Que Martin Flores Cárdenas sea dueño y curador de una sala solo puede ser una buena noticia. Este dramaturgo y director rápidamente identificable por su poética de “escritor norteamericano” rutero y vicioso (Catedral, Entonces bailemos) que supo oxigenar la escena local entre tanto argentinismo frígido adicto al grotesco y al edipismo escénico está decidido a continuar “la voluntad de experimentación” que el inmueble carga históricamente desde el Elefante Club de teatro de Lisandro Rodríguez.
Tanto Las Cargas de Christian García como las sagas The Pall Mall Twins y My Hurlingham de la exquisita Lucia Seles tienen la intención de injuriar las formas, dislocar el insidioso relato disciplinario y expandir las posibilidades de los espacios prefijados para lo sensible.
Encargándose él mismo del diseño gráfico de las obras, de la atención al público y salteándose por completo ese topos gastronómico gourmet de escuálidos platos, Flores Cárdenas está convencido que la figura del Curador de arte (rebautizado recientemente de forma más policial: Comisario) es indispensable. “No me puede dar lo mismo la programación ni las personas que integran cada proyecto que hay en mi espacio” – afirma el director sentando las bases personales de su trabajo.
Quizás haya algo de romanticismo en esta entrevista que puede ser leída como un manifiesto o lo que es lo mismo, como una expresión de deseo. Las sentencias parecen honestas y en este estado diario de fatiga, una pequeña gesta merece un respeto estricto.
Te hiciste cargo de una sala que tiene una tradición en la experimentación tanto poética como espacial ¿Cómo te planteas la nueva curaduría? ¿Cuáles son las bases de tu criterio estético?
- Creo que hay decisiones de gestión que algunas personas entendimos recién cuando tuvimos una sala. CASA existe desde mediados del 2019. Por la pandemia, desde su apertura estuvo abierta sólo algunos meses. Y en ese poco tiempo, ya sobrevivió a uno de los peores escenarios posibles. Antes, durante o después del covid, sostener una sala nunca fue, es, ni será para cualquiera. Administrar, gestionar y programar un espacio independiente debe ser una de las tareas más subestimadas de nuestra cultura. Si es encarado con responsabilidad, puede ser un laburo súper creativo.
La escena alternativa está llena de espacios súper singulares. Cada teatro es diferente y supongo que una buena gestión empieza justamente por abrazar la especificidad de tu espacio. No tratar ni querer que se parezca a uno más grande o más “rentable“. Claro, cuando hablo de espacio no me refiero sólo a sus características edilicias. También a la forma de hacer y proponer obra. Creo que de esas diferencias surgen los rasgos que definen los diferentes perfiles. Algunxs dueñxs de sala programan cualquier cosa sin parar buscando una manera de subsistir y son empujados quizá a olvidar los motivos por los que decidieron tener una sala. Pero a otros pareciera que simplemente no les interesa o nunca les importó mucho el teatro. Hoy, para mí el teatro no es sólo mi trabajo, es la forma que elijo de encontrarme con el mundo.
La programación se va armando entre propuestas que llegan de gente amiga, decidida a habitar y aprovechar la singularidad de esta sala y proyectos concebidos, ideados o generadas dentro del mismo espacio. Hay materiales de gente muy joven surgidos en los talleres de dramaturgia que van a tener su lugar en la programación en el 2022. Con esos proyectos y con las obras que hay en cartel la sala se involucró en la producción facilitándole lo que puede a cada proyecto tanto en términos prácticos como artísticos, vamos a decir. Proponemos una curaduría activa. Veo varios ensayos, acompaño y opino… Siempre con cuidado… Hago el dibujo para la gráfica… Una curaduría amorosa, hogareña. Supongo que el nombre de la sala propone un concepto. Claro, como toda casa esta tiene sus normas y posibilidades. Eso también forma parte de las decisiones de curaduría. Es esencial que las personas involucradas entiendan y aprecien ese acompañamiento. Como también el cuidado que requiere de ambas partes para que funcione. Decir esto y que por sobre todo las personas le tienen que caer bien al dueño de casa es una obviedad. Pero nunca está de más recordarlo. Je. Que podamos compartir una birra. No sé… Hoy la propuesta es esta. “Vamos yendo y vamos viendo“. Esa premisa, ese rasgo dinámico creo que es el que más define este proyecto y mi forma de ver el teatro y las cosas.
¿Qué sería para vos realmente, experimentar, en el campo de lo teatral? ¿No crees que se dice “experimentar” pero los resultados son verdaderamente iguales en su gran mayoría?
-Claro… ¿Experimental para quién? ¿Para mí, para el espectador o para el crítico que sentencia? ¿Para todxs? ¿Quién o qué lo determina? ¿Cuándo es experimental? ¿Ahora en la función, sólo en el ensayo o sólo una vez que un otro lo reconoce? ¿El teatro experimental mantiene esa condición todo el tiempo, en todas las instancias? Son preguntas que yo también me hago. Supongo que las respuestas dependen de cada persona y ocasión. Si me preguntás en función de las características de la programación… A mí me interesa estar ahí cuando esa persona, actriz, actor, performer, director o autora esté probando algo que es nuevo para él o ella. No para la historia del teatro universal.
