En este nuevo ejercicio que llamaré matar a la vaca sagrada, voy a hablar de la nueva obra de Marcelo Savignone que, como podrán imaginar, no disfruté como espectadora.
Savignone es toda una eminencia en el circuito teatral porteño, no hace falta más que ir a su perfil en Alternativa Teatral para ver la cantidad de obras que estrenó, seminarios que dictó, festivales donde participó y de becas y distinciones que recibió en Argentina y en el mundo. Además, dirige, desde 2001, el teatro Belisario, un sótano muy elegante en Corrientes y Montevideo. Allí dicta, hace años, sus seminarios de teatro físico y máscaras en los que yo tuve la suerte de participar.
Entre todos sus estrenos, se sorprenderán de su amplia investigación alrededor del teatro de texto y de dos autores en particular que parecen ser una obsesión: Shakespeare y Chejov. Obras como Ricardo III, Hamlet, Rey Lear, Vania, Las tres hermanas, La gaviota fueron articuladas con el teatro físico y las máscaras.
Otra característica singular de las obras de Savignone es que él siempre es director, dramaturgo y actor principal. Puede parecer de una egolatría grande, pero también es verdad que es así como funcionó el teatro por mucho tiempo, Shakespeare y Molière serían ejemplos de esto.
En su nuevo estreno La negación de la negación: una hermenéutica chejoviana, el director/actor/dramaturgo hace una reflexión, una recapitulación, incluso un refrito de sus tres adaptaciones chejovianas: Un Vania de 2013, Ensayo sobre la gaviota de 2014 y Mis tres hermanas de 2016.
La propuesta es muy interesante. Espacialmente, la protagonista es una puerta con ventana y ruedas que se traslada por el espacio y que permite, además de marcar el afuera y el adentro, componer siluetas en el vidrio, generando un diálogo constante con la escena. El humo y los colores saturados de la iluminación evocan continuamente un ambiente onírico.
Quien abre el espectáculo es, obviamente, el mismísimo Marcelo que nos cuenta sobre los tres espectáculos que le dedicó al ruso. En su adaptación de Vania, comenzaban por el tercer acto y en ese instante él se convierte en Vania y con el ingreso de los otros intérpretes realizan la escena casi en un código de clown: meten bicicleta, gorro ruso y gente gritando y saltando, lo que no sorprendente ya que Vania acaba de sacar un arma.
Así se despliega el espectáculo, en un cruce entre el relato en primera persona del director sobre sus obras, los eventos de su vida y la interpretación de las escenas chejovianas. Y este plan tiene una potencia enorme porque habla de los procesos creativos, de cómo la vida privada se trenza con el espectáculo, casi a pesar de unx, de las técnicas actorales, del teatro porteño, de la filosofía, de los avatares de un teatrista en este país… Nos permite además ver convivir a personajes que no se cruzarían nunca por pertenecer a obras diferentes. Son las reglas de un juego que dan ganas de jugar pero que, por alguna razón, los intérpretes no lo juegan.
El ambiente chejoviano no se instala porque no dan tiempo, las ideas de la puesta interrumpen siempre y el silencio (¡imprescindible en Chejov!) nunca se hace escuchar. Y como ese clima no se instala, tampoco puede romperse con los gag’s que propone la adaptación. ¿El resultado? Todo es un como sí y los textos, lejos de vincular a lxs intérpretes, son apurados para pasar a lo que viene.
Si se dieran más tiempo, si dejaran hablar al autor que tanto tiene para seguir diciéndonos y desde allí vincular con la propia experiencia, la obra sería un caño.
Cada vez más se afirma en mí la certeza de que el teatro no tiene tanto que ver con decir cosas, sino con dejarse decir, con dejar que la palabra, la acción, el movimiento me tome y en un acto de espiritismo en el que se convierte al cuerpo en un canal.
Masha dice cuando te llega el amor, te das cuenta que nadie sabe nada. Ahí hay una clave: ir a la escena sin saber nada y escuchar, conectar a ver si las respuestas vienen. Soltar la voluntad de decir, de estar, de ser… ser dicho, dejarse atravesar por el amor, dejar que te lleve. Puede sonar un poco cursi esta última reflexión pero sí, creo que es la diferencia entre la vida y la muerte.
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Foto de nota: Cristian Holzmann
LA NEGACIÓN DE LA NEGACIÓN. UNA HERMENÉUTICA CHEJOVIANA.
Actúan: Leandro Arancio, Milagros Coll, Sofía González Gil, Priscila Lombardo, Valentín Mederos, Guido Napolitano, Belén Santos, Marcelo Savignone
Vestuario: Mercedes Colombo
Dramaturgia y dirección: Marcelo Savignone
BELISARIO CLUB DE CULTURA
Av. Corrientes 1624
Martes y sábados 20 h