Eliana Madera nos abre las puertas de su intimidad para contarnos como es su relación con el tiempo libre, de qué manera fue descubriendo y atesorando esos momentos antes y después de ser mamá.
Además de su recorrido literario, es licenciada en artes, en publicidad y redactora publicitaria. Da talleres literarios y clases de escritura particular. Su primera novela, 17 Kilómetros, fue publicada por Metalúcida en 2018.
Hay palabras que me gustan y otras no tanto, sin importar el significado. Algunas me gustan por como suenan, otras porque esconden palabras en su interior y otras, simplemente, por su musicalidad. Ocio no me gusta. Suena raro, ocio, rancio, óseo, ocioso, ceceoso, odioso. De repente, con todas esas eses se me hace un trabalenguas en la boca. Siempre cuento la anécdota de cuando trabajaba como redactora publicitaria, hice una frase con tantas “P” que la locutora que las tenía que grabar terminó por enojarse. Así de fuerte son las palabras, su dimensión performativa diría algún teórico del que ya no recuerdo el nombre.
Pero vamos a lo importante, porque el ocio, aunque suene feo, importa y mucho. En mi vida, el tiempo libre empezó con la maternidad. Paradójico como suene, cuanto menos tiempo tenía, mejor lo utilizaba. Ya no podía anotarme en cuanto curso apareciera, no podía pasar de la botánica a la astrología, de la yoga a la facultad, leer en los colectivos, escuchar los teóricos antes de dormir. Lo que ni un batallón de madres, amigos y psicólogos habían logrado, lo hizo Dante desde su nacimiento. Prioridades. El ocio se convirtió en una prioridad.
Tuve que desatar unos cuantos nudos. Muchos de ellos atados con el peso de los mandatos familiares y la tradición. Hay que hacer algo incluso cuando no se hace nada. ¿Cómo se hace algo con un hijo recién nacido que solo duerme si lo paseo en cochecito por la ciudad? Por qué caminar al sol, dejar que reposen los pensamientos (y las hormonas) no puede valer como una acción en sí misma, por qué tiene que haber siempre algo más. El mandato de la productividad. Una vez más, Dante al rescate. No importa cuántas veces le expliques a un bebé que tenés que trabajar, que tenés una novela por la mitad, que pronto comienzan los exámenes finales. El bebé quiere dormir en el coche mientras pasea y punto. Prioridades.
Los primeros días de caminata, la cabeza me explotaba de pensamientos. Se me amontonaban en el cráneo, y me presionaban la frente desde adentro. Un dolor parecido al que produce el frío del helado cuando lo tomás demasiado rápido, cerebro congelado dice Dante y se ríe. La maternidad me regaló un tiempo de meditación, después de un mes de caminatas ya no pensaba en nada, disfrutaba del sol, de ver a Dante dormir, de elegir nuevos caminos para el paseo y para mis pensamientos. Tenía una segunda oportunidad, cómo quería vivir a partir de entonces: podía correr de una cosa a la otra, llenar cada hueco, cada espacio, domesticar la mente, maximizar los segundos para cumplir con todas las tareas que configuran la lista de súper mamá. Hace cinco años, todavía no pensaba en el feminismo, no al menos como lo pienso ahora. Dante me enseñó algo que el feminismo puso luego el palabras. No necesitaba cumplir con todo, podía darme licencias, podía tomarme un helado en vez de cocinar, podía no saber cuál es el juego más estimulante en cada etapa de su desarrollo, podía llorar en el baño, podía no tener ganas de ir trabajar, podía dejarlo un rato y cursar alguna materia que me gustaba. Alcanzaba con estar ahí para él, libre, disponible, con tiempo para sus ideas, sus risas, sus enojos. El tiempo libre que tanto me costaba encontrar.
Con Dante tenemos un juego, somos buscadores de tiempo. Exploramos los rincones de la casa, rescatamos cada minuto libre. Tenemos larga vistas, lupas, guantes y gorros de explorador. Cuando encontramos un minuto, lo guardamos en un frasco pensado para bichitos. Lo atesoramos, lo clasificamos. Puede ser tiempo de juego, tiempo de baño, tiempo de aprender cosas nuevas o el que más nos gusta, tiempo de cuentos y de historias. Somos tan buenos exploradores, que cada día encontramos miles de minutos libres que le robamos al tiempo y su linealidad.
Eliana Madera
Licenciada en artes, licenciada en publicidad y redactora publicitaria