El primer estímulo de Gabriela Parigi para crear Consagrada fue el desafío de ponerse en riesgo escénicamente, saber de qué se trataba eso de estar arriba del escenario solita con su alma durante una hora. “Así nacieron las ganas de hacer un unipersonal, de pasar por muchos personajes diferentes y generarme ese desafío laboral en el oficio”, cuenta la protagonista de la obra escrita junto a Flor Micha (también directora). Parigi dice que hace tiempo se siente atravesada por ciertos temas que funcionan como motor de búsqueda en la maternidad pero también en su rol como docente, directora artística y en diversos espacios de militancia: “Hay que intentar cambiar esta lógica meritocrática que tenemos como sociedad, la lógica del sacrificio, esta idea de que tiene que doler para que valga la pena. Hay ahí algo bastante religioso aunque no lo seamos: aparece la lógica individualista de la competencia y el podio”.
La actriz convocó a Flor Micha –quien la había acompañado en su proyecto de formación profesional llamado Eureka– para que dirigiera el material. “Los ensayos fueron una maravilla porque tenemos mucho lenguaje en común, nos conocemos muchísimo y nos potenciamos”, dice sobre su compañera. ¿Desde dónde narrar? Esa era una de las principales preguntas y la respuesta apareció en los primeros encuentros: tenía que ser desde su historia personal como ex deportista de alto rendimiento pero tratando de universalizar esa singularidad. Gabriela desempolvó varios objetos que había guardado para el montaje y tenía el deseo de condensar todo eso en una imagen: una especie de Estatua de la Libertad glorificada con trofeos clavados en la cabeza, vestuario con medallas muy pesadas que parecen un lastre y elementos ortopédicos vinculados a antiguas lesiones.
Uno de los ejes más importantes de Consagrada es el tratamiento del cuerpo a partir de la metáfora del extractivismo. “El alto rendimiento como síntoma de una sociedad acelerada, capitalista, productivista. De alguna manera, todos nos enfrentamos a esa sensación de tener que rendir muy alto todo el tiempo”, explica Parigi. Es interesante lo que plantea en relación al deporte, porque hoy la frase “el deporte es salud” circula muchísimo pero aquí la artista se pregunta: “¿de qué salud estamos hablando?”. “Para mí el cuerpo es una maravilla: es potencial, es vehículo, es canal. Me encanta conectar con el cuerpo metamórfico, mutante, la cantidad de cosas que podemos evocar con él”, apunta.
Gabriela hizo gimnasia artística desde los 4 a los 19 años (fue gimnasta olímpica y compitió por la Selección Argentina), pero dice que siempre se sintió como “sapo de otro pozo”: “Yo no disfrutaba de las competencias. Competía, me iba bien porque entrenaba como una loca, pero me gustaban más las exhibiciones porque ahí podía sonreír, no había jueces y se habilitaba la expresividad. A mí no me importaba tanto ganar más allá del mandato social”, confiesa, y recuerda que en los viajes a los torneos solía imitar a Luis Miguel o a Tusam; la impronta artística ya estaba en esa chica de 9 o 10 años que en su primera competencia se había olvidado toda la coreo pero igual fue capaz de improvisar una nueva. Después de retirarse empezó a estudiar para ser entrenadora con el deseo de cambiar desde adentro ciertas lógicas que había padecido como atleta, pero tuvo algunos dilemas éticos porque no se sentía cómoda incitando a niñes y adolescentes a competir. Paralelamente había empezado a formarse en la Escuela de Circo La Arena, viajó a Toulouse para estudiar en el Centre des Arts du Cirque Le Lido, se metió en el mundo del circo, la danza, el teatro… y no se fue más. “Me mudé de ecosistema: del deportivo me fui al cultural y volqué toda esa experiencia acrobática y docente en un mundo mucho más artístico, blando, donde sentía que podía acompañar a cada cuerpo y subjetividad a descubrir su propio lenguaje sin incitar a la competencia sino al despliegue de las inteligencias físicas”.
No todo es color de rosa en el universo del deporte y Parigi lo deja muy claro: “Después de una medalla olímpica podés terminar muy roto por la forma en la que llegaste hasta ahí, el sacrificio, el duelo identitario que uno hace al dejar el deporte”. Cuando se le pregunta por la exigencia que niñes y adolescentes deben enfrentar en estas disciplinas, dice que hoy muchos eligen poner el foco en la responsabilidad de los padres pero ella prefiere enfocarse en la formación pedagógica de los formadores y en el rol de las dirigencias deportivas para construir prácticas más humanísticas. La artista asegura que en ese proceso de formación fue muy importante encontrar la “filosofía circense y teatral” porque la ayudó a “sanar un montón de cosas”. “En el circo hay una antropología muy freak: cuanto más particular sos, mejor. Para mí fue un gran cambio y es un signo que luego se traduce a lo físico”, explica. En el circo encontró algo completamente diferente y eso cambió su manera de moverse en el mundo: pudo apropiarse de su singularidad y aceptarla como un tesoro.
Por Laura Gómez
Dramaturgia: Gabi Parigi y Flor Micha
Dirección: Flor Micha
Intérprete: Gabi Parigi
Galpón de Guevara, Guevara 326
Viernes 21 hs. Entradas: $4000