Ganadora del concurso INT por su obra Rota, Natalia Villamil,escribe para Llegás un recorrido cercano y poético, donde se reconoce disfrutando del tiempo libre.
El ocio fue siempre para mí, motivo de aburrimiento. Los recuerdos aparecen vinculados a un momento angustioso. Largo tiempo me llevó poder relacionarme con el ocio de manera placentera y barrer con ese sentimiento hueco. Es que el ocio, en mi pueblo, representaba el sinsabor del domingo a la tarde. Ese momento de quietud, de viento leve que se filtraba a través de las chapas de mi techo, ese espesor de las paredes silenciosas. Mientras mi cuerpo se llenaba de esos ruidos y sensaciones, sentada, con la espalda levemente encorvada hacia adelante, mostrando los omoplatos como alitas, yo esperaba que el Philco de tubo encendiera rápidamente para que me sacara de allí.
¿Qué voy a hacer? Pensaba. La tele, si prendía, no iba a transmitir ninguna novela, pues Migré se tomaba un descanso también los fines de semana.
¿Cómo sería el ocio de Alberto Migré?
Lo imaginaba siempre como el obispo de “Una voz en el teléfono”, el dueño del convento donde estaba internada Ana Oromí. También como el padre desaparecido de la Némesis Paiva en “Venganza de mujer”. Un hombre como personaje, como actor. Mamá me explicaba lo que era ser autor. Entonces yo me conformaba pensando que tal vez él no descansaba los domingos y a lo lejos, con sus capítulos, me hacía compañía.
El cuarto de mi madre apenas iluminado por la tenue luz de la tarde de otoño, con algunos brillitos que se colaban en su cuerpo mientras ella dormía la siesta, de costado, la mano sobre su cachete sosteniendo el peso de la cabeza. Alguna expresión de un sueño volador perdido en su temprana juventud. La tarde de ocio del domingo, era para mí, la pérdida de los sueños encantados.
Tal vez Migré estaba escribiendo justo a esa hora, nuestros propios sueños dormidos. Escribir se podía, pensaba yo, hasta los domingos. Escribir no es trabajar, escribir es imaginar, y eso no es trabajo. Migré debía estar escribiendo lo que veríamos el lunes por la tarde, eso me entretenía por un rato, sin embargo, el ocio, se esparcía como un enemigo.
¿Por qué era mi enemigo?
En un pueblo, los domingos son para la familia, me dijo una vez una amiga. Tal vez, quedé presa de esa frase y solo pude sentir que el ocio era el pariente más cercano a la soledad.
Cuando surgió la propuesta de escribir un texto sobre lo que hago en mi tiempo libre, hoy que soy una trabajadora del arte, inmediatamente recordé esos domingos sentada como bicho bolita, acariciando la tierrita que se juntaba en el piso de cerámica. Y entonces pensé, inmediatamente, cuándo el ocio comenzó a ser algo placentero. Hubo un tiempo en que sucedió. Y fue aún en esos domingos desolados que comencé a amigarme con él. Podría ponerme cursi y relacionarlo con el padre de mis hijos directamente. Con ese momento en que lo conocí y pudimos hablar de la tristeza del domingo a la tarde, cuando ahí, justo ahí, pudimos mirar por las ventanas ajenas, la vida de los otros. Algún movimiento, una lucecita prendida, un televisor mudo, un domingo pasar… que nos acercara a nuestros pueblos.
Después tuve hijos. Y me tocó a mí, escribir con ellos, durmiendo en mi pecho. Y también surqué bosques llenos de estrellas, simplemente porque los tenía conmigo. Como si porque hay una cosa pudiera existir la otra. Como si porque trabajo mucho con ellos pudiera darle ingreso al ocio como un lindo gusto.
Hago muchas cosas cuando no trabajo. Y no tengo la originalidad de alguien que nada río adentro. Boxea plantas de tomates o cava pozos donde enterrará sus muertos. No, en el tiempo libre hago cosas comunes y simples.
En ese recorrido, que hace el recuerdo cada vez, de ese triste enemigo, voy removiendo la tierra de mis plantas. Acomodo las macetas como si fueran fichas de encastre. Sigo la hiedra y le admiro su seguridad. Espío de lejos la suculenta que no necesita nada más que un suspiro para vivir. Me digo a mi misma que es muy de conformista tener tantos potus. Pienso en el ficus que no me compré por distraída. Extraño las dalias de mi madre, persigo los malvones como a mis hijos en la plaza.
Ese tiempo de quietud, que tanto sobrevaloran los porteños, a ese triste enemigo hoy lo disfruto con mi familia, la propia, la que se arma también en esos tiempos vacíos, en los que se le da el lugar para contemplarla y saberla nuestra. Entonces el ocio ya no duele.
Miro las plantas crecer, armo el microclima para que no sufran, para que vivan sanas el tiempo que así lo requieran. Miro series y leo libros que siempre, y casi por arte de magia, se emparentan en los contenidos. Y me sirven para escribir. Miro a mis hijos y los acerco mucho a sus amigos… les cuento también que las historias como novelas, siempre los salvaran de una vida aburrida.
Natalia Villamil
Licenciada en psicología, dramaturga, docente y directora teatral. / Ganadora del concurso INT de dramaturgia femenina con la obra ROTA que actualmente ensaya la actriz Raquel Ameri bajo la direccion de Mariano Stolkiner. / Pronto retomará los ensayos de la obra "Morir a cada rato", en la que actúan Hector Bordoni y Matilde Campilongo.