Partiendo desde una mirada lúdica sobre la crisis del teatro independiente en pandemia, Rafael Spregelburd (actor, director, columnista) extiende las reflexiones sobre el caso y plantea nuevas formas de poética y estética que nos dejará este suceso histórico. El futuro, la obra urgente que le encargaron desde Suecia, y el teatro marginal al que deberemos habituarnos.
¿Qué te está atravesando en este momento de quietud, aislamiento y crisis?
-Creo que todos hemos ensayado miles de respuestas para esto que no tiene sentido y el peligro es seguir dando vueltas como un trompo alrededor de esto que –efectivamente- no tiene sentido. Me refiero a que es inefable, a que no sirve ninguna experiencia previa sobre la que poder apoyarse para tratar de describir no solo qué va a pasar sino cómo se siente lo que ocurre, que es básicamente pasar de momentos de necesario optimismo a lugares de hundimiento absoluto. Tiene que ver con que nos estamos manejando a veces con preguntas que son anteriores a la experiencia, por lo tanto no tenemos las categorías para lidiar con ella y en estos días se me ha dado mucho por responder entrevistas y también eso de tener que escribir algunas generalidades, algo que está bien y te mantiene en movimiento y pensando pero al rato lo contrastás con otros en idéntica situación (porque todo el planeta está igual) y te encontrás en una vacuidad o una suerte de corto alcance que es medio insoportable. Yo he empezado a tomármelo con humor, atravesar este paréntesis mundial, y entender que mis ensayos de respuesta son lúdicos. Hasta cuando llegue la verdadera desesperación, que para algunos ya ha llegado. No dejo de imaginar que todo el tiempo la experiencia más cruda la están viviendo otras personas; hasta que no se nos acabe el dinero en el bolsillo, todas las otras cosas e ideas (cómo es o será nuestra profesión y cómo estamos) son más o menos divertidas, elucubraciones lúdicas.
¿Tus obras se liberaron por internet, qué te parece ese formato?
-Me hacés la pregunta para que conteste que evidentemente me parece mal. Pensamos dos cosas contradictorias al mismo tiempo: por un lado, que el teatro solo existe en la reunión, esto es convivial, hay una forma específica de expectación en el teatro y sobre esa forma generamos nuestra gramática y relato. El teatro es una experiencia que se vive de determinadas maneras. Ni siquiera hablo de un teatro encerrado en las 4 paredes, que es una experiencia -dentro de todo- bastante moderna. Teatralidad ha habido de infinitas maneras, y también las sigue habiendo. En una nota reciente, Jorge Dubatti decía que hay una especie de teatralización a las 9 de la noche desde los balcones, donde -por ejemplo, entre otras cosas- se canta el himno, en una especie de “malvinización” del cuidado y el guardarse. Si de lo que estamos hablando es de si una obra filmada es teatro, no: es teatro filmado. El teatro se filma para un registro, casi para futuros estudios. Pero no reemplaza la experiencia teatral. Tengo todo a mi favor para responder que el teatro filmado no da para nada. Ahora bien, vos vivís en una ciudad y tenés acceso a determinadas obras, a lo mejor esa obra que se colgó en la página del Cervantes la está viendo alguien que vive en otra ciudad, que nunca ha venido a verla, y de pronto la ve y le gusta. Yo por el purismo de “eso no es teatro” no voy a condenar eso. Concretamente, el teatro filmado pierde todo el caldo proteico y gana en muchísimas otras zonas. Pensá en pueblos pequeños donde ni siquiera hay teatro, y de pronto se ingresa a ver una pieza teatral que lo conmueve profundamente y quizás ese habitante empieza a extrañar algo a lo que no puede asistir. También es algo extraordinario que internet se convierta en una “panbiblioteca” donde uno pueda acceder simultáneamente al registro de obras u óperas muy remotas en tiempo o espacio. Me parece que hay algo positivo en ello. Las obras del teatro comercial que fueron liberadas, y que quizás arman un tipo de teatro que no me gusta tanto, fueron vistas por un montón de gente que no dispone del dinero para pagarlas. ¿Está bien o está mal? Todo lo que sea vital, bienvenido sea.
