En 1820, en unas misteriosas Lecciones de Estética que no han sido leídas de forma directa y mucho menos metabolizadas se decreta el carácter de pasado del Arte. “La auténtica tesis de Hegel – afirma H. G. Gadamer – es que, para la cultura griega, Dios y lo divino se revelaban expresa y propiamente en la forma de su misma expresión artística”. Proceso de secularización y autonomía de las formas. El arte y también el artista quedan huérfanos en el ethos de la naciente burguesía. Se acabaron los Emperadores egotístas, los Papas con tendencias al “homo quadratus” y los Mecenas de abundante acumulación originaria. Continua Gadamer: “El artista encontró confirmado en su propio destino bohemio la vieja reputación de vagabundos de los antiguos juglares”. Quizás esta figura irrepresentable sea la que mejor se adapte al Artista infame (Julián Cabrera) que protagoniza La Obra Pública de Ignacio Bartolone. El Artista escribe en su diario con la punta de la pluma el génesis de la creación subsidiada. Este “Hijo de su tiempo” deambula entre el vacío de su atelier, las dependencias públicas y los arrabales como en una parodia pormenorizada de Café Müller desplegando la fábula de su vida en una sostenida clave cínica. Una convocatoria estatal lo paraliza, lo disloca: el momento ha llegado. Su proyecto de Los Próceres-Colosos, (grandes esculturas que recuerdan a ese proyecto Soviet de erigir un Lenin que pudiera ser visto desde todos los puntos de la ciudad) parece más cerca que nunca. El megalómano escultor sueña con ese Maná económico que desciende llenándolo de Gracia y reconocimiento. ¿Qué otra cosa más se podría desear?
La Obra Pública no da fechas precisas pero puede ubicársela en las primeras décadas del siglo XX, donde el régimen del arte se ve sacudido por ese ímpetu conocido como Modernismo (en franca asociación con el concepto de Vanguardia). “El futuro no es una mancha en la pared” – sentencia nuestro artista luego de no tener la mejor de las conductas en el conciliábulo de aspirantes a los fondos públicos. Mientras se desarrolla su periplo que incluye un baile levemente homo-erótico con Belgrano, surgen las preguntas cruciales: ¿Qué función cumple el Arte luego de declarada su defunción? ¿Pueden coexistir las intenciones del Arte subsidiado por el Estado y la experimentación autónoma de sus creadores? ¿Qué posición debe tomar el artista con respecto al calculado y gestionado “reparto político de lo sensible” en el espacio común? Sin revelar la conclusión, algo se dirá al respecto.
Después de La Madre del Desierto, Ignacio Bartolone vuelve a hacer foco sobre la cuestión de los orígenes (del arte experimental argentino en este caso) escapando de la dimensión racionalista de la Historia y entrando en el Mito, o sea, de la Historia en su modalidad apócrifa. Por fuera del Arte como tema que por su pregnancia e indefinición podría ser (y es generalmente) víctima de las más suicidas afirmaciones, La Obra pública en su forma escénica plantea un sistema de signos que dialectiza los axiomas que “El Artista secreto” vierte sin cesar. En una suerte de sedimentación discursiva, material e histórica, la pieza, intersecta elementos del Arte Clásico en permanente tensión con el Modernismo, desembocando finalmente en una “instalación performática” contemporánea con el infaltable músico en escena (Franco Calluso) encargado de los efectos de Loop, de travestir los parlamentos y de musicalizar los paseos del protagonista.
Certificada la muerte del Arte (clásico) con la victoria definitiva del Concepto por sobre la imagen sensible, el artista profundiza su existencia lumpen, pivoteando entre el terrorismo y la sumisión a las instituciones. “El artista deja de ser un productor de imagen y se vuelve él mismo una imagen. Esta transformación ya había sido revelada por Nietzsche con su famosa afirmación de que es mejor ser una obra de arte que ser un artista. Por supuesto, convertirse en una obra de arte no solo provoca placer, sino también la preocupación de quedar sujeto de una manera radical a la mirada del otro.” (Boris Groys). En La Obra Pública, las obras estarán ausentes. Solo “El Artista” está presente. La aisthesis se vuelca sobre sí volviendo a ser discurso sobre el cuerpo. Un cuerpo destratado por las lógicas del Valor que solo la irrupción final de la interpelación estatal le otorgará algún tipo de consistencia ontológica.
La obra pública
Dramaturgia: Ignacio Bartolone, Juan Laxagueborde
Actúan: Julián Cabrera, Franco Calluso (música en vivo y diseño sonoro)
Participación: Alix Cobelo, Valeria López Muñoz
Dirección: Ignacio Bartolone
ESPACIO CALLEJÓN
Humahuaca 3759
Entrada: $ 700,00 –
Lunes - 20:30 hs - Del 23/08/2021 al 13/09/2021 y Del 04/10/2021 al 18/10/2021