El actor Diego Velázquez asume el desafío de contarle a Llegás qué hace en su tiempo libre y descifrar en qué se convierte ese tiempo en el que no está embarcado en algún proyecto que tenga que ver con su profesión.
¿Qué hago en mi tiempo libre? ¿Cuál es el tiempo libre? Si hay un tiempo libre, ¿quiere decir que hay un tiempo cautivo? ¿Un tiempo prisionero? ¿Prisionero de qué?
Tengo el recuerdo, en algún momento de la adolescencia temprana, de haber tenido como una epifanía, una visión rotunda del futuro que venía. Frente a la gran cantidad de adultos que tenía a mi alrededor insatisfechos con sus trabajos, y la angustia que esto les producía, habría que hacer el intento de evitar trabajar. Que aquello que me gustaría hacer (que aún no tenía tan claro) fuera la fuente de dinero. Como dice Arlt en Escritor fracasado, hacer el esfuerzo de evitar “el aniquilamiento moral y físico de millares y millares de obreros uncidos en la esclavitud del salario”.
Un poco a la manera del trillado “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”. Que el “ganarse la vida” (¡había que ganársela a la vida!) no se la llevara puesta. O algo así.
Paradójicamente, para eso tuve que trabajar mucho tiempo en cosas que no me gustaban ni tenían relación con mi actividad. No vengo de familia acomodada así que muchas horas se las entregue al trabajo. Que el trabajo dignifica, sí, pero también hace un montón de otras cosas. El trabajo como el mal necesario. Con los años (y no hace tantos) pude empezar a cobrar por actuar, y lo sabemos, en esta actividad, nunca se sabe hasta cuándo eso será posible.
Me cuesta discernir cual es mi tiempo libre. Creo que casi no lo tengo. Pero no porque esté esclavo de algún trabajo o de obligaciones, sino, porque lo que hago básicamente me interesa, y lo disfruto, y me da curiosidad, entonces tiñe y embarra todo, todo el tiempo. Está movido por el deseo, en todo caso está cautivo de él. ¿El tiempo libre será ese en el cual no deseo?
Esto no quiere decir que sea un deseador permanente que vivo una vida donde solo se hace lo que se me antoja. No, la cosa tiene sus contradicciones, sus momentos críticos y sus miedos. Pero me doy cuenta que casi todas las actividades que hago están en función de la actuación. Hago yoga o tomo clases de danza no como una obligación, sino porque me dan placer y siento que me hacen bien y son vitales para mi labor. Tomo clase de canto por que quisiera afinar esa herramienta y poder usarla mejor, pero también porque me vuelvo loco de la alegría cuando canto.
Siempre estoy metido en algún proyecto. Aunque no sea algo concreto, sino unas ganas de que algo suceda en el futuro. Entonces, todo, las lecturas, las películas que miro, se ve teñido por eso. Eso en lo que estoy metido es la excusa para conocer cosas que, si no, no conocería.
La búsqueda de libros difíciles, algún inconseguible que de repente se me vuelve vital porque intuyo que ahí hay algo que puede ayudarme para lo que estoy haciendo es una pequeña aventura que disfruto. Rastrearlo, ubicarlo, e ir a buscarlo en la bici y conocer librerías de la ciudad que jamás hubiese encontrado es un pequeño placer.
La obligación del ocio me parece un embole. Incluso me cuesta irme de vacaciones.
Una cosa que hago que no tiene relación con mi oficio es la lectura de cómics. Desde chico. Pensé que con los años ese interés iba a disminuir, pero, por el contrario, crece y crece. Intuyo que mientras escuchaba a los mayores quejarse de su trabajo lo hacía desde atrás de una revista de los X-Men o de Alpha Flight. Adoro los cómics. Los viejos, los mismos que leí de pequeño, y todo el nuevo espectro de opciones que se puede encontrar hoy. Creo que la historieta es el espacio artístico de mayor libertad en este momento. Lugar que otras disciplinas han ido cediendo frente a leyes no sé de qué: mercado, o simple pereza. Pero en los comics todo puede suceder, todo está permitido. La corrección política no está tan presente, ni la moral, ni la obviedad de los temas, ni todo es copia de la realidad. La fantasía tiene lugar. La única contra del comic es que se lee mucho más rápido que un libro, y a la vez, son mucho más caros. Maldito dinero.
Actuar en cosas que no me interesan me pone en conflicto y pienso si no tendría que generar el dinero por otro lado, para no asociar la actuación a una simple mercancía. Por más epifanía que uno tenga, hay que pagar el alquiler. Y hay que mandar horas libres al calabozo.
Un anhelo: Actuar solo en lo que deseo y que todo el tiempo sea precioso.
Por Diego Velazquez
Fotografía: Cecilia Villareal