Mujeres puercas, rotas y malditas.
Sección Teatro - Revista Llegás
Teatro - Notas

Mujeres puercas, rotas y malditas.

Las políticas feministas invaden todos los espacios de la cultura. Las prácticas escénicas latiendo en un presente continuo absorben esos discursos y los metabolizan en formas sensibles. En este pequeño muestrario de obras no quedan dudas que estas voces se están imponiendo para reconfigurar las estructuras sociales y sus jerarquías.

7 de diciembre de 2022

¿De qué manera la ola verde y el boom de los feminismos impactaron sobre los escenarios? ¿Qué tipo de vínculo se forjó entre arte y sociedad en estos años? Las posibilidades son muy variadas, pero lo cierto es que en las últimas temporadas pueden destacarse muchos unipersonales interpretados por mujeres, no sólo desde el rol de la actuación sino también desde las disciplinas de dramaturgia o dirección. Por supuesto es válido preguntarnos cómo el feminismo influyó en la escena teatral, pero también de qué manera el campo teatral permite (re)pensar los feminismos.

Este año hubo estrenos como Rota o Camille, la maldita y reposiciones de espectáculos que llevan una o varias temporadas en cartelera (La mujer puerca, Pundonor, El amor es una mierda, Trópico del plata, Beya Durmiente, Consagrada, Una, Me encantaría que gustes de mí…). Cada una tiene su propia idiosincrasia y propone dispositivos escénicos diferentes. Con espacios más despojados o de mayor despliegue escenográfico, logran que la actuación y su potencia poética sea reconocible. Cada actriz hace una apropiación singular valiéndose de recursos cómicos o dramáticos, corporales o vocales, realistas o clownescos. En definitiva, queda expuesta la amplitud y riqueza de registros actorales propios del teatro rioplatense y, una vez más, se reafirma el nivel de las actrices argentinas.  

Decir personajes “femeninos” suena extraño al oído, porque estamos en un momento donde las personas justamente estamos cuestionando qué es o qué hace a lo femenino. En este sentido, el mayor aporte que hacen los espectáculos mencionados es que no le temen al conflicto ni a la contradicción. Las mujeres que vemos en escena no son superheroínas ni pretenden serlo. No lo saben ni lo pueden todo. No tienen las situaciones bajo control. Es justamente esto lo que las vuelve tan admirables y humanas. Mujeres rotas, solitarias, vulnerables, frágiles o desesperadas que se valen de distintas estrategias para salir de sus circunstancias: a veces es la fantasía, otras el humor, quizás una fortaleza oculta que la propia protagonista ignora.

En estos momentos donde el deber-ser está mutando, la cartelera ofrece la posibilidad de ver mujeres que se des-cubren y redescubren. No hay respuestas. Si bien esto puede generar miedo, a la vez, no hay nada más liberador. Estos espectáculos atraen público de diversas edades, porque logran entretener e interpelar desde distintos lugares y esquivan el cliché. No venden soluciones ni panfletos. Invitan a preguntarnos una y otra vez qué supone ser mujer en el mundo actual, cuáles son los principales desafíos, cuáles son las luchas que las mujeres deben enfrentar para lograr una verdadera autonomía, para dejar de ser reconocidas a la sombra de una figura masculina y lograr auténtica igualdad.

A diez años de su estreno, La mujer puerca (escrita por Santiago Loza y dirigida por Lisandro Rodríguez) reeditó aquel ritual que dejó una huella imborrable en la escena independiente porteña. Con una dramaturgia sólida y una dirección afinada, su corazón sin dudas reside en la actuación descollante de Valeria Lois, quien encarna a esta mujer que aspira a la santidad pero es condenada a otro destino por su naturaleza puerca. Una obra mínima y, a la vez, gigante, una puesta boutique de austeridad monástica en la que su protagonista habla desde una tarima y precisa unos pocos elementos: el Sagrado Corazón, su crema de manos, una jarra con agua, un pucho y una polera rosa. La obra aborda la religiosidad, la muerte como inicio, lo sagrado y lo profano, el abuso, la violencia, la prostitución, la condena y la redención, y –como señaló su director– es un monólogo punk disfrazado de beatitud, un relato que pone en primer plano la voz de esta mujer tan vulnerable como poderosa, uno de esos misteriosos ritos que generan devotos y siempre invitan a volver.

