Camila Sosa Villada repasa su recorrido, experiencia vital y perspectiva actual a travéz de sus últimos libro "El viaje inutil", "Las malas", y "Tesis sobre una domesticación".
Nos encontramos con la escritora, dramaturga y actriz Camila Sosa Villada en El Bolsón. Vino desde Córdoba, donde vive, invitada a participar del 12° Festival diversx y disidente, para presentar Las malas (2019), su anteúltimo libro. Confiesa que es la primera vez que lo hace en un marco “transfeminista torta mariconil”, rodeada de un público “que entiende todo” pero al que compartirá el desafío de entender que el travestismo ya no es el tema central de su vida. Y además redobla la apuesta: invita a pensar su literatura fuera de los cánones de lectura preestablecidos: no es autobiografía, no es novela, no es verdad, no admite compasión, no puede ser atrapada y domada, es su lengua, la lengua travesti por la que quiere ser recordada, dice. Tesis sobre una domesticación, su último libro, forma parte de este posicionamiento, así como el tono mexicano en el que habla: desorienta en su zigzaguéo, imposibilita la definición, hackéa el sistema de verdades lógicas y sentido común con su solo estar siendo lo que quiere. Potencia vital y revolución emancipatoria.
Primero quiero hacerte algunas preguntas a propósito de El viaje inútil. Allí contás que tu papá te enseñó a escribir y decís que mediante ese acto te “preparó para vivir”, ¿qué es la escritura hoy en tu vida?
Mira, yo no podría responderte porque yo estoy inmersa en la escritura, es como mi medio ambiente, es como si tú le preguntaras a una persona qué es el aire… yo estoy acostumbrada a eso desde muy pequeña y nunca lo he reflexionado. Creo que es algo que viene conmigo, como la actuación, como mi afán por los hombres… Creo que igual es un espacio de vacío, eso sí lo puedo decir con absoluta seguridad, que es un espacio en donde no hay nada, es decir, donde puedo existir libremente; yo allí no tengo cielo, no tengo piso, no tengo horizonte, no tengo noche, no tengo día, es un momento de absoluto vacío y libertad.
También hablás allí de la escritura como un oficio inútil, inexplicable, pero luego de esa publicación vino Las malas y Tesis sobre una domesticación, con su correspondiente repercusión… ¿A partir de estos acontecimientos, se reformuló en vos algo de esa idea inicial?
Yo creo que el arte es la única expresión humana que no tiene fin, que inicia y muere en sí mismo. Ha sido convertida en un valor de cambio, porque yo no voy a negar que a mí me está entrando dinero o que hay museos que compran una obra de arte que se destruye a los treinta segundos por millones de dólares, pero lo cierto es que es absolutamente inútil para los que la hacen. Yo no soy apegada a mis obras, ellas tienen su esplendor en ese momento que yo las concibo, las vivo, las estoy escribiendo y luego para mí pasan, como pasan los exs, como pasan los dolores, los traumas, son cosas absolutamente inútiles. Me asusta un poco esta idea de que el arte cura, el arte salva, de que la escritura sirve para convertir el dolor en algo distinto blablablá, yo no lo siento así. Exactamente esta es la palabra: es un vacío. Es como la duermevela, ¿tú has visto cuando te empiezas a dormir y aparecen sueños que están íntimamente relacionados con lo que va pasando en el ambiente? Bueno, así.
En ese mismo libro, recordás la primera vez que leíste como un milagro que sucedió desde el cuerpo. ¿Reconocés el acontecer de otros milagros luego de ese?
Yo que creo que los perros son un milagro, que la vegetación es un milagro… algunos besos también… y supongo que la suerte haber sobrevivido, ¿sabes? Eso también puede ser milagroso. El hecho de haber pasado los 35 años, que es nuestro espectro de vida, yo creo que es milagroso porque podría haber terminado de otra manera. Luego creo también que la voz de Billie Holiday es un milagro.
