“Yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón”
Exactamente así como lo dijo Antonio Machado, me pasa a mi cuando veo teatro.
No hay nada más bello que esos pequeños –pero inmensos- mundos de historias mínimas. Esas historias que narran algo tan sutil como poderoso. Tan chispeante como amoroso.
Suyay es, justamente, uno de esos objetos artísticos que me conmueven.
El texto de Pilar Ruiz cuenta de un modo tan íntimo y tan bello lo que es transitar eso que nos pasa con un otrx.
¿Qué es todo ese descubrimiento?
¿Cómo se nombra aquello que late inesperadamente, que asalta lo cotidiano?
¿Qué es todo ese candor, ese arrebato que nos produce ver a una persona desconocida y fascinante?
Si esas mismas preguntas sin respuesta unx se las hace de adultx, ¿Qué certeza pueden tener en la infancia, pre pubertad?
Intraducible.
Como el amor mismo.
El despertar de Suyay ante su amiga llegada de otras tierras, es tan conmovedor,
tan hermoso, que una en la platea no puede dejar de abrazar ese recorrido novedoso y efervescente que transita su personaje.
Y todo lo que allí ocurre, no sería posible sin el encanto magnético de Agustina Groba, que habita con hondura territorios de actuación de una belleza arrasadora.
Tan apacibles como luminosos. Pura revelación y deseo. Juego y fantasía.
La música de Luciana Morelli y, el espacio teatral y la elección de los objetos (También diseñados y elegidos por Pilar Ruiz) terminan de conformar una atmósfera perfecta para que el cuento se cuente así.
Y así.
Y así
Y así …
Por Maria Ines Sancerni