Todos tenemos amigos  y todos tenemos muertos
Sección Entrevistas - Revista Llegás
Entrevistas

Todos tenemos amigos y todos tenemos muertos

12 de agosto de 2024

Martín Flores Cárdenas es un nombre con peso específico en el circuito de teatro independiente de la ciudad de Buenos Aires, no sólo porque actualmente tiene dos obras en cartel que se convirtieron en pequeños e intensos fenómenos de culto (No hay banda y La fuerza de la gravedad) y otra obra programada para octubre (Handyman) sino porque, además, creó su propio espacio de experimentación en el mismo lugar donde vive: Casa Teatro Estudio. Antes del estreno de la nueva pieza gestada junto al actor Javier Drolas y la actriz chilena Fiorella Cominetti, el dramaturgo y director charló con llegás sobre sus trabajos, sus procesos creativos y su mirada sobre la noción de verdad en el teatro o el problema de la representación.

Decís que No hay banda no es teatro documental ni conferencia performática. "En realidad, no es nada", remataste. ¿Qué pensás en relación a esas definiciones y a la necesidad de establecer definiciones todo el tiempo para tratar de entender las cosas?

Ese fue el primer paratexto, digamos, que usamos para difusión de No hay banda, apenas arrancaron las funciones. Proponía definirse a sí misma a partir de lo que no es. O, al menos, como yo no quería que fuera definida. La nada podría ser la disolución de lo definido. La nada es algo difícil de imaginar, de poner en palabras. A mí me gusta la idea de obra deconstruida. Una obra que deconstruida es otra. Esa necesidad de definir a qué género o movimiento pertenece una obra me hace pensar en muchas cosas. Pero sobre todo en la falta de espacio y tiempo que hay para la indefinición. Para mí, y creo que para la mayoría de nosotros, es re fácil caer en esa, la de generalizar o tirar definiciones impersonales para poder avanzar, cerrar o pasar a lo siguiente. Por ejemplo, ahora, mientras me extiendo en la respuesta a tu primera pregunta soy consciente de que esto es una nota para un medio impreso con un espacio determinado por una cantidad de caracteres, que si me extiendo mucho van a tener que recortar mi respuesta y que si eso pasa es probable que me saquen de contexto y, de alguna forma, la respuesta publicada dejaría de ser mi respuesta. Bueno. Y así muchas cosas. A veces la academia, la prensa, los organismos, festivales… Siento que exigen definiciones o pronunciamientos sobre el trabajo que quizá no quiero o no puedo hacer: “pitching, sinopsis, criterios de dramaturgia y puesta en escena, género”… son requisitos a los que casi siempre terminamos respondiendo como hay que responder. Se hace lo que se tiene que hacer. Y después quedan. Como yo, ahora, en esta entrevista. Trato de no irme por las ramas pero es medio inevitable. Y creo que ni siquiera respondí tu pregunta.

Para hablar de las obras de Martín se pueden establecer criterios generales, pensar parentescos con corrientes artísticas previas o dibujar árboles genealógicos con sus raíces, troncos y ramas para tratar de entender lo que está pasando en escena o hacia dónde puede derivar el pensamiento cuando una sale de la sala y se reconecta con eso que llamamos mundo, realidad. Y es que sobre esa porción de mundo que es el escenario de Casa Teatro Estudio, gobierna el actor/autor/director. En No hay banda Flores Cárdenas cumple todos esos roles pero advierte a la audiencia que no es actor y que en esta obra se propuso actuar lo mínimo indispensable. Su cuerpo en escena será apenas una referencia, está ahí y representa algo. “Soy pudoroso hasta el ridículo. El público para mí es un abismo”, dice (o lee) durante la obra. Por eso nada de lo que se pueda escribir en estas páginas equivale a la experiencia de estar ahí, en esa sala de pequeñas dimensiones, muy cerca de los otros espectadores, compartiendo los retazos de esa supuesta obra que fue en otras circunstancias y hoy es pero en otras muy distintas. Ya no hay un grupo de actores ni está en el marco de un festival de Brasil (esa es la génesis que se narra); ahora es la sala del autor y sólo está su cuerpo en escena. Un cuerpo tan imponente como esquivo, que hace fonomímica desde un rincón oscuro, como si estuviera en penitencia después de haber hecho alguna maldad. 

Al final de la obra muchos preguntan si lo que se narra es verdad. ¿Qué pensás en relación a ese concepto y su vínculo con el teatro?