Nombrás a Elba Merlo de Fuente, la bibliotecaria-amiga de tu adolescencia, como una de las primeras mujeres que tuvo fe en vos, una mentora. ¿Qué le da fe a tu escritura hoy?
Mis editores, que me entusiasman, me achuchan para que siga escribiendo y eso está muy bien, porque el ejercicio de una escritora profesional es que tú a veces tienes que cumplir con un contrato. Lo otro que me da fe al escribir es mi manera de vivir. Yo sé que para poder escribir tengo que estar viviendo, no puedo estar como se imaginan a los escritores, supongo, encerrados en un cuarto, escribiendo en la soledad en una casa frente al mar o en una montaña, no, yo salgo a vivir, salgo a beber y a conocer hombres y a llevármelos a mi casa de la barra de un bar y voy al gimnasio y estoy constantemente observando la forma del mundo, la forma de las cosas, la forma de los gestos de las personas. Y yo sé que esa es una manera de ser una escritora responsable. Es decir que no podría escribir solo a través de lo que conozco por los libros, nunca jamás, yo escribo de la materia de las ciudades.
Pensaba que, a diferencia de El viaje inútil o Las malas, que podríamos verlos como libros que realizan un viaje hacia atrás en el tiempo, Tesis sobre una domesticación propone un viaje hacia un costado o hacia un adelante desconocido por inédito. Y al leerlo sentía que esa misma cualidad le aportaba un poco más de juego, ¿cómo viviste escribirlo?
Fue más doloroso el proceso porque yo venía de escribir Las malas y que eso era un éxito y todo lo demás, entonces para mí era una responsabilidad muy grande para con mis lectorxs y para con Liliana Viola, que es la editora del libro. Además Las Malas tuvo ese cruce con el público que lo llamaba autobiográfico, y yo tenía miedo de que dijeran “no, no puede escribir si no es sobre ella misma”, aunque por supuesto Las malas no es sobre mí. Entonces yo tenía mucha responsabilidad y era muy doloroso, al punto de contarte que faltaba suponte un mes y medio para que se editara y yo la llamé a Liliana y le dije “este libro no puede editarse, no puede salir” porque yo sentía que había algo que no me entretenía en eso. Sí disfruté de la corrección luego de esa llamada telefónica en la que Liliana me pidió que lo releyera y lo corrigiera. Entones me senté durante una semana a amputar el libro. De 130 páginas lo dejé en 100 y el libro mágicamente cobró una dimensión que yo no veía mientras lo estaba escribiendo. Por supuesto tiene un riesgo que es que no se puede sentir pena por esa protagonista, es decir, allí yo soy una escritora. En El viaje inútil sentí lo mismo, que yo estaba siendo una escritora, no un personaje. Y está esa imposibilidad de los paquis de decir “ah, no es sobre ella, no podemos sentir pena por esta actriz, no podemos compadecernos en nada de ninguno de los personajes, porque ninguno de los personajes merece compasión, entonces ella sí es una escritora”.
Como escritora creaste creás a través de diferentes géneros literarios (narrativa, teatro, poesía, hasta los registros cotidianos de tu perfil de facebook), me preguntaba de qué depende la aparición y abordaje de cada uno, si obedecen a ritmos interiores distintos o cómo conviven entre sí.
