En El fin de lo nuevo, libro nacido de un seminario de la UBA, Domin Choi realiza un diagnóstico agudo sobre cine y series contemporáneas con erudición para los entendidos y absoluta claridad para los no iniciados.
¿Qué vemos cuando vemos una película? Desde ya, la respuesta podría ser infinita y por eso mismo tal vez imposible. Pero El fin de lo nuevo. Un panorama aleatorio del cine contemporáneo, segundo libro del teórico y docente Domin Choi, puede leerse como un esmerado y lúcido intento por tratar de contestarla. Porque ante todo este libro es una herramienta, un arma de expansión masiva no solo para cinéfilos, críticos o aquellos que se detienen a pensar el cine sino también para el espectador raso, que muchas veces picado por la curiosidad desearía ahondar un poco más, desentrañar al menos algo de ese misterio latente que parece estar agazapado detrás de las imágenes.
Sin dudas este es uno de los principales hallazgos de un libro que es fruto de un seminario impartido en 2016 en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. De alguna manera El fin de lo nuevo es fiel a la teoría que profesa. Como Rancière, uno de los críticos recurrentes a los que invoca, Choi cree en “la igualdad de las inteligencias” y no subestima ni al lector ni a sus alumnos. Su destinatario ideal es tanto el estudiante como el cinéfilo, el crítico como el espectador de Netflix que mira lo que le impone el algoritmo. A todos tiene algo para decirle y a cada uno los confronta con toda clase de saberes: referencias a películas clásicas o de culto conviven con elocuentes estudios sobre tanques mainstream o sobre las series actuales (que por el tratamiento que les otorga Choi también forman parte de la imaginería del cine); la teoría especializada se mide con la historia, la política, la literatura, las artes plásticas y con un profuso arsenal filosófico. Choi no toma con guantes de seda ni a las grandes obras ni a los grandes teóricos como tampoco se le caen los anillos cuando abreva en productos de consumo masivo o la experiencia personal. Y todo ese combo lo expone de un modo frenético, dando saltos caprichosos, volantazos súbitos, estableciendo conexiones inesperadas. En lugar de dejarnos afuera, ese modus operandi genera la ilusión no solo de estar en un aula escuchándolo sino también de que somos capaces de compartir su background. Esa ilusión se llama aprendizaje.
El fin de lo nuevo cuenta con una doble estructura: cronológica y anacrónica. El libro abre con una suerte de travelling frenético por la historia del cine y de la crítica cinematográfica que funciona como pasaporte para que podamos subirnos al viaje intelectual de Choi. Pero las referencias a las que alude no respetan ningún orden temporal: para hablar de André Bazin antes pasa por Gilles Deleuze y Serge Daney, para pensar el origen del cine se apoya en El desprecio de Godard, y así. Esta estructura en dos direcciones ya está condicionada por el título del libro. Hay que detenerse en las dos acepciones de la palabra “fin” para empezar a entender su propósito. Por un lado fin como finalidad, es decir la finalidad de lo nuevo, en este caso el cine contemporáneo. Por otro, el fin pensado como límite, como un final que puede alcanzar tanto al cine moderno como a la humanidad misma; de ahí el tono apocalíptico que impregna estas páginas (“El diagnóstico de la actualidad no es muy alentador”, es lo primero que leemos, “las promesas de la política no se cumplieron y las del cine tampoco…”, es lo último). Ahora bien, esta acepción de la palabra fin tiene un sentido temporal, mientras la otra más bien propone un desarreglo del tiempo, ya que, como postula Choi, el cine contemporáneo se caracteriza por la reescritura, gran parte de su finalidad es el recicle del pasado: “lo que ha demostrado la cultura de masas es que nada es efímero, que todo retorna, que todo vuelve”, escribe. De ahí que, partiendo de la idea de que hoy “es muy difícil hacer ficción si no se hace referencia a algo”, Choi puede calificar que una sitcom como How i meet your mother sea “una serie mankiewicziana”, en referencia al director clásico Joseph L. Mankiewicz, a quien califica como “maestro de flashback”, o que compare la saga de Iron Man con “el imaginario maquínico del alto modernismo en las primeras décadas del siglo XX”. Por su parte la lectura que hace de Bob le Flambeur de Jean Pierre Melville y Hard Eight, ópera prima de Paul Thomas Anderson, (la segunda resuelve la relación entre el protagonista y su protegido que la primera apenas sugiere) es una muestra de la agudeza de Choi como espectador.
Y luego de leer El fin de lo nuevo el lector también queda transformado como espectador. Por ejemplo, al ver una película como Roma -estrenada luego de la escritura de este libro- resulta imposible no aplicar el diagnóstico que da Choi al hablar de Birdman de Iñárritu: “Viendo Birdman se tiene la impresión de que el cine de autor se ha convertido en un género más” o, ahora, que se acaba de estrenar Érase una vez en Hollywood, el nuevo film de Tarantino, tener en cuenta la admirable comparación entre Los ocho más odiados, su película anterior, y Puente de espías, de Spielberg. En Tarantino, dice Choi, “el lenguaje está en función del engaño, que solo se resuelve en el estallido violento”. Mientras que Spielberg “aboga por el diálogo y el consenso, sin engaños”. Hete aquí la utilidad de este libro que en su aleatoriedad, implícita ya en el subtítulo, también nos invita a disentir, a discutir, en una palabra a pensar. Porque más allá de su mensaje apocalíptico la contracara esperanzadora de El fin de lo nuevo es seguir profesando la fe intacta de que el cine todavía es capaz de explicarnos el mundo.
Por Martin Caamaño