Esa ambigüedad es para mí una de las potencias de la obra. Muchas veces me da la impresión de que preguntan para confirmar aquello que suponen o sospechan. Antes, respondía lo que me parecía que el otro quería escuchar. Ahora ni pistas doy. La pregunta ya es una respuesta en sí misma. La ficción permite que una verdad salga a la luz, una que, si no existiera la obra, jamás se conocería. Si yo, al final de la obra, respondiera qué es verdad o mentira, estaría mintiendo en los dos casos. Va a sonar a mucho pero, de alguna manera, el teatro me está permitiendo decidir quién soy.

Las dos obras exploran la cuestión de la verdad, lo real y la representación. En un momento se dice que la obra está pensada para “actuar lo mínimo indispensable”. ¿Qué te interesa investigar en torno a estos temas y qué fuiste descubriendo a lo largo de las funciones?

Es la zona en la que la obra más va mutando. Durante las primeras funciones yo no tenía experiencia ni técnica para hacer lo que me había propuesto. Entonces, de alguna manera, lo que sucedía en el escenario era un descubrimiento para mí y para el público. Las funciones eran muy distintas entre sí. Después empezó a aparecer la repetición, lugares por los que volvía a pasar y que me parecía que servían. Poco a poco apareció un diseño de ese recorrido interno, un guión de actuación. Me interesa preguntarme qué o quién actúa o actuaba menos o más. ¿El de antes o el de ahora? ¿Qué sería actuar menos? ¿Qué estado me vuelve más presente? No tengo idea y eso me interesa.

El dramaturgo no tiene idea de cómo responder a esas preguntas, pero quizás lo más interesante no esté en las respuestas a las que se pueda arribar. En sus obras también hay algo de ese movimiento: formular preguntas sin obligación de responderlas, plantear escenas que no concluyen, sembrar pistas de un enigma que no está del todo definido. Por supuesto hay ropajes narrativos y una puede decir que No hay banda tematiza la muerte de su abuelo y La fuerza de la gravedad problematiza los vínculos de amistad, pero no sé si esos comentarios le hacen justicia porque son más que eso y lo más interesante está en los dispositivos que construye para poner eso en escena. La muerte y la amistad son dos de los “grandes temas” que atraviesan estos textos y, claro, son universales. Todos tenemos amigos y todos tenemos muertos. En No hay banda la muerte de su abuelo es el episodio que funda la ficción, el gran disparador escénico para evocar esa supuesta versión representada en un festival brasileño; lo que los espectadores verán, entonces, se presenta como una aproximación, las esquirlas desperdigadas de una puesta original. La fuerza de la gravedad fue escrita para Laura López Moyano, la amiga que representa el texto después de varias aclaraciones del autor ante la audiencia. En este caso, también se evoca una función de origen que reunió en esa sala a varixs amigxs de Flores Cárdenas; en aquel grupo estaba la actriz, quien terminaría leyendo/encarnando ese texto. En ambos casos es como si los espectadores estuvieran viendo una copia de aquella versión original invaluable, un acontecimiento único e irrepetible que tuvo lugar en otras condiciones y al que sólo se podrá acceder a través de esa pila de papeles y esos cuerpos (el de Martín en No hay banda, el de Laura en La fuerza…). En la primera parte ella empieza leyendo el texto de pie y luego se sienta para enumerar una serie (casi infinita) de amigxs con sus peculiaridades. El listado es como un poema en el que cada verso comienza diciendo: “Tengo un/a amigo/a que…”. Esa operación inevitablemente trae a los otros amigos, los del público.

A la hora de pensar el dispositivo representacional, Flores Cárdenas tiene en cuenta ese espacio que también es su casa como un elemento importante en la creación, de modo que todo lo que ocurre en esas cuatro paredes funciona como una prótesis de su yo. “En las tres últimas obras que estrené en este espacio (No hay banda, Love Me y La fuerza de la gravedad) los límites entre la vida dentro y fuera del teatro son, por lo menos, difusos. En este espacio los límites edilicios también son difusos. Es difícil determinar dónde termina mi casa y empieza el teatro. En términos afectivos, a veces son una sola cosa, a veces no. La experimentación sería: tratar de encontrar una forma propia de vivir. Trato de estar muy atento a las decisiones que se toman porque todo se afecta. Lo que escribo, el teatro que hago, y hacen otros en la sala, la casa, son todas extensiones del yo. A veces es agotador pero me gusta pensarlo así, como una prolongación del cuerpo”.