Yo te voy a responder con palabras de Claudia Rodríguez, poeta chilena, porque yo no sabía qué era lo que yo hacía hasta que la escuché hablar a ella y dije: “Ah, esto es lo que me sucede a mí”. Ella editó Cuerpos para odiar, un libro con fotografías y textos que están así y así (desliza una mano perpendicularmente sobre la otra) sobre las fotos, cruzados en las páginas. Ella decía que se enfrentaba a que le preguntaran por qué había hecho eso y pensó: es el tiempo en el que hablan las travestis, un tiempo que nunca es lineal, por la droga, por el frío, por la noche, por el hambre, por el resentimiento, son tiempos que se cruzan y una piensa en el futuro pero también se acuerda de lo que ha pasado y mientras está viviendo un presente que es miseroso. Yo la escucho hablar a Marlene Wayar y ella comienza a hablar y va a una idea que no sé de dónde le viene ni de dónde la saca. Mis amigas cuando me escuchan relatarles alguna historia de mis amantes tienen que hacer un esfuerzo para seguirme porque yo empiezo a hablar de uno, salto a otro, vuelvo a este, cuento del otro. Es como cuando se hablaba de hacer un árbol genealógico de los Buendía de Cien años de soledad porque era imposible entenderlo, bueno yo creo que es algo de esa índole, es un tiempo travesti que tiene que ver con una comunidad, con una cultura, es como decirte territorial. Y yo he tenido que pelear eso con la editorial de España, ya que ellos no entendían por qué yo saltaba del pasado al futuro o al presente en un mismo párrafo y yo decía bueno pero es también el tiempo de una oralidad, nadie en la oralidad habla en pretérito no sé qué, y a mí me parece que es interesante también para que los lectores ejerciten otra manera de leer un libro. Porque además lo que sucede es que estamos acostumbradas a leer heterosexuales, la mayoría de las veces varones, de dinero… son muy pocos lxs escritorxs que se han editado sus libros y han sido marginales… salvo Lemebel, por ejemplo, pero sino siempre estamos leyendo a esos chetos.
En tus libros las historias y sus personajes aparecen torciendo y desorganizando el orden normal del sistema y muestran cómo en esa torcedura la felicidad puede adquirir una potencia imprevista. Tesis sobre una domesticación retrata algo de esto…
Yo creo que es en el único lugar donde es posible la felicidad, en el volantazo que una pega. Es como ir por una ruta y hacer así (movimiento de volantazo) y entrar a un camino maravilloso lleno de árboles y tú terminas en un bosque con un lago y te sorprendes de eso. Es muy infeliz estar domesticada, eso es la infelicidad. Me da la sensación de que es una cuestión mía… a mí todo el mundo me auguró la muerte, la soledad, la tristeza, la infelicidad y yo sin embargo persistí y dije yo voy a seguir viviendo esto sin pensar si estaba siendo feliz o no, si estaba haciéndolo bien o no, y luego a mis 38 años me siento y digo: podría morirme mañana y sería feliz. Yo he conocido el amor, la dicha, he publicado libros, hecho obras exitosísimas, he filmado películas con personas inteligentes, he tenido amistades hondísimas, me he dado el lujo de reeducar a mis padres, de enseñarles otra manera de vivir, he tenido mascotas… lo terrible que me ha pasado no ha sido que ellos me han dicho “tú por ser así te va a pasar esto”, sino el daño que me han hecho por ser de esa manera, ¿entiendes? y aun así yo soy una persona alegre. Es decir que para mí la concepción de la felicidad un poco tiene que ver con desagregarse, con soltarse… mi analista tiene un poema muy lindo que dice “como un iceberg que se desprende de un gran bloque de hielo”. Y otra cosa es que yo no he tenido afán por gustarle a nadie, yo he hecho lo que me ha parecido a mí y no he buscado a la gente, sino que la gente siempre me ha buscado a mí, entonces me resuelve todo.
Me intrigó mucho una frase de El viaje inútil que dice: “La escritura es un saber y ser travesti tiene un significado de orden espiritual que sustenta ese saber”, ¿cómo es ese enlace con el orden espiritual?