Tu sala también cuenta con talleres de formación ¿Hay algo en esos espacios de formación que debería ser tenido en cuenta desde las “pedagogías” para otro teatro, para otras modalidades escénicas? ¿Hay que mantener “las grandes escuelas teatrales” o ponerlas en crisis?
-Por el poco tiempo que lleva la sala y el momento particular que todavía estamos atravesando no se pudo trazar una línea de formación tan definida como me gustaría que hubiera algún día. Por supuesto que nuevas pedagogías pueden llevar a otras modalidades escénicas. Pero a diferencia de lo que pasa con la producción de obra a esta escala, la gente da clases para vivir. Y el espacio en estos dos años estuvo funcionando más que nada como rueda de auxilio para quienes lo precisaran. Por otro lado, así como te digo esto, cabe recordar que el taller de dramaturgia está coordinado por el programador de la sala… Que soy yo. Y que una íntima amiga y actriz con la que trabajo mucho (Flor Bergallo) coordina dos grupos de actuación en el mismo espacio. Quizá ahí haya alguna pista de la dirección en la que vamos. También queremos cruzar a directores amigxs como Marina Otero o Lucía Seles a quienes ya consideramos “de la casa“, con gente de los talleres… No creo que estemos inventando nada. Pero apostamos a que en esa interacción se generen cosas. No sé qué tan nuevas. Pero seguramente nuevas para nosotrxs. Cosas, no sé. Propias.
No sé si hay que poner en crisis a las grandes escuelas. Quizá que hay que proponerse poner en crisis cosas mucho más grandes. Hay prácticas que ya no van. Eso está claro.
Es imperceptible pero la proximidad de los cuerpos no se da de la misma forma, quizás exagerando, el Otro se ha convertido en un elemento “peligroso” de contagio. ¿Te parece que esto va a alterar la “percepción de las obras”?
-Algo sucede pero que por ahora no puedo pensarlo más que como una reacción al encierro y al distanciamiento. Se vive una especie de efervescencia en el reconocimiento. Pero para mí es muy pronto como para darnos cuenta de qué es lo que está pasando realmente o va a pasar.
El año pasado hubo una suerte de cruce entre salas que querían abrir y salas muy reticentes. Siendo dueño de una sala, ¿de qué postura te sentías más cerca? ¿Notaste algún tipo de solidaridad en el centro la comunidad teatral o todo se decidió desde tal o cual posición de privilegio?
-Traté y trato de no juzgar ni señalar a las salas que hicieron lo que les parecía necesario para poder pagar el alquiler, pagarle a sus empleados o sobrevivir en un contexto tan complicado. En nuestra sala yo cobro la entrada, hago pasar a la gente, paso música, vendo birra… No es una esnobeada. Lo hago sobre todo porque las dimensiones y cantidad de público me lo permiten y es la manera que encontré de perder menos guita. Lo hago ahora y también lo hacía antes de la pandemia. Las salas para menos de 50 espectadores hacemos lo que podemos. Entiendo que no todos tenemos las mismas motivaciones. Pero no me da andar señalando. Esa es otra obviedad recontra dicha pero que a poco de abrir ya me doy cuenta de que hay que andar recordando: cualquiera que tenga una noción de lo que cuesta vivir y tenga ganas de hacer cuentas, debería avivarse que atrás de la apertura y programación de obras en espacios tan pequeños sólo hay amor por el teatro. Si alguien cree que por “llenar“ una sala de estas dimensiones está haciendo rico al dueño está mal de la cabeza. Esta sala como algunas otras, se mantiene gracias a que sus dueños pueden trabajar en producciones de otro ámbito o a otra escala, a dar clases y/o las ayudas que da el estado. Programar obra es la actividad menos rentable. Si alquilara esas horas para ensayo o para un evento especial (la sala es alquilada a veces por investigadores del Conicet para experimentos sobre acústica y percepción auditiva) u organizara una fiesta, sin duda vería un mango. El único motivo para programar obras con estas características es el amor por el teatro y las personas que lo hacen. Por si a esta altura de la nota no quedó claro: este espacio va a recibir de brazos abiertos a aquellos que sepan corresponder esa contención y cariño que la sala está dispuesta a dar. No con palabras ni sonrisas.
Noviembre en Casa Teatro Estudio:
Si iu tomorrow incendiary, de Lucía Seles (sábados 20 hs)
Estrenos:
Autódromo Internacional de Codegua de Lucía Seles. Es la nueva producción de la Cofradía Eurobasquet junto a Casa Teatro Estudio. Otra obra de esta saga interminable de secuencias delirantes y misteriosas.
No hay banda de Martín Flores Cárdenas. Es la primera obra de un ciclo llamado Obras Truncas, que se propone recuperar trabajos que por algún motivo no llegaron a estrenarse. Su protagonista narra una sucesión de escenas inquietantes y desoladoras.
Verano del 2022
Love Me de Marina Otero y Martín Flores Cárdenas. Fuck Me, actualmente de exitosa gira por Europa, iba a ser un solo de danza. Pero el cuerpo de Marina no dio para tanto. La obra que iba a ser primero, llega después. La segunda entrega del ciclo Obras Truncas es una performance que propone escribirse eternamente.