En 2023 cumplirá diez años Trópico del Plata, escrita y dirigida por Rubén Sabbadini y magistralmente interpretada por Laura Névole, quien da vida a Aimé y Guzmán. Ella está abajo y él siempre llega desde arriba, camina por los techos de chapa como un animal en celo. La protagonista narra los hechos como si se tratara de una novela romántica o un cuento de hadas, pero la trama se oscurece y el público comienza a entender que Aimé no es una princesa y Guzmán no es un caballero, aunque eso es lo que ella se cuenta para poder soportar la realidad: antes que el romance los une el vínculo amo/esclavo. Abordar el tema de la trata desde el teatro no es una tarea sencilla, pero Sabbadini y Névole lograron un enfoque sensible que no cae en solemnidades ni golpes bajos. Por el contrario, apela a cierto humor con algunos giros rioplatenses en esta historia de violencia disfrazada de amor que, más que un cuento de hadas, se parece a uno de terror.

Si de cuentos se trata, imposible no mencionar una obra que se internó por completo en ese género: Beya durmiente, basada en la nouvelle Le viste la cara a Dios (Gabriela Cabezón Cámara), que a su vez reformula La bella durmiente para contar otra cosa. Con dirección de Victoria Roland y una actuación explosiva de Carla Crespo, esta perfo musical combina con astucia las formas poéticas y el contenido trágico: un vals de Strauss se fusiona al power de la electrónica, la santa y la puta comparten cuerpo, el placer de lo imaginado se ensucia con la tortura de lo real. Al igual que en La mujer puerca, Beya presenta cierta religiosidad en su iconografía y en su atmósfera, y como Trópico aborda la explotación a partir de la figura de una DJ que, cual sacerdotisa, lanza su sermón desde una consola que también podría ser un altar. Otra exploración valiosa e intensa en torno a las violencias ejercidas por el patriarcado sobre los cuerpos de las mujeres.

Muchos de los unipersonales exploran esa dimensión: el cuerpo. Un claro ejemplo de eso es Consagrada, el espectáculo creado por Flor Micha (directora) y Gabi Parigi, ex integrante de la selección argentina de gimnasia artística que pone el cuerpo –nunca mejor dicho– para narrar fragmentos de su propia vida aunque la obra no es exactamente un biodrama. Con un cajón de saltos, algunas mallas y decenas de trofeos desperdigados por la sala del Galpón de Guevara, Parigi expone las luces y las sombras de ese recorrido que puede resultar bastante tortuoso para una chica en crecimiento: los maltratos de sus entrenadores, la discriminación, la exigencia inhumana en busca de la excelencia y una vida de privaciones. Aquí el altar es el podio, pero la protagonista se pregunta para qué todo ese esfuerzo, para qué esos trofeos y medallas que siguen juntando polvo debajo de su cama. Una creación más que interesante sobre un mundo que no siempre es retratado en los escenarios, con una exquisita labor de su actriz.

En Camille, la maldita, de Hugo Barcia, es la escultora de principios del siglo XX, Camille Claudel, quien toma la palabra. A esta escultora se la ha conocido más como “la amante de Rodin”, sin estudiar en profundidad su obra ni la influencia que ella tuvo sobre él. Camille desafió a su tiempo en múltiples sentidos, pero sus gestos no eran considerados vanguardistas. ¿Qué sucedió para que termine pasando sus últimos 30 años de vida encerrada en un manicomio? ¿Camille fue una artista maldita o maldecida? En esta ficción inspirada en hechos reales, Camille repasa y recrea escenas de su vida desde su habitación en el manicomio. Dirigida por Manuel Callau, Zuleika Esnal es quien se pone en su piel durante una hora. En su actuación la emoción está todo el tiempo a flor de piel, entre llanto y mocos, pero es una emoción combativa, furiosa, que lucha porque hay algo más importante en juego.

Como decíamos, muchos de estos unipersonales se animan a abordar temáticas actuales y necesarias. ¿Cómo se levanta por la mañana la madre de un pibe que mató a su novia? Y ¿después que ese mismo hijo se suicida? Rota, escrita por Natalia Villamil, elige contar un femicidio desde un lado incómodo: el de la madre del victimario. La astucia de la puesta del  director Mariano Stolkiner es no ocultar. Esta mujer está a la vista y no finge demencia. Todo lo contrario, siente los ojos puestos en ella aún cuando no lo están. A sus espaldas, hay un paredón con solo tres palabras grafiteadas: “hijo de puta”. Raquel Ameri, ganadora del premio ACE 2022, nos rompe también a nosotres como espectadores y nadie sale indemne de esta obra. Puede que de eso se trate: descubrir nuestras hilachas y asumir que como sociedad no estamos enteros.

Por Laila Desmery - Laura Gomez

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