Lo que yo pienso es que se dicen muchas estupideces en torno al travestismo, la más estúpida es esta de que es una orientación sexual, cuando el travestismo no es ni de cerca el tema de con quién cogemos o dejamos de coger, es algo que tiene que ver con una rebeldía y se ha ido transformando a lo largo de los años, porque en mi época la práctica del travestismo era un poco más rigurosa… para salvar nuestra vida teníamos que poder cuidarnos y parecer mujeres, era muy peligroso que te descubrieran siendo trans en determinados ámbitos, además yo estudiaba en la universidad, salía mucho de día, no tenía una vida solo nocturna, me movía en un mundo muy heterosexual. Hoy eso se ha corrido de lugar y se fundan otras razones para las nuevas travestis, ellas ahora que ya tienen ese camino allanado tienen que empezar a pensar a qué renuncian, a qué orden interior regresan, porque definitivamente era una cosa del pensamiento que se expresaba a través del cuerpo, que era la única herramienta que teníamos para expresarlo. Yo creo que si tú dieras herramientas a todas las travas para que ellas pudieran expresar qué hicieron en sus adolescencias, qué filosofía escondía toda esa práctica, ellas podrían decirte lo mismo: que es una práctica religiosa, espiritual, que tiene que ver solo con el pensamiento. Y en cuanto a mi escritura en particular, que es una forma de saber, sí se sustenta en que yo me he pasado toda la vida pensando qué carajo era, qué era lo que me pasaba a mí que era tan diferente y que además eso me estaba costando muchísimo, un riesgo muy alto para vivir, entonces mis libros los sustento en lo único que sé, ese ha sido mi estudio. Otros podrán decir “estudié filosofía, leí a Kant, a Proust”, yo lo único que sé es lo que yo he pensado.
¿Cómo vivís tu participación en este festival?
Estoy en un momento de mi vida en el que el travestismo ha dejado de ser el centro, en realidad el travestismo se ha corrido de eje, yo ya no puedo decir que mi vida gire en torno a mi identidad, digo travestismo pero es la idea de identidad, de preguntarse quién eres, quién dejas de ser, quién te gusta, quién no, qué clase de persona piensas que eres ahora, eso ya no me lo pregunto más, entonces es como un segundo desafío porque cuando yo me presento frente a los heterosexuales en las ferias de los libros y eventos yo hablo a personas que desconocen absolutamente todo, que no entienden nada… y aquí ya lo entienden todo, pero no sé si son capaces de entender que yo ya no puedo decir que el travestismo sea algo en lo que se me está yendo la vida… yo ahora estoy pensando en otras cosas, a pesar de que me sigo hormonando, de que sigo nombrándome travesti… Estela Díaz Bari, una poeta chilena, anarquista terrible, que entregó su vida entera, decía dos cosas que a mí me conmovieron muchísimo: una es que cuando ella era joven pensaba que este mundo se podía cambiar y cuando lo dice se larga a llorar y agrega “yo si volviera a nacer sería un despropósito”… y yo de alguna manera pienso que estoy siendo un poco eso, un despropósito, una cosa sin razón. Yo ya he hecho todo lo que a mí me gustaba y estoy en otro momento, estoy viendo películas, me recuesto en la cama y paso horas leyendo o cocinando o yéndome a emborrachar, y ya no me pregunto quién soy. Como una existencia menos explicada… porque además me lo han pedido durante muchos años… hace 10 años que estoy haciendo teatro y hace 10 años que estoy explicando lo mismo, estoy contando un mundo, vivencias, como también tomando la decisión política de que siempre hubiera travestis en mis obras y en mis escritos, de que la imaginación de las personas fuese capaz de dimensionar estas existencias, pero yo ya no estoy ahí… He hecho muchas cosas, he fluido mucho, porque he hecho personajes masculinos, femeninos, y en la última obra que hice que se llama Vienen por mí, de Claudia Rodríguez, que es casi un manifiesto político, decidí que no se supiera su género ni su edad ni procedencia, entonces logré hacer un personaje que nunca se puede fotografiar, que está constantemente cambiando. Eso ha sido para mí un gran logro, y me parece que tiene que ver con este trabajo que estoy haciendo para conmigo, un trabajo analítico, que es pensar que eso se corrió en mí, ya no está.
Credito de fotografía Catalina Bartolome