Dos hombres llegan a caballo a un claro. Sus pequeños rituales y movimientos construyen alrededor la pampa argentina. Mucho antes de emitir palabra, su aspecto abunda en simbolismos. 

La conversación comienza, porque uno de ellos tiene las ganas y el tiempo, y para pensar hace falta todo eso. El del pañuelo anudado al cuello es el amo y propone la charla a quien está a la orden de interactuar. El de boina es el peón, responde, trabaja, no detiene su labor.

Un diálogo socrático, de color telúrico, comienza. Una interacción plagada de verdades entre dos antagonistas que están obligados a compartir el entramado. Quien goza de todos los privilegios también goza del don de la palabra. El peón lo escucha atentamente y festeja su vocabulario. El señor antepone a toda idea un “nosotros”. Cada sentencia que sale de su boca refuerza discursivamente un mismo lado, un mismo bando en el que supuestamente están los dos.

Frente a ellos están los otros, del mismo modo, construidos por el discurso. A los que es preciso denigrar con palabras solo por ser populares, por querer tener lo mismo que cualquiera querría. Un “ellos y nosotros” se quiere instalar, pero no será tan fácil de sostener en el transcurso de la charla a medida que la claridad aflora para el trabajador rural.

La tensión es casi permanente en la unidad de sentido de la obra y va escalando a nivel dramático. El amo también dialoga con la imagen de su padre muerto, lo evoca de forma permanente desde el elogio, agradeciendo sus enseñanzas. Se mencionan atrocidades como el status que da el color de la piel no bronceada y la práctica del chineo. Los espectadores que seguimos atentos las ampulosas palabras del amo, no esperamos que puedan hacerse realidad en escena. Y aquí es cuando pierdo la inocencia.

Yunta es una obra necesaria en estos tiempos, una reflexión sobre la lucha de clases y las posibles alianzas transitorias e históricamente permanentes que pueden ocurrir entre los sectores sociales de este país. Un gran texto que revela qué encierran las palabras con las que nombramos las cosas desde tiempos inmemoriales y cómo las estructuras ancestrales de poder someten a los mismos opresores. 

Sobre el final el amo triste confiesa que su padre, en pos de hacerlo “hombre”, lo sometió de niño a la tortura física. Lejos de denostar aquel hecho lo celebra y lo entiende. Parece que nadie se salva de aprender a amar sus propias cadenas. Yunta nos lo hace ver.

Foto: Gerardo Serre / Cristian Holzmann

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YUNTA
Versión libre de "Opalala" de Joaquín Daniel
Dramaturgia y dirección: Adriana Roffi 
Intérpretes: Matías Broglia y Pedro Risi

EL CAMARÍN DE LAS MUSAS
Mario Bravo 960, CABA
Viernes 20.30 h