcción del libro". Ale, como había visto la obra, se propuso como productor y dijo “empiecen a pensar qué podemos filmar..."
LV—… o sea, sigan filmando.
GZ— Exacto. Viajan a Córdoba para hacer una tutoría con Gaby Halac y ahí vamos con la cámara. “Ahora estamos con la maqueta del libro” y ahí vamos con la cámara. Y cuando vuelven las funciones, con la reapertura de los teatros y demás, fuimos con la cámara a registrarlas. El libro fue el hilo conductor pero, como dijo Lore, descubrimos que hablábamos sobre el trabajo y sobre ese punto donde se mezclan los oficios y no se distinguen las fronteras de las cosas…
LV— … eso es muy lindo…
GZ— … sí, Sergio es actor o imprentero o escritor, o Lore, que de golpe es escritora y al mismo tiempo directora y actriz. O Dante, nuestro hijo, que está acostumbrado a que yo prenda la cámara... Todo surgió de manera natural porque tenemos esa confianza al ser familia.
LV— Sabíamos que la película tenía que ser una pieza autónoma. Sobre esto insistió mucho Gaby Halac, y esa hipótesis la trasladamos a la película. La película tomó su propio camino y hubo que trabajarla mucho para llegar al resultado final. En un momento Ale Israel identificó la relación entre impresor y editora que tienen Sergio y Gabriela, y cómo se entusiasman y piensan el libro, y eso me hizo pensar en la forma en que mis hermanos se involucraron en tantos procesos creativos. Entonces, también, creo que es una película sobre la hermandad. Con el corte final me di cuenta de que la película observa lo que nos pasó con esa experiencia de crear juntos.
Foto: César Capasso
¿Cuándo deciden que quieren hacer un libro?
LV— Pasadas las cuatro funciones pautadas en el Rojas me dicen "che, queda gente afuera, por qué no agregan dos, por qué no agregan dos más, los invitamos al FIBA, los invitamos al aniversario del Rojas, los invitamos a tal festival...". La obra atravesó las puertas que se le abrieron y cuando asume su vida posible, nos pusimos otra clase de objetivos. Al empezar, mi hermano Sergio no era actor –ahora podemos decir que sí—, y yo no sabía cuánto querría continuar con esto, si diez, veinte funciones… Entonces le digo "cuando quieras parar decímelo con total confianza, cuando no tengas ganas, esto no sigue...". Y entonces él me dice "tendríamos que imprimir el libro de la obra, que nos queden el texto y las fotos como registro...", porque para su cabeza de gráfico las cosas impresas son las quedan para siempre. A mí me parecía enorme hacer eso. Sergio insiste alguna que otra vez, pero ahí queda la propuesta. Y con la pandemia a la gran mayoría se nos resignifican el tiempo, las actividades, el laburo, y aparece el espacio donde poder pensar y escribir. Y Sergio vuelve a insistir. Si no hubiese existido la pandemia no hubiese descubierto otras cosas.
Con la película, el libro, la cantidad de funciones hechas y las que queden por hacer, ¿considerás que Imprenteros tiene el mismo espíritu que en 2018, o ese espíritu es mucho más fuerte ahora que antes?
LV— La gente se acerca y nos dice "hablan sobre algo que ya no existe, no existen más esos talleres, no existe más ese mundo laboral, no existen más esos hombres que se dedicaban a esos trabajos artesanales tan puntillosos...", y a mí eso me conmueve mucho más que lo que decimos en la obra. La verdad, ver que todavía la gente se emociona de esa manera, me hace notar que el material toca una fibra agudizada por la profunda crisis que vivimos. Al tener los índices económicos que tenemos, hablar de la pasión por el trabajo, de defender la fuente de trabajo, o la vocación, o el oficio, es poner la lupa sobre un lugar muy sensible y entiendo cuál es la vigencia de mirarnos en lo que nos importa. Mirarnos en el teatro, en el cine, en la gráfica, en lo editorial, en lo que representa la dignidad de los sujetos sociales. Eso habla de cómo tratamos de hacer las cosas hoy en día en un país cuyo sector cultural siempre da manotazos para poder resistir.
En los múltiples escenarios donde se montó Imprenteros funcionó distinto. ¿Se debe a que la obra es un dispositivo que se amolda a cualquier espacio?
GZ— Creo que hay algo del equipo que Lore armó, en el que están sus hermanos y muchos de sus mejores amigos, que transforma la experiencia de Imprenteros en un equipo que sale a jugar bien en cualquier cancha; en el Monumental o en Sacachispas. Ellos van a caer bien parados donde los sueltes. Hay una cosa sincera de mostrarnos todos tal cual somos. Y como es algo universal lo que se muestra, un grupo de hermanos y el vínculo con sus padres, es lo que hace que la obra subsista de la manera en que subsiste.
