Para les amantes de Cassavetes esta es una obra que no deben dejar de ver.
Fui el día del estreno sin saber realmente lo que iba a ver y me fue llevando como por un tubo. La historia es atrapante, simple y compleja a la vez.
Vi a esos seres, cada uno con su conflicto, a flor de piel. Nada está de mas. Es de esas obras que yo llamo “redonditas”.
El espacio cuenta una habitación de hotel quedado en el tiempo en la selva misionera. Se siente el calor, se sienten los eventos del afuera y se siente como todo va colapsando adentro. La situación se vuelve tensa, cada une de estos seres no está logrando el para qué de estar ahí y esa frustración colectiva hace que todo se vuelva cada vez más ridículo. En ese borde es donde la actuación da lugar al desparpajo, eso es lo que más me gustó y agradecí, ver cuerpos jugando, con riesgo, cuerpos vivos.
Cuando menciono a Cassavetes, sé que no es una referencia menor, pero la obra me llevó directamente ahí. Esa mezcla entre lo teatral y lo cinematográfico, esa sensación de que las situaciones toman tal fuerza que parecieran no estar escritas, no estar actuadas, donde el entendimiento entre les que integran el grupo supone mucho tiempo de trabajo compartido. Es en este mundo cassaveteano en el que me involucré, tomé partido, me reí, disfruté y me pregunté sobre la mirada de quién.
A la salida del teatro, fui a cenar con el elenco y surgió la pregunta: ¿de quién es la mirada? Se formularon varias teorías, el director tenía una idea muy clara al respecto, pero nos permitimos jugar al juego del debate. Cuando me invitaron a escribir sobre la obra volví a pensar el título… esta es mi mirada, y cada noche de función habrá nuevas miradas.
Por Veronica Intile