En La fuerza de la gravedad trabajás junto a Laura López Moyano. ¿Cómo fue esto de escribir para alguien?

No fue sólo escribir para alguien. Fue escribir para ella. Yo quería que Laura hablara de un tema específico que para ella es muy caro emocionalmente. Yo le estaba pidiendo que hiciera en público algo que le costaba y le cuesta hacer aún en la intimidad. Para eso tuvimos que ponernos de acuerdo desde el vamos en cómo y hasta dónde. No ensayamos la obra. Ella se encontró con la totalidad del texto por primera vez el día de la primera función. Entonces no era sólo escribir para alguien sino para esa ocasión, para ese momento en particular, esa ceremonia en la que ella iba a inaugurar o habilitar una zona que venía siendo medio vedada.

En No hay banda se evoca a un abuelo, en La fuerza se evoca a los amigos que al mismo tiempo son pensados como familia. El teatro casi como ritual de invocación. Y el público, a su vez, trae a sus propios muertos, a sus propios amigos. ¿Cómo pensás esa operación?

Si te tengo que ser sincero, no la pienso mucho. Sale así. Es una forma de vincularse supongo. Una vez que sale, la reconozco y alimento. Pero creo que es una operación que hago cuando hablo también, no sé. No estoy seguro. No sé mucho qué decir sobre eso.

En una entrevista hablabas de la demanda del capitalismo de producir cada vez más grande. ¿Cómo ves la escena actual del circuito independiente en relación a eso y cómo pensás el vínculo con los espectadores desde estos esquemas más reducidos? En No hay banda, por ejemplo, te tomás el tiempo para mirar a cada uno y eso es prácticamente imposible en otro tipo de salas.

Me gusta pensar el teatro para estos espacios y también para un público que disfruta de cierto tipo de experiencias. Después viene quien viene. Si va más o menos bien empiezan a caer espectadores que se sorprenden y te dicen “nunca estuve en un lugar así” o “esta es la sala más chiquita a la que entré en mi vida”. Lo tomo como un halago, como una celebración de lo íntimo y peculiar.

Sucedió un fenómeno de culto con estas obras. ¿Por qué creés que se dio este diálogo con el público?

No sé muy bien por qué pasa lo que pasa con las obras. Claro, podría elaborar hipótesis pero ninguna me convence tanto como para ponerla por delante de otras. Debe ser una combinación de cosas. 

¿Cuáles son los desafíos y las dificultades para sostener hoy un espacio teatral y para producir? 

Casa Teatro Estudio es un espacio que fundamos con mi pareja. Antes dije que la casa y/o el teatro pueden ser una expansión del cuerpo, una extensión del yo, dijo alguien alguna vez. Para algunos ese lugar lo ocupan los hijos. Nosotros no tenemos pensado tener hijos. Tenemos un teatro. Y lo alimentamos y criamos como podemos. Y en momentos difíciles, lo protegemos. 

¿Qué podés contar sobre tu nueva obra?

La nueva obra se estrena en octubre. Es chiquitísima. No creo que dure más de media hora. Se va a dar los sábados al mediodía. Es un proyecto que surge del encuentro con el actor Javier Drolas. Él tenía algunas ideas o intenciones y me preguntó si lo podía ayudar. A partir de ahí se generó un diálogo entre nosotros y Fiorella Cominetti, una actriz chilena que, para nosotros, sería como una especie de mirada, interlocutora, productora… de todo. Entre los tres generamos esta obra, muy pequeña de la que todavía no sé mucho qué decir. Estamos a muy poco de empezar a abrir a público y siempre está cambiando, pero trata de hablar de la relación entre lo concreto y lo abstracto. Eso puedo decir.

FOTO DE NOTA: Valentina Kalinger

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No hay banda
Actuación: Martín Flores Cárdenas
Dramaturgia y dirección: Martín Flores Cárdenas
Funciones: Viernes a las 20.30 en Casa Teatro Estudio (Guardia Vieja 4257)

La fuerza de la gravedad
Actuación: Laura López Moyano
Dramaturgia y dirección: Martín Flores Cárdenas
Funciones: Sábados a las 19 en Casa Teatro Estudio (Guardia Vieja 4257)

Handyman
Actuación: Javier Drolas
Dirección: Martín Flores Cárdenas
Funciones: Sábados de octubre a las 12 en Casa Teatro Estudio (Guardia Vieja 4257)

*Las entradas se encuentran disponibles a través de Alternativa Teatral.