LV— Como siempre estuvo muy presente la evocación del lugar perdido, teníamos que poder generar el vacío que nos quedó por no tener el taller, y eso es lo que aparece en el recorrido de la obra en cualquier sitio donde se haga. Por eso, volviendo a la película, algo muy interesante que nos dijo Mariano Llinás, mientras nos ayudaba a pensar el guión tras ver uno de los primeros cortes, fue que "su gran hallazgo es la forma en la que Gonzalo filmó la imprenta". Ni en la obra ni en el libro eso se puede disfrutar como en la película. El cine es el mejor lugar para que se despliegue por completo. Gonzalo puso la cámara tan en el interior del cuerpo de las máquinas, que al verlas pareciera que ves órganos en funcionamiento. Las humanizó, hay una sensibilidad como de danza... Me parece muy importante el trabajo que hicimos con la gente de montaje, en una primera etapa con Mariano Sabán y en una segunda etapa, y definitoria, con Emi Castañeda, que es la misma montajista de los materiales audiovisuales de la obra de teatro. Mariano ordenó, catalogó el material y pensó las primeras opciones de relato junto con nosotros, y después, ya con Emi…
GZ— … que no solo fue montajista sino que ocupó un rol desde la narración, muy importante también…
LV— … montajista con mucho ojo de guionista y con mucha relación con el material de la obra también, tomamos decisiones definitivas a partir de las devoluciones que tuvimos. No me quiero olvidar de nombrar a Adriano Mantova y a Andrés Buchbinder en el sonido (y en la música) por los diferentes planos sonoros que tiene la película y que le permiten ser interior o expansiva cuando la película lo necesita…
Gonzalo, ¿cómo ves el panorama a partir de la situación en el país para el sector audiovisual?
GZ— Complicado, no veo una resolución inmediata, y más allá del avasallamiento sobre la cultura, lo que resulta preocupante es la cantidad de gente que se queda sin trabajo. El cine nacional es un iceberg donde uno solo ve la parte de arriba, pero para que ese cine exista hay un montón más que filma sin un mango, que filma como puede los fines de semana. A veces no se piensa que en el cine nacional hay montones de pibes y de pibas que tiran cables, que arman decorados, que son ambientadores, sonidistas, camarógrafos, y en los títulos de cualquier película, incluso en los de la nuestra que es chiquita, hay una enorme cantidad de gente que hoy no tiene trabajo, o que piensa en pasarse a otro rubro y dedicarse a otra cosa. Eso me parece lo más preocupante. Yo, que salí de Diseño de Imagen y Sonido de la UBA, pienso con qué expectativa sale de la carrera un pibe que se está por recibir.
LV— La calidad mejora cuanto más hacés, porque cuanto más hacés, más te entrenás, más problemas encontrás, más cosas tenés que resolver.
Lorena, pareciera que desde Imprenteros todo lo que hacés deja su huella. ¿Eso tiene que ver con una ética de trabajo?
LV— Es un equilibrio entre el deseo, las oportunidades, las convicciones, la subsistencia, la red, lo que podés hacer o lo que no, los encuentros, las uniones... Siempre me interesó depurar el lenguaje de mi trabajo en lo actoral, en lo escénico, en los materiales propios de lo audiovisual. Hicimos varias piezas juntos con Gonzalo –El bosque de los perros, su ópera prima, por ejemplo— y siempre probamos hacer un camino de búsqueda de lenguaje en lo que sea propio. Cuando lo artístico es lo que realmente te interesa, todo se organiza detrás de eso. Todo tiene su tiempo. Me sorprendo por la cantidad de obras vigentes a las que pertenezco, que tienen toda esa vida tan encendida y encuentro que son materiales de creación de autoras o autores muy abocados a la afinación artística, y eso es lo que más importa.
Foto de nota: Alejandra López
---
IMPRENTEROS, LA PELÍCULA
SALA LEOPOLDO LUGONES
Av. Corrientes 1530
Jueves 1° al domingo 4 * 21 h
Martes 6 al jueves 8 * 18 h
MUSEO MALBA
Av. Figueroa Alcorta 3415
Sábados 22 h
IMPRENTEROS, LA OBRA
TEATRO PICADERO
Pje. Santos Discépolo 1857
Viernes 20 h
TEATRO COLISEO PODESTÁ (LA PLATA)
Calle 10 n° 733 e/ 46 y 47
Sábado 24 de agosto * 20.30 h
(Única función)