
Con un tono que coquetea entre lo melodramático y lo grotesco, Todo lo que me falta explora los tatuajes como prótesis del deseo, el recuerdo y la identidad. A través de un personaje desbordado por el amor y el anhelo de transformación, la obra plantea preguntas sobre el cuerpo, el género y los límites de lo posible. Un relato íntimo, inquietante y potente que desafía las lógicas binarias desde la piel.
Los tatuajes tienen múltiples funciones: decoran, embellecen, adornan pero también cubren, disimulan, narran. Tienen vínculos con las comunidades indígenas que se los hacen como forma de contener la historia colectiva, inscribir una relación con la naturaleza, indicar jerarquías o señalar hitos vividos. También hay tatuajes que ayudan a llevar en el cuerpo marcas dejadas por otras experiencias como cicatrices o que incluso imitan la forma de algo que se quiere tener como las cejas. Los tatuajes pueden ser, por lo tanto, entendidos como prostéticos en tanto agregan, en ciertos casos, alguna cuestión que colabora en el funcionamiento corporal. Sobre estas ideas, se monta la obra de teatro Todo lo que me falta la cual, con un tono que roza lo melodramático y lo grotesco, imagina otras potencialidades de los tatuajes.
La obra fue escrita por Pablo Dos Reis, quien también actúa, y cuenta con la dirección de Juan Pablo Galimberti, quien iba a encarnar el personaje, aunque, a medida que avanzaron los ensayos, los roles de actuación y dirección fueron invertidos. El universo de la obra nos sumerge en el mundo interno de un personaje perdidamente enamorado de una compañera de trabajo con quien las cosas no resultaron como esperaba. Entonces, encuentra un modo de atrapar la imagen corporal de ella en su cuerpo. La historia es contada desde su punto de vista, lo que deja entrever los desequilibrios del personaje y las situaciones extrañas que incita constantemente. La actuación precisa de Pablo Dos Reis le permite construir más de un personaje y, de esta forma, vemos la relación de quien desea con fervor unos tatuajes muy especiales y quien los hace: el tatuador, artista y hacedor de ese cuerpo que parece imposible.
En este sentido, la obra aventura situaciones que parecen improbables pero se vuelven verosímiles. ¿Hasta qué punto el propio cuerpo puede ser modificado por medio de los tatuajes? Y, una vez más, aparece la pregunta en torno a la identidad de género: ¿de qué se vale para su constitución? Uno de los rasgos más interesantes de la obra es la interrelación entre elementos culturalmente entendidos como femeninos (tales como tacos, peluca de pelo largo, vestido) con otros comprendidos como masculinos (vellos corporales, voz grave). El cuerpo visto en escena transita los umbrales y puntos de contacto que se pueden imaginar entre esos universos. Sin proponérselo tal vez se desarma el binarismo de géneros desde la experiencia encarnada que vemos frente a nuestros ojos: se evidencia que hay muchas más que dos posibilidades y que el movimiento entre universos es factible.
A su vez, el imaginario que la obra despliega se sitúa en un espacio cerrado y pequeño. Es un local en una galería donde funciona durante toda la noche el sitio que aloja gran parte de la historia. Se conforma un lugar de refugio y creación al margen del movimiento de la ciudad. Los pactos entre creador y criatura ocurren allí. Se despliegan entonces dilemas éticos en cuanto a las posibilidades de aprehender la imagen del cuerpo de otra persona y los límites de la transformación corporal. Estas son todas cuestiones que cada vez nos interpelan más en un mundo donde los avances científicos y el uso de la inteligencia artificial habilitan exploraciones corporales e identitarias que desafían los límites espacio temporales tal como los conocíamos. Asimismo, la cuestión del poder que obtiene quien facilita la transformación se inscribe como heredera de, por lo menos, el relato de la criatura de Frankenstein en adelante. Asomarnos al abismo de la creación humana que juega con lo divino, experimental e imposible se presenta como un atractivo vertiginoso. Junto con esto, hay una reflexión sobre el arte y la relación entre artista y obra, la cual es problematizada cuando la obra es encarnada en el cuerpo de otra persona. El tatuador, el artista, juega con ese cuerpo, engaña, tergiversa.
El “erostismo” de ese cuerpo grande, peludo, fuerte vestido de manera elegante, con pelo largo y tacos atraviesa la obra. También lo hace la tensión erótica entre los personajes que la habitan. La búsqueda de salirse del cuerpo propio o de hacerlo convivir con otro es un tema que aflora. Nos trae entonces la inquietud de hasta dónde podemos hacerlo y qué estrategias se pueden utilizar para salirnos de nosotres mismes. ¿Es el cuerpo una cárcel o es lo que somos y el único modo que tenemos de habitar el mundo? El encierro producido por lo corporal aparece como un laberinto a recorrer. Aunque también se reflexiona sobre la potencia de los cuerpos: todo aquello que podemos ser desde nuestra existencia encarnada que convive con el deseo de poseer otro cuerpo.
Además, la obra coquetea con el melodrama en el sentido de un amor trunco que motoriza la búsqueda del personaje y también porque ofrece sentidos maniqueos para pensar la existencia. Desde el título aparece eso: la idea del todo frente a la nada como una dicotomía imposible. El personaje busca ese todo que, en términos lógicos, implicaría que no es nada, que aún no está constituido, lo cual, por supuesto, no es posible. Pero hace al modo subjetivo en el que el personaje se ubica. Así, se conforma una propuesta creativa y sugerente: desde un actor y un lugar imaginado se abren múltiples incógnitas, búsquedas y fantasías.
FOTO: Matías Stella
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TODO LO QUE ME FALTA
Actuación y dramaturgia: Pablo Dos Reis
Dirección: Juan Pablo Galimberti
CENTRO CULTURAL THAMES
Thames 1426
Lunes 20.30 h