En las artes escénicas se está agrupando gente para ver qué se hace, por ejemplo está “la gorra virtual”
-Son paliativos, quiuzás así podamos soportar esto, que es muy transitorio. Si ahora la peste tal vez sirva de rebote para purificar algunos pensamientos, desde qué tipo de relación tenemos con el convivio, o qué tipo de relación con la explotación de la tierra vamos a volver a tener. Esto segundo es obviamente más preocupante que cualquier esopecificidad técnica sobre le teatro, que ha sobrevivido solo a casi todo lo que le pasó. También está una iniciativa de los profesores independientes de actuación que están armando un protocolo, que se entienda que la actividad es o será posible con ciertas normas, hasta pensar a dar clases. En algunos países ya está pasando que el teatro encuentra formas alterantivas de asomar un poco, por ejemplo en Suecia, que no hay tantos casos y donde el confinamiento es un poco más light, el teatro Folkteatern Götegborg me encarga una obra rápida que va a ser filmada por unos actores, casi sin contacto, en un escenario vacío. La pregunta que hay que hacerse es qué tipo de obra hay que hacer con estas condiciones. ¿De qué hablamos? Si repetimos este entorno que se filtra en todas y cada una de nuestras acciones cotidianas, desde lavarse las manos, o hacer las compras, cosas que se han convertido en una película que nos es desconocida, si repetimos estas emociones y estas sensaciones correremos el riesgo de carecer de toda imaginación. Los espectadores van a tener muchas más experiencias vitales del tema. Pero por otro lado, si hablás de cualquier otra cosa, a los 3 minutos quizás la gente cambia la pantalla para otro lado. En la pantalla está todo muy junto. Es todo muy raro.
La falta del cuerpo presente
-Yo ahí creo que pasan varias cosas, en principio me cuesta imaginar que la gente se pueda aburrir en este contexto. Es difícil; la oferta de cosas es infinita. Y por otro lado empiezan a aparecer otras formas de encuentro. Estamos superados. Yo que tengo hijxs verifico que la educación virtual es complicada, nos empezamos a dar cuenta de que nos toca poner en crisis la educación, los contenidos, y para todo tenemos una opinión. A lo mejor antes no nos interesaba cómo enseñaban a leer o escribir; no era totalmente asunto nuestro, y ahora de pronto lo es. El estado general no es de aburrimiento; es de alteración. Y es obvio que se extraña la presencia, esa nostalgia de la reunión.
El arte empieza a no ser una de las prioridades en este contexto.
-El arte no fue nunca una de las prioridades, sin embargo ahora en este momento en que la gente tiene tiempo y está confinada nunca hubo mayor consumo de productos artísticos. Si no fuera por las mismas series más o menos repetidas o los contenidos que se empiezan a subir y antes no estaban, da la sensación de que la gente ocupa gran parte de ese tiempo -que usualmente no tiene- en dos cosas: el sustituto del deporte (hace lo que puede en las condiciones edilicias en las que se encuentra) y los consumos culturales. Es raro decir que la cultura no es prioridad; en este momento es bastante más prioritaria que la textil. En este caso me he vuelto un militante que preguna lo contrario a la idea habitual de la inutilidad del arte. Hay que prepararnos estratégicamente para lo que viene, lo que viene en todo el mundo es una economía de guerra, en la cual los estados que hayan salido a rescatar a sus ciudadanos, desde el costo de la salud pública, por ejemplo, o las ayudas a quienes se queden sin trabajo, se lo van a empezar a cobrar por los lugares supuestamente no esenciales. Ahora que me vengan a explicar por qué la cultura no sería esencial. Está demostrado aquí y ahora que lo primero que la persona hace -después de comer- es el consumo de esto que lo mantiene con vida, que lo mantiene humano. El otro día debatía la situación con un amigo autor en Berlín, los teatros están cerrados, no se sabe si van a abrir en octubre, por ahí, me decía que para lo que hay que estar preparados es para defender esta cosa medio miserable que tenemos los artistas independientes donde el peligro de contagio es mucho menor que en un mega recital o en una cancha de futbol; parecería que es al al revés: estos espacios pequeños se podrían ir abriendo porque el riesgo de contagio es menor. El problema de los grandes formatos en Europa es que están apoyados por el Estado, el mismo estado que va a quedar endeudado. Aquí el teatro estatal es una proporción ínfima del teatro que hay. Y ya estaba medio devastado desde antes. Nos vamos a tener que inventar nosotros una opción de salida. Por otro lado habría que pensar que quizás no es necesario hacer teatro estos 3 meses, si fueran 3 meses. El problema si es un año o dos. Lo que no podemos decidir es la gravedad de esa suspensión. En ese no decidir la gente se pone activa, algunos piensan en un protocolo para seguir haciendo. Otros directamente en reformatearse para hacer actuaciones on-line, el actor deviene “youtuber” o “instagramer”. Es muy curioso, pero he observado que si hay alguna diferencia en el contenido narrativo dentro y fuera de las redes es que ahí abunda lo meta lingüístico, las cosas más eficaces de este tipo de plataformas son las que hablan del canal, los instagram mas graciosos son aquellos, por ejemplo, que te explican cómo es Instagram o cómo hacer un tutorial para hacer un zoom. El teatro no puede hacer esto. El teatro que no habla de la vida, de lo biológico, se convierte en una pavada y carece de responsabilidad.
¿Qué espacio llena el teatro virtual?
-Yo me lo pregunto también.En principio, “teatro virtual” es una contradiccón insalvable. Pero por ejemplo apareció este teatro en Suecia que me pidió una obra en dos días. Es un tiempo en el que no sé si se puede hacer algo muy bueno. Les dije que lo que escribiera podía llegar a “ser cualquier cosa”, y me dijeron: “¡Sí! Eso queremos”. Ahí empecé a darme cuenta de que hay un enorme valor en esa propuesta, o sea, a nadie le importa mucho en este momento la calidad de tu duda o certeza. ¿Qué podría pasar? Yo trato de no hacer cualquier cosa, pero sabemos que una obra no se escribe así en un par de días. Ellos la van a filmar en un par de días en un escenario vacío y la van a mostrar. Me tuve que hacer un montón de preguntas al respecto (cómo, qué, por qué, cuánto) que son preguntas parecidas a cuando uno hace teatro no –virtual, es decir, teatro. No tiene mayor o menor entidad moral lo convivial o lo virtual, y estas especulaciones al margen de nuestra actividad son simplemente situaciones que te obligan a mantenerte en movimiento.
¿Cómo imaginas el teatro pospandemia?
-No tengo ni que hacer el ejercicio de imaginarlo porque creo que cualquier cosa que pueda decir al respecto es un balbuceo. En un artículo que escribí hace poco justamente me encontré citando a Ludovica Squirru: nadie predijo que este año iba a ser un año de mierda, por lo cual si no le predijeron ellos –que pseudotrabajan de esto- no lo vamos a hacer nosotros. Lo que me parece que sí está bueno es pensar que el teatro sobrevivió a miles de mutaciones, algunas forzadas, o ideológicas, por ejemplo el pasaje del oscurantismo medieval al renacimiento (curiosamente también hubo peste allí y el teatro sobrevivió). No tengo miedo a que me digan que el teatro el año que viene va a ser virtual en la medida que tenga trabajo y que ese trabajo tenga sentido para mí. Quizás en el futuro eso que hagamos será considerado teatro también. Cuando el actor griego decidió bajarse de los coturnos y ponerse más cerca del espectador, seguro muchos de los espectadores no les creyeron una sola palabra y sin embargo nosotros ahora lo llamamos teatro, incluso mucho más al show de coturnos y deus-exmachinas. Tengo pereza de imaginar en qué debería entrenarme para entrar en ese mercado que se está abriendo. Sigo pensando en el teatro de la misma manera. Habrá seguramente mutaciones temáticas, por ejemplo; el espectador que está en su casa está modificando su adn, está consumiendo al menos 3 cosas que me parecen dignas de atención: la primera es filosofía. Nadie en su sano juicio ha dejado de pensar las preguntas fundamentales (la vida, la muerte, el amor) y mientras tanto discursos filosóficos que no te hubieran interesado antes se han hecho urgentes. Por otro lado se han hecho consumidores de ficciones a niveles estrafalarios, por ejemplo lo que pasó con “La flor”, de Mariano Llinás, productores de cine totalmente independientes no financiados por nadie y que de pronto -ante las circunstancias dadas- deciden liberar el contenido, películas muy difíciles de encontrar que de un día para otro fueron vistaspor –digamos- 50mil personas. Ahora vos vas al contenido de la película y es exquisita, sofisticada, no del todo accesible, vital, orgánica, tiene un montón de condimentos que no serían lo que uno cree que se puede consumir tan masivamente. Entonces ocurre que ese espectador, cuando vuelva al cine pospandemia, ya va a haber visto “La flor”, va a demandar a otras producciones que lo sorprenda, que lo aburran hasta el momento en que lo obliguen a pensar algo nuevo, algo inesperado. Lo mismo que pasó con mi obra “La terquedad”, si bien le había ido bastante bien, la subieron a la plataforma y en 3 días la vio la misma cantidad de personas que en 5 meses. Un poco para refutar la idea de que era una obra larga, pesada o complicada. Tampoco sabemos cuántos la vieron entera. Pero no puedo evitar la idea de que el consumidor del futuro va a haber sido un consumidor medio masivo de productos de muy diverso origen y eso va a estar instalado en la imaginación de los creadores. Y el tercer objeto de consumo que va a haber modificado bastante el estatuto de este espectador es un poco esta horizontalidad que se da en la creación, eso de que todos podemos ser actores. El que da clase de yoga se va a dar cuenta de que ahora tiene que elegir un encuadre, un tiempo. Muy extraña e intuitivamente uno se empieza a poner en la posición del actor. Vamos a ver muchos tutoriales de -por ejemplo- una nadadora rusa que te enseña a nadar en seco. Esto me da mucha gracia, me hace pensar que estos espectadores del futuro habrán sido actores muy activos de una prehistoria. Y luego está el meme. El meme es anónimo, esto es muy interesante, no sabemos dónde se hizo. Entonces esta especie de democratización de la producción de sentido, de la apropiación de la realidad, es muy singular, es un momento único. Yo no celebro esta hiper-temperatura de los celulares, habla más bien del fracaso que del éxito. Pero allí están, calientes en las palmas de las manos.
¿En qué lugar se tiene que ubicar el teatro independiente?
-En este momento no puede hacer nada, tiene que esperar a que se reabran las salas, o cada uno tiene que aprovechar este tiempo para formarse, o cosas que tengan sentido para uno y se puedan hacer en estas condiciones. En el teatro se da una cosa muy importante que es la interacción: para poder actuar una escena está un poco lo que he planeado, pero la forma en la que el otro actor llena tu silencio, eso que está “entre”, esa experiencia es imposible si no estamos juntos, eso es lo que el teatro logra. Todo lo otro van a ser imitaciones pobres del teatro o del cine. El teatro independiente va a salir fortalecido justamente por las cosas que no puede hacer. Le va a obligar a preguntarse en qué radicaba esa independencia. Hace tiempo que llamamos teatro independiente a lago que si Leónidas Barletta la viera le daría un infarto. Yo suelo hablar de 4 áreas teatrales en nuestro país: teatro público, que es el que menos va a modificarse, que no es ni de retaguardia ni de vanguardia, es ecléctico; luego el teatro comercial del cual no sé nada, que es el que está verdaderamente paralizado en este momento, sus formas de producción no son posibles y es el que sus dueños tienen que mantener a un sacrificio enorme, o que posiblemente terminen vendiendo para hacer un garaje. Después el teatro independiente, que padece todas las contradicciones, y también está el teatro marginal, que es un tipo de teatro que no se realiza en una pequeña sala convencional, sino en plazas, en los barrios, un teatro que siempre aspiró a ascender a la categoría de “teatro independiente”. En ese teatro hay que poner los ojos porque todos nos hemos marginalizado y vamos a estar allí aún cuando salgamos de esta.
¿Qué debería hacer el colectivo en su relación con el Estado?
-En este momento, ¡guita! Nosotros estamos hablando acá porque tenemos la heladera llena o ahorros en el banco para soportar este paréntesis, cuando eso desaparezca, el Estado tiene que entender que cuando se cierra un teatro es como cerrar una fábrica. Hay países como Alemania, o incluso España con todas sus crisis: allá se paga el paro, y los estados no quiebran por ello. Es momento de asumir que sí se podría pensar en una renta básica universal; solo por haber nacido en este planeta y en un sistema que no elegiste es justo y posible y necesario que tengas un ingreso para que puedas ganar tu sustento, para que puedas hacer con tu tiempo lo que consideres más noble. Ese es un objetivo que de alguna manera siempre está escondido en el formato del teatro independiente, que es una de las formas de sustraerse de un planeta que se demostró muy poco autosustentable. Nosotros elegimos hacer esto con el tiempo porque nos parece que la mera producción de mercancías no solo es poco sustentable y agresiva con el medio sino que nos hace más infelices. ¿Vinimos al mundo para ser infelices? Alemania o Canadá están poniendo dinero en el bolsillo de las personas que no puedan trabajar y comprar sus cosas; si ese sustento los estados lo pueden garantizar, ¿por qué fuera de la pandemia no ocurre?
Juan Ignacio Crespo – Ricardo